La oscura trama del ABM.
La puntillosa atenci¨®n que en los ¨²ltimos meses se ha dispensado entre nosotros a los desarrollos militares en Rusia contrasta con la muy liviana que han suscitado los que se est¨¢n verificando en Estados Unidos. Se ha hablado mucho, as¨ª, del designio putiniano de acrecentar el gasto en defensa, acompa?ado, al parecer, de medidas encaminadas a modernizar los arsenales nucleares, reabrir bases en el exterior, introducir la educaci¨®n militar en las escuelas o cancelar algunos de los principios doctrinales m¨¢s concesivos. Pero apenas ha encontrado eco, en cambio, algo que se antoja m¨¢s importante que todo lo anterior: el deplorable designio norteamericano de modificar el tratado ABM.Como es sabido, el tratado en cuesti¨®n, suscrito por EEUU y la URSS en 1972, responde al prop¨®sito de evitar que los firmantes se doten de defensas eficaces frente a los misiles bal¨ªsticos rivales y aspira a garantizar, as¨ª, la capacidad disuasoria de los arsenales nucleares respectivos. El ABM autoriza el despliegue de dispositivos muy modestos, que en los hechos apenas suscitaron el inter¨¦s de las dos grandes potencias de anta?o: mientras la URSS mantuvo, un tanto mortecino, el propio, Estados Unidos opt¨® a la postre por prescindir del suyo.
Los intentos de revisi¨®n del ABM han sido frecuentes del lado norteamericano. El primero corri¨® a cargo de Reagan a trav¨¦s de la Iniciativa de Defensa Estrat¨¦gica, cuyo prop¨®sito era crear un gigantesco escudo llamado a inutilizar los misiles bal¨ªsticos sovi¨¦ticos. En 1992 le toc¨® el turno a Bush, quien se acogi¨® por vez primera a la idea de que los intentos de revisi¨®n del ABM no ten¨ªan por objeto mermar la seguridad de Rusia, sino, antes bien, hacer frente a la incipiente amenaza que se barruntaba en pa¨ªses como Corea del Norte, Irak e Ir¨¢n. Clinton ha sido el ¨²ltimo presidente estadounidense que se ha subido al carro de la revisi¨®n, acuciado por dos est¨ªmulos: si por un lado empiezan a ser hacederos algunos desarrollos inviables cuando Reagan y Bush lanzaron sus envites, por el otro se revela una ingente presi¨®n del Partido Republicano a la que la Casa Blanca parece haber sucumbido con la vista puesta en preservar las posibilidades electorales de Gore. En enero de 1999, el secretario de Defensa, William Cohen, anunci¨® que el presupuesto dedicado a estos menesteres crecer¨ªa sensiblemente y unos meses despu¨¦s, en septiembre, Washington comunic¨® a Mosc¨² su deseo de modificar el ABM. De por medio, EEUU realizaba, con resultados dispares, algunas pruebas en el terreno que nos ocupa.
Los portavoces norteamericanos han subrayado hasta la saciedad que los cambios que Estados Unidos desea introducir en el ABM no se proponen otra cosa que encarar -ya nos hemos referido a este argumento- la amenaza de unos cuantos Estados d¨ªscolos, con el a?adido, eso s¨ª, de que los nuevos sistemas podr¨ªan servir para dar r¨¦plica a alg¨²n lanzamiento accidental de misiles rusos o chinos. Son abrumadora mayor¨ªa los especialistas que, tras recelar de esta explicaci¨®n, se preguntan si tiene sentido gastar tanto dinero en un sistema tan poco fiable, al tiempo que recuerdan que Corea del Norte, Irak e Ir¨¢n est¨¢n muy lejos de desarrollar misiles bal¨ªsticos que merezcan alguna atenci¨®n. Esos mismos especialistas han puesto el dedo en la llaga de uno de los despliegues concretos que EEUU quiere acometer. Si el objetivo es dar respuesta a la amenaza norcoreana -Corea del Norte es, de los invocados, el ¨²nico pa¨ªs que tiene un programa, bien que primitivo, de misiles de largo alcance-, ?por qu¨¦ se instala en Noruega, a pocos kil¨®metros de la frontera rusa, uno de los nuevos radares previstos?
A duras penas puede sorprender que en Rusia no se otorgue cr¨¦dito alguno a la versi¨®n oficial estadounidense. En Mosc¨² se sostiene, con s¨®lidos argumentos, que el prop¨®sito principal del sistema norteamericano es hacer frente a los misiles bal¨ªsticos rusos. Se aduce, en paralelo, que aun cuando el designio de Washington no se encaminase en esa direcci¨®n, las tecnolog¨ªas desplegadas para frenar a Corea del Norte o a Irak podr¨ªan emplearse con objetivos m¨¢s ambiciosos. Rusia aporta pruebas convincentes en lo que respecta a la modernizaci¨®n de cuatro radares de alerta temprana -Clear, en Alaska; Fylingdales Moor, en el Reino Unido; Grand Forks, en el Estado norteamericano de Dakota del Norte, y Thule, en Groen-landia- y a la construcci¨®n de otros dos nuevos -el de Vardo, en Noruega, ya mencionado, y el de la isla de Shemya, en las Aleutianas-. Parece evidente que este complejo sistema tiene como cometido acopiar informaci¨®n sobre los lanzamientos que Rusia realiza en Plesetsk, cerca del mar Blanco, en direcci¨®n a la pen¨ªnsula de Kamchatka, en el Pac¨ªfico, y en nada se vincula con lo que pueda acontecer en Corea del Norte, Irak o Ir¨¢n. En la trastienda despunta tambi¨¦n, tal vez, el designio de azuzar a Mosc¨² para que, en una situaci¨®n muy precaria, dilapide recursos en programas de dudos¨ªsima utilidad.
De resultas, en octubre pasado, Rusia propici¨® una reuni¨®n con China para hilvanar una respuesta conjunta, provisionalmente marcada por el designio de arrinconar los acuerdos START, de reducci¨®n de armas estrat¨¦gicas, si Estados Unidos segu¨ªa en sus trece de modificar el ABM. No est¨¢ de m¨¢s recordar que cuando, en septiembre, Washington anunci¨® su deseo de revisar lo acordado un cuarto de siglo antes, el comunicado correspondiente se?alaba que, de no encontrar eco la propuesta, EEUU se retirar¨ªa sin m¨¢s del tratado. Para que nada falte, en suma, apenas se han hecho valer del lado norteamericano sugerencias encaminadas a compartir tecnolog¨ªas y despliegues, circunstancia ratificada por el rechazo postrero de Clinton a la propuesta formulada por Putin, en ese sentido, en la reciente cumbre celebrada en Mosc¨².
Es obligado preguntarse c¨®mo reaccionar¨ªan nuestros Gobiernos si semejante l¨ªnea de conducta, impresentable, hubiese sido asumida no por Estados Unidos, sino por las autoridades rusas. Uno puede entender que suscite inquietud el lanzamiento de dos misiles bal¨ªsticos el d¨ªa siguiente a la elecci¨®n de Putin como presidente, que se d¨¦ la voz de alarma cuando ven la luz noticias que sugieren que Mosc¨² se apresta a reabrir bases en Siria y en Vietnam, o que se presente como un intranquilizador retroceso la cancelaci¨®n del compromiso -hasta hace poco inserto en la doctrina militar postulada por Mosc¨²- en virtud del cual Rusia, en caso de conflicto, no ser¨ªa la primera en emplear sus armas nucleares. Pero quienes tanta zozobra muestran ante esas noticias bien har¨ªan en prestar atenci¨®n a las pruebas que EEUU ha realizado en los ¨²ltimos meses, al formidable abanico de bases norteamericanas en todo el planeta, a la arrogancia intervencionista de una OTAN que se autopostula como sustituta de Naciones Unidas o a la ausencia, en las doctrinas militares de los pa¨ªses occidentales que disponen de armas nucleares, de cualquier tipo de compromiso asimilable al que se recog¨ªa en la doctrina oficial rusa.
Y es que no puede rebajarse un ¨¢pice el relieve de lo que EEUU se propone acometer. Eso es lo que ha hecho, sin embargo, un conocido responsable europeo que dice comprender que Washington opte por acrecentar sus capacidades de defensa. En su incontenida frivolidad, semejante forma de razonar ignora los seguros efectos desestabilizadores de los programas norteamericanos. Porque a su amparo, y al margen de los recelos entre los socios europeos de Estados Unidos, est¨¢n llamados a ganar terreno horizontes tan poco edificantes como un retroceso en los acuerdos START, un activo rearme en China, una renacida apuesta por el desarrollo de pruebas nucleares, acompa?ada de riesgos crecientes de proliferaci¨®n horizontal -de multiplicaci¨®n del n¨²mero de pa¨ªses que disponen de armas at¨®micas-, y un crecimiento general de los presupuestos de defensa. Hablamos, en otras palabras, de una nueva edici¨®n, acaso m¨¢s peligrosa e impregnada de in¨¦ditas incertidumbres, de la carrera de armamentos de otrora. Por detr¨¢s es f¨¢cil apreciar lo de casi siempre: las macabras presiones del complejo industrial-militar norteamericano, consciente de que en el crisol de las tecnolog¨ªas de defensa frente a misiles bal¨ªsticos est¨¢ en juego una supremac¨ªa tecnol¨®gica y militar que quiere ser plena.
Carlos Taibo es director del programa de estudios rusos de la Universidad Aut¨®noma de Madrid.
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