Salir de noche
-Todav¨ªa me duele, ?sabe? A veces tengo que tomar calmantes...Iv¨¢n Tr¨¦bol Montejano habla despacio. Y en su voz se dibujan sus 23 a?os. Casi puede verse en sus palabras el ansia de vivir. Iv¨¢n, lo que son las cosas, tiene en su haber una triste gloria: fue el primer apu?alado del a?o 2000. El primero de las 40 personas que s¨®lo en los dos primeros meses de este a?o recibi¨® una cuchillada. En mayo, en los 31 d¨ªas de mayo, 33 agresiones.
Iv¨¢n todav¨ªa siente el dolor en esa cicatriz tremenda que le rodea la tetilla izquierda. El 1 de enero, Iv¨¢n esperaba con un grupo de amigos para entrar a desayunar en un VIPS. Todav¨ªa, en los ojos, la alegr¨ªa de la Nochevieja. Las risas.
Cuenta Juan, uno de sus amigos, que lleg¨® un grupo de chavales. Eran 10 o 12. Que discutieron con ellos. Nada. Tonter¨ªas.
-Eran ni?os. Ni?os. Ninguno ten¨ªa m¨¢s de 16 a?os. Dos o tres rodearon a Iv¨¢n. Les separamos y nos metimos en el VIPS porque ya nos tocaba. Al sentarnos, Iv¨¢n dijo que ten¨ªa la camisa mojada. Le miramos. Estaba empapado en sangre. Fue terrible...
Eran ni?os. En 1998 la polic¨ªa detuvo a casi 3.000 menores. De ellos, 1.300 no hab¨ªan cumplido todav¨ªa los 16 a?os. Siete de los detenidos hab¨ªan causado una muerte violenta. Iv¨¢n se libr¨® de ello de milagro. Gracias a las primeras atenciones que le dispensaron unos m¨¦dicos que desayunaban all¨ª, a la eficaz actuaci¨®n del Samur y su traslado al hospital, a la operaci¨®n, al milagro que le salv¨® la vida.
Dice Rosa Mar¨ªa Montejano, la madre de Iv¨¢n, que todo fue un milagro. Que todo fue un c¨²mulo de casualidades que permitieron salvar su vida. La cuchillada le hab¨ªa rasgado el mismo coraz¨®n.
-En este caso hay que hablar de buena suerte. La buena suerte que salv¨® a mi hijo. Todo fue un c¨²mulo de buena suerte.
?C¨®mo se puede hablar de suerte despu¨¦s de una cuchillada? ?C¨®mo se puede vivir despu¨¦s?
-Yo me negu¨¦ a quedarme en casa. No quer¨ªa ni quiero que nadie me marque cu¨¢ndo he de salir, c¨®mo he de divertirme.
As¨ª que Iv¨¢n se ech¨® a la calle en cuanto pudo. Venciendo el miedo. Ahogando esa duda que todav¨ªa le plantea a sus amigos: "?Me pasar¨¢ otra vez?". En la Comunidad de Madrid hay en torno a 800.000 j¨®venes que los fines de semana saltan a la calle, buscando donde olvidar estudios, fracasos, malos o buenos rollos. Buscando sus amigos. Pasarlo bien. Lo malo es que muchos salen ya con la navaja en el bolsillo. En un pa¨ªs en el que la navaja se ha asociado con la hombr¨ªa en canciones y poemas, no es extra?o que aumente su uso. En los dos primeros meses del a?o la polic¨ªa requis¨® casi las mismas armas blancas que en todo el a?o anterior: 252. Y la Guardia Civil, lo mismo: 364, frente a las 400 incautadas en todo 1999.
-Yo no s¨¦. Yo creo que uno puede divertirse, puede pasarlo bien sin necesidad de la violencia. Yo dir¨ªa a todos que siempre se puede hablar, dialogar. Pero, ?sabe lo que le digo? Que la violencia les hace creerse superiores.
No hay en la voz de Iv¨¢n ni un rastro de rencor. Ni siquiera cuando exige justicia.
-Yo creo que hay una p¨¦rdida de valores en la sociedad. No se valora la vida humana. Debe de ser el alcohol o las drogas.
Seg¨²n una reciente encuesta, el 72,8% de los j¨®venes consume alg¨²n tipo de bebida alcoh¨®lica. La mayor¨ªa de ellos, cubatas. Y no siempre con moderaci¨®n. Es tremendo saber que casi la mitad -el 42,4%- admite que se emborracha. Tambi¨¦n, como dice Iv¨¢n, hay un clima general que incita a la violencia. Javier Urra, el defensor del Menor en la Comunidad de Madrid, cuenta en el libro Violencia. Memoria amarga que un ni?o, entre los 5 y los 15 a?os, ve no menos de 20.000 muertes en televisi¨®n. Se ve la muerte como algo natural, como algo que ocurre, en la mayor¨ªa de los casos sin sufrimiento. La muerte es un espect¨¢culo.
Pero no siempre son ¨¦stas las causas. Otras veces la violencia viene asociada a otros factores. Los ideol¨®gicos, por ejemplo. A Mariano -no quiere que se d¨¦ su nombre real- le asalt¨® un grupo de rapados.
-Yo supongo que fue porque llevaba el pelo largo. ?bamos tan tranquilos un grupo de amigos y se nos echaron encima sin decir nada. Sin gritarnos nada. Nos pegaron por nada.
-?Y c¨®mo te sentiste?
-Es curioso, pero lo primero que pens¨¦ es que toda violencia es una estupidez.
Le golpearon. Le dejaron un ojo morado. Y la impotencia en el pecho.
-Eso es lo peor. Te sientes impotente. Te preguntas por qu¨¦ a ti. Yo creo que no es la ideolog¨ªa lo que les hace violentos. Ellos aman la violencia y buscan una ideolog¨ªa que la justifique.
Mariano y sus amigos han dejado de ir por el parque del Oeste. No es que tengan miedo. Es que algo se ha roto ya. Tal vez porque ahora las sombras del parque, sus senderos, sus ¨¢rboles esconden violencia. O les parece que est¨¢ all¨ª, agazapada. Esperando a que pase un grupo de j¨®venes para echarse encima, para golpear.
Hace unos d¨ªas, en una emisora de radio, en uno de esos programas nocturnos de confesiones propias y bochornos ajenos, un joven de ideolog¨ªa nazi reconoc¨ªa a la locutora que ¨¦l, cuando estaba solo, rechazaba los actos que comet¨ªa en grupo. Pero que luego... Es el grupo, la manada, lo que da fuerza, lo que hace que salga lo peor de uno. Son gentes que nada har¨ªan solos. Y que matar¨ªan en grupo. J¨®venes que pelan esa naranja mec¨¢nica de violencia y sangre.
A Boris Arteaga fue un grupo de ¨¦stos el que le dej¨® destrozado en la calle. El que le quiso borrar sus rasgos latinos a golpes. Ocho o diez j¨®venes que se empe?aron en cambiar su acento colombiano con la fon¨¦tica de los palos y las cadenas.
Mar¨ªa Jes¨²s todav¨ªa no lo ha olvidado.
-Hab¨ªamos estado bailando un grupo de amigos. ?l me acompa?¨® a la calle para coger un taxi. Sub¨ª al coche y entonces se echaron sobre ¨¦l.
A Boris le hab¨ªan estado vigilando en el local donde se divert¨ªa con sus amigos. El grupo esper¨®. Boris miraba alejarse el taxi de su amiga. Se dio la vuelta para volver a la discoteca. Y, entonces, se le echaron encima.
-Ahora ya te has quedado solo.
Le dejaron tendido en el suelo, con el cuerpo dolorido. Durante muchos d¨ªas Mar¨ªa Jos¨¦ no ha querido salir. La noche estaba llena de peligro. Llena de miedos.
-He luchado contra ese miedo. Pero te sientes tan mal. Piensas que volver¨¢ a repetirse. Ocurri¨® hace un a?o. Y si usted me hubiera preguntado entonces le dir¨ªa que no volver¨ªa a salir por nada del mundo. Ha sido un a?o de luchar contra ello...
El miedo que nadie borra. Que se queda en un rinc¨®n de Mar¨ªa Jes¨²s, de Iv¨¢n, de Juan, de Mariano. Y de tantos otros.
-Pues mire usted, yo me niego a vivir en un pa¨ªs en el que la v¨ªctima sea la que tiene miedo. El miedo tiene que ser para ellos, para los que hacen da?o. No tengo odio, pero creo que la justicia debe de aplicarse sobre el que hace el mal.
Iv¨¢n sigue saliendo por la noche. Con sus amigos. Sale a la calle y trata de divertirse. Sale a la calle y entra en los bares. En las discotecas. Solo, de vez en cuando se aproxima a su amigo Juan. Y le dice, serio:
-Joder, t¨ªo, mira que si alguien viene ahora y me da otro navajazo...
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