Los valencianos y el Estado
Dec¨ªa Ernest Renan que el olvido y hasta el error hist¨®rico constituyen un factor esencial en la creaci¨®n de una naci¨®n. Con bastante ingenuidad, el intelectual bret¨®n cre¨ªa tambi¨¦n que el avance en la investigaci¨®n hist¨®rica pod¨ªa representar un peligro para la nacionalidad al poner al descubierto los procesos que conducen a su formaci¨®n.La utilizaci¨®n del pasado con la finalidad de fundar aspiraciones leg¨ªtimas y discutibles es una pr¨¢ctica bastante extendida, pero nada es comparable con el insaciable consumo de mistificaciones hist¨®ricas por los colectivos nacionales. Si la conmemoraci¨®n de un monarca -Felipe II hace un a?o, muy pronto Felipe V- se convierte en un pretexto para actualizar la celebraci¨®n de un determinado modo de entender el poder o la organizaci¨®n del Estado, el recurso a las frustraciones del pasado, reales o ficticias, es fuente inagotable de argumentos reivindicativos. Y aqu¨ª, como en el rumor, basta una presunci¨®n repetida con convencimiento para formar un estado de opini¨®n.
Un lugar com¨²n muy difundido consiste en imputar el origen de las insuficiencias valencianas al comportamiento de las clases hegem¨®nicas en el siglo XIX, ¨¦poca en la que fragua el Estado liberal espa?ol. Cuando no se ha negado la existencia de una burgues¨ªa local, se ha considerado que se revel¨® indolente ante ciertos retos econ¨®micos y pol¨ªticos. Incapaz de liderar la sociedad y de proyectarse sobre el poder, de reivindicar un espacio propio que fuera coherente con una identidad diferenciada, mostr¨® escasa afici¨®n a intervenir en los asuntos del Estado, entregada como se hallaba a sus pr¨¢cticas agrarias y mercantiles. El mal no s¨®lo ven¨ªa de Almansa, sino de la pasividad de una clase rectora muy muelle -que habr¨ªa dicho el duque de Lerma- plegada a la mesocracia central e indiferente a la idea de articular una influencia que fuera expresi¨®n de sus intereses y, por extensi¨®n, del solar donde se localizaban. El Pa¨ªs Valenciano, ausente de las esferas de decisi¨®n, no habr¨ªan hecho notar su peso en la administraci¨®n central.
En los ¨²ltimos tiempos la nostalgia de un in¨¦dito y rearmado poder valenciano se ha convertido en tema recurrente en los medios de comunicaci¨®n aunque la f¨®rmula, al parecer, pertenece al gabinete de ideas del actual presidente de la Generalitat, Eduardo Zaplana. Con la citada expresi¨®n, los dirigentes regionales de un partido nacional espa?ol como el Popular creen haber acu?ado un eslogan que resume voluntad de presencia y actitud reivindicativa "en Madrid". De paso, hacen suyo un planteamiento retrospectivo ajeno, sobre cuya veracidad no se interrogan pero que sospechan de probada eficacia.
Ven unos en el poder valenciano un modo de entender la visualizaci¨®n valenciana en la pol¨ªtica espa?ola, medida en t¨¦rminos de imagen promocional y hasta de cuota presupuestaria; la entienden otros como un plan de empleo en las altas esferas de la administraci¨®n capaz de generar una fruct¨ªfera relaci¨®n clientelar a la manera de las redes caciquiles de la Restauraci¨®n. Ridiculizan el t¨¦rmino regionalistas y nacionalistas por considerarlo al servicio de una maniobra usurpadora, pero reproducen su significado cuando consideran hu¨¦rfanos los intereses aut¨®ctonos de no hallarse sus partidos representados en las Cortes.
?Habr¨¢ llegado el momento de que los valencianos cobren de una vez por todas protagonismo en la esfera estatal, en el supuesto de haber sido ajenos al discurrir del Estado espa?ol?
Hace exactamente 125 a?os y cinco meses, en diciembre de 1874, un grupo de notables valencianos desafi¨® el orden pol¨ªtico e intervino decisivamente en el derribo del gobierno por la fuerza. El resultado fue la ca¨ªda del r¨¦gimen republicano y la proclamaci¨®n del rey Alfonso XII en las inmediaciones de Sagunto. La conspiraci¨®n fue preparada en Valencia por un n¨²cleo de cualificados representantes de la propiedad territorial y de las finanzas, de empresas de ferrocarriles y de servicios. Si el pronunciamiento era perseguido con ah¨ªnco por elementos de numerosas ciudades, fue este grupo, acuciado por la experiencia de la sublevaciones republicano-federales de 1869 y 1873, la amplia implantaci¨®n de la Internacional obrera y la pol¨ªtica de reformas, el que precipit¨® el movimiento c¨ªvico-militar que de manera indecisa ven¨ªa fraguando el jefe alfonsino, Antonio C¨¢novas del Castillo.
Cirilo Amor¨®s, diligente art¨ªfice del operativo, Ram¨®n Ferrer y Matutano -secretario del empresario y financiero Jos¨¦ Campo, a cuyos negocios tambi¨¦n el primero estaba unido- y algunos destacados propietarios y hombres del comercio formaron el comit¨¦ restaurador bajo la presidencia del marqu¨¦s de C¨¢ceres, el cubano Vicente Noguera y Sotolongo. Teodoro Llorente, director del diario Las Provincias, particip¨® de los preparativos y public¨® en su peri¨®dico los manifiestos que justificaban la acci¨®n. Varios de los reunidos hab¨ªan promovido e integrado el Centro Hispano-Ultramarino local, creado para sostener los intereses coloniales e impedir, entre otras reformas, la abolici¨®n de la esclavitud en las Antillas. Pertenec¨ªan adem¨¢s a la Liga de Propietarios de Valencia y su Provincia, una organizaci¨®n de obediencia valenciana presidida por el mismo Noguera, verdadero lobby precursor de los grupos de presi¨®n en Espa?a.
En inteligencia con el general Arsenio Mart¨ªnez Campos, le trajeron a Valencia y le escondieron en sus casas; m¨¢s tarde le acompa?aron a Sagunto en una tartana y cuando aqu¨¦l levant¨® la tropa que puso a su disposici¨®n el brigadier Luis Dab¨¢n, le tuvieron informado de la reacci¨®n de la guarnici¨®n de la ciudad en las horas inciertas del 29 y el 30 de diciembre de 1874, cuando el capit¨¢n general rehus¨® sumarse a la rebeli¨®n e hizo amago de resistir. Despu¨¦s celebraron el triunfo e hicieron constar en un diploma sus nombres y el m¨¦rito que les correspond¨ªa.
Recibieron t¨ªtulos nobiliarios, ocuparon cargos pol¨ªticos discretos, lograron concesiones administrativas y se les entreg¨® el control de la Diputaci¨®n provincial. En el naciente poder restaurado contaron con destacados puntales, como el valenciano Luis Mayans y Enriquez de Navarra, quien fuera ministro y presidente de las Cortes con Isabel II, am¨¦n de delegado en Madrid de la Liga de Propietarios. Mayans ser¨ªa el encargado de presidir la comisi¨®n de notables que elabor¨® el proyecto de Constituci¨®n de 1876. Vieron adem¨¢s satisfechas sus demandas en cuestiones tributarias y arancelarias y m¨¢s adelante tuvieron en el ministro de Hacienda Juan Navarro Reverter -director de algunas de las empresas de Campo- a uno de los suyos.
Esta notable burgues¨ªa y esos pol¨ªticos, en suma, se mostraban copart¨ªcipes del Estado espa?ol. Tal vez por eso, al margen de que buscaran servirse en los negocios de las ventajas que les otorgaba la influencia cerca del poder, no precisaban poner el Estado al servicio preferente de su territorio de origen, aunque en el m¨¢s puro sentido provinciano se pavonearan ante sus convecinos de lo importantes que eran en la Corte.
Jos¨¦ A. Piqueras es catedr¨¢tico de Historia Contempor¨¢nea de la Universidad Jaume I.
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