Exhibicionismo obsceno
La juez Tard¨®n quiere encerrar a las prostitutas de la Casa de Campo por "exhibicionismo obsceno". Asustan a los ni?os, dice la juez, por exhibirse en ropas menores, en lugar de asustarles, piensa uno, por haber llegado a la Casa de Campo en patera o en el interior de un veh¨ªculo que podr¨ªa competir con los trenes del exterminio jud¨ªo llevado a cabo por los nazis.La brillante idea de la juez Tard¨®n, que en el apellido lleva la penitencia, coincide con la muerte de 58 chinos que, de haber sobrevivido, estar¨ªan ahora "exhibi¨¦ndose obscenamente" en cualquier sitio de Europa, donde ser¨ªan perseguidos por un juez de explosi¨®n retardada empe?ado en encontrar los resquicios legales para devolverles al cami¨®n frigor¨ªfico del que nunca deber¨ªan haber salido vivos. Contin¨²a escandaliz¨¢ndonos m¨¢s el sexo que la violencia; el ruido que las nueces; la paja que el grano.
No nos movilizamos, pues, por las pateras, ni por los camiones frigor¨ªficos, ni por las furgonetas de alquiler, pero nos escandaliza que las sobrevivientes a ese holocausto nazi se exhiban en la Casa de Campo para comer de mala manera y enviar un poco de dinero a su familia.
Tard¨®n ha estado husmeando en las grietas del C¨®digo Penal y va a acusarlas de "exhibicionismo obsceno", lo que en el fondo anima a pensar que esas mujeres se exhiben por placer, y no por necesidad. Para Tard¨®n y C¨ªa. son gente obscena que disfruta obscenific¨¢ndose bajo tres grados en invierno o bajo 40 en verano. Si la juez se fijara un poco habr¨ªa visto que se exhiben en plan casquer¨ªa empujadas por el hambre, por el chulo, por el pensamiento pol¨ªticamente correcto de personas como la juez y su compa?ero ?lvarez del Manzano.
A m¨ª no me gusta que mi hijo vea a las putas de la Casa de Campo cuando vamos al Zoo o al Parque de Atracciones, pero antes de que se escandalice de sus muslos quiero que se escandalice del modo en que han sido facturadas hasta la Casa de Campo por el pensamiento global; que se escandalice de la existencia de organizaciones que marcan a las mujeres como al ganado para que cada qui¨¦n sepa si pertenecen a la mafia rusa, a la china o a la espa?ola. Esas chicas no son psic¨®patas, se?ora juez. Se exhiben porque las exhibimos. El psic¨®pata es el exhibidor. De modo que, aunque a usted le disguste el espect¨¢culo de la Casa de Campo (a m¨ª, ya le digo que tambi¨¦n), deber¨ªa hacerse una cr¨ªtica del gusto para establecer jerarqu¨ªas. As¨ª se llamaba, por cierto, un libro de nuestra adolescencia, Cr¨ªtica del gusto, cuando a¨²n le¨ªamos cosas que nos costaba comprender. Era un libro duro, duro, pero si consegu¨ªas llegar hasta el final ten¨ªas garantizado al menos que jam¨¢s ser¨ªas como la juez Tard¨®n.
Ni como la juez Tard¨®n, ni como ese cura que ha distribuido entre sus alumnos de religi¨®n un c¨®mic macabro supuestamente antiabortista. Los curas antiabortistas no se excitan con cualquier cosa. Necesitan droga dura, y este curioso profesor de religi¨®n, al que por lo visto dejan solo con ni?os y ni?as de doce a?os, ha estado excit¨¢ndose (intelectualmente, esperamos) con un c¨®mic terror¨ªfico en el que se muestran las distintas formas en las que, seg¨²n ¨¦l, las madres pervertidas gozan asesinando a sus hijos.
El cura raro parte de la idea de que a las mujeres les gusta abortar como a los inmigrantes exhibirse obscenamente. A partir de esa sospecha enfermiza, el cura, como la juez, hace una cr¨ªtica del gusto y gasea con ella a todo el que se le pone por delante. El problema es que el cura, como la juez, no ha le¨ªdo a Galvano della Volpe, con perd¨®n, y le sale todo mal. Quiere decirse que hay que echar una mano a las chicas que abortan, hombre de Dios, y someterle a usted a un programa de reeducaci¨®n para que aprenda a excitarse intelectualmente con im¨¢genes menos cruentas que las de ese c¨®mic. Est¨¢ todo al rev¨¦s.
Habr¨ªa que empezar a ver el modo, en fin, de enfrentarse al tr¨¢fico de esclavos, y recomendarle a Tard¨®n que lea a Della Volpe, incluso que lea, no importa qu¨¦. La cosa es empezar. Y no s¨®lo a Tard¨®n, sino a todos los Gobiernos a los que el holocausto de Dover y el de Mijas (M¨¢laga) les cogi¨® en una cumbre de Lisboa sin que acertaran a decir algo medianamente inteligible sobre la inmigraci¨®n. Cincuenta y ocho cad¨¢veres eran sacados de un cami¨®n frigor¨ªfico en la Europa de la Uni¨®n Europea y a ellos no se les ocurr¨ªa otra cosa que lamentar el hecho. De haber sobrevivido, los inmigrantes estar¨ªan siendo acusados ahora de "exhibicionismo obsceno" por alg¨²n temperamento retardado. Algo no nos funciona en la cabeza.
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