La condici¨®n m¨¢s transparente
JULIO A. M??EZLos fil¨®sofos de toda la vida, desde Plat¨®n hasta Sartre por lo menos, pasando por Mar¨ªa Consuelo Reyna o Joaqu¨ªn Calomarde, se han comido los sesos en su intento de definir no ya los l¨ªmites exactos de la condici¨®n humana, que ¨¦sa es tarea de antrop¨®logos y otros cient¨ªficos igualmente cient¨ªficos, sino m¨¢s bien los t¨¦rminos paraliterarios en los que una experiencia tan de elep¨¦ pod¨ªa ser descrita al tiempo que comprendida. El secreto de los sistemas filos¨®ficos reside en que su especulaci¨®n ¨²ltima queda a expensas de la ordenaci¨®n de un nuevo sistema que se sustenta en el anterior a la vez que lo desvanece en sus prop¨®sitos. Es el misterio de un proceso intelectivo que rara vez, quiz¨¢s hasta Marx, ha querido afrontar sin reservas los problemas de la cesta de la compra diaria, cuesti¨®n que ya en la modernidad ha dado en depositarse en manos de los soci¨®logos cr¨ªticos, seguidos muy de cerca por los economistas progubernamentales. Ese confortable panorama de fin de siglo, de fin de todos los siglos que otros han vivido, se ha modificado de una manera radical a manos de la hermen¨¦utica de los profesionales, gente rompedora y de buen ¨¢nimo que no carece de la explicaci¨®n consecuente sobre los detalles m¨¢s impenetrables de su actividad. La novedad consiste en que el misterio est¨¢ ahora al alcance de todos los bolsillos televisivos, pero el secreto sigue estando en otra parte, quiz¨¢s en ning¨²n lugar.
Los mayores problemas de la Humanidad, como los que afectar¨ªan al discernimiento de la identidad, tarea que ha dado en proporcionar tantas lumbreras como las farolas de Juan Vicente Jurado en ¨¦pocas m¨¢s oscuras, se dilucidan cada vez con mayor frecuencia mediante el h¨¢bil recurso promocional a lo particular, cuando no a la simple instancia personal, de manera que no faltan, sino todo lo contrario, profesionales de la restauraci¨®n dispuestos a asegurar que somos lo que comemos, modistos vocacionales que dicen a quien quiere escucharles que somos lo que nos ponemos, bailarines de contempor¨¢nea resueltos a sugerir que somos como nos movemos, novelistas de ¨¦xito propensos a aseverar que somos lo que leemos, peluqueros que se apuntan al jolgorio pese a la opini¨®n contraria de los dise?adores de interior, arquitectos de segundas residencias, bodegueros de post¨ªn que discrepan afirmando que somos lo que bebemos, zapateros que tienen su propia opini¨®n totalizadora sobre el calzado, trileros que no se atreven por ahora a decir la suya, locutores que atribuyen la identidad verdadera a las distintas emisiones de voz, y una legi¨®n de dise?adores de inodoros en trance de jurar por su negocio que somos exactamente lo que defecamos. Adem¨¢s de Lolita Flores, que es exactamente como sus asombrosas presentaciones televisivas dicen que es, y de los siempre esperanzados constructores de f¨¦retros estrictamente mortuorios, tan dispuestos a convertir en algo m¨¢s divertido el habit¨¢culo de la ¨²ltima morada. Al contrario de lo que cree Umberto Eco (que bien merecer¨ªa llevar una hache muda como principio de su nombre por haber escrito algunas de sus novelas), la decadencia de Occidente no comenz¨® con la sustituci¨®n del papel de estraza y su destreza por el rollo de celulosa industrial en el ¨ªntimo repaso, sino cuando se decidi¨® decorar ese papel higi¨¦nico con florecillas impresas, como si el llamado ojo del culo hubiera de sumar a sus ben¨¦ficas funciones tambi¨¦n la de la visi¨®n retrospectiva.
Esta multidisciplinar aproximaci¨®n a la diversidad del ser, tan propia del desconcierto que el azar de calendario atribuye a los fines de siglo, tiene la misma pega de siempre, su feroz optimismo a la hora de extender a todo bicho muriente una capacidad de elecci¨®n que acaso est¨¦ m¨¢s restringida de lo que se considera a primera vista. As¨ª que, modernos y finiseculares, o al rev¨¦s, invito a Zaplana a que asevere con la seriedad que le caracteriza que somos como gobernamos, con lo que no tendr¨¢ m¨¢s remedio que incluir a Fernando Giner entre los damnificados por esa observaci¨®n, y a Jos¨¦ Manuel Uncio a reafirmar que somos como gestionamos cr¨¦dito y empresas. Consuelo Ciscar podr¨ªa a?adir una vez m¨¢s que somos como museamos, y Julio Iglesias -el cantar¨ªn te¨®rico del impuesto emocional- puede observar que somos como cantamos, que no se qu¨¦ ser¨¢ m¨¢s da?ino. As¨ª las cosas, ni siquiera es preciso que Rita Barber¨¢ apunte que somos como alcaldamos, Cipriano Ciscar que somos lo que manejamos, Ar¨¦valo que somos como contamos los chistes o como los chistes que contamos o como los chistes nos cuentan, o Francis Montesinos que todos somos como La Geperudeta, esa virguera s¨ªntesis femenina que tanto dice de nosotros. Monse?or Garc¨ªa Gasco todav¨ªa est¨¢ a tiempo de decir que, en realidad, somos como la Virgen de los Desamparados. Aunque tal vez m¨¢s lo segundo que lo primero, para qu¨¦ nos vamos a enga?ar.
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