Cada cosa en su lugar
Los cuartos de final retrataron a los ocho equipos. La selecci¨®n yugoslava envejeci¨® mal en el banquillo (Boskov), y en la cancha, donde la decadencia descubri¨® los males que incuba el individualismo: desorden, indisciplina, vanidad... Turqu¨ªa y Rumania progresan adecuadamente; y Espa?a puso toda el alma en su empe?o por equipararse a las grandes de Europa, pero la fe y el esfuerzo s¨®lo sirvieron para disimular la impotencia del quiero y no puedo. Las cuatro dijeron adi¨®s porque, a pesar de algunas supersticiones muy extendidas ("en el f¨²tbol no hay l¨®gica"), y de teor¨ªas revolucionarias que pretenden alterar el orden natural de las cosas ("ya no hay diferencias entre equipos chicos y grandes"), la verdad es que ahora, como siempre, los mejores suelen ganar a los peores. Y fue mejor Portugal, con sus convicciones est¨¦ticas, su f¨²tbol bordado desde atr¨¢s, la gigante figura de Figo, sus goles marcados y desperdiciados, como si meter el bal¨®n dentro de la porter¨ªa fuera menos importante que jugarlo. Fue mejor Italia, acorazada en su cultura, atrincherada en su ¨¢rea, atacando por el m¨¦todo de la catapulta con la velocidad de Inzaghi, el talento de Totti, y otro cualquiera del medio. Fue mejor Holanda, con su pasi¨®n atacante, su juego desmelenado por la excesiva aceleraci¨®n de Davids y Zenden; con un Bergkamp comprometido, un Kluivert concreto y un Overmars que asoma sus grandes posibilidades. Fue mejor Francia, una selecci¨®n que no perdi¨® humildad despu¨¦s de levantar la Copa del Mundo, ni pierde los papeles cuando la atacan con desesperaci¨®n. Con una defensa f¨¦rrea, un medio del campo el¨¢stico, un Zidane fascinante... - ?Qui¨¦n se encarga de pensar?
El ¨²ltimo escal¨®n es el m¨¢s dif¨ªcil de subir, y no pasa s¨®lo por vencer algunos complejos enquistados. Dicen que Espa?a tiene su historia y se suele poner, como ejemplo, la Euro del 64. Lo mismo se podr¨ªa decir de Dinamarca, que gan¨® la del 92, pero sabemos que ¨¦se no es el modelo deseado. Quiz¨¢ este dato nos sit¨²e mejor: a lo largo de la historia, Espa?a jug¨® doce partidos contra selecciones que ostentaban el honor de ser campeonas del mundo; empat¨® tres y perdi¨® nueve. Cuando el muestrario es tan amplio, no puede entenderse como una casualidad. ?Qu¨¦ impide dar el ¨²ltimo salto? Mostrar¨¦ algunos elementos que me parecen influyentes, sin que el orden est¨¦ relacionado con la importancia: la dificultad de armonizar estilos tan distintos como el que representan la escuela vasca y la andaluza (y todas las intermedias); el hecho de que muchos equipos est¨¦n liderados por jugadores extranjeros y, en relaci¨®n, que el futbolista espa?ol no tenga la necesidad de curtirse en otras Ligas; un victimismo que pone la responsabilidad en otra parte (el cansancio, los ¨¢rbitros, la mala suerte) y debilita el saludable ejercicio de la autocr¨ªtica; la falta de un debate, de un pensamiento de fondo, de una estrategia. Resulta incre¨ªble que jugadores, t¨¦cnicos y directivos, s¨®lo est¨¦n de acuerdo en una cosa: "No sabemos lo que nos pasa". Curioso, porque siempre pasa lo mismo.
- La tendencia y la excepci¨®n
Como la Eurocopa le est¨¢ dando a cada cual lo que se merece, las semifinales son justas y esperanzadoras. Tres pa¨ªses vendedores de futbolistas, contra un pa¨ªs comprador de futbolistas; tres selecciones que apuestan por el buen f¨²tbol, contra una selecci¨®n que le saca punta al aburrimiento. La paria es Italia, pero que nadie la compadezca; tiene aval hist¨®rico, una cultura futbol¨ªstica s¨®lida y la confianza de lograr lo que busca: resultados. Para decirlo con el simbolismo de los nombres propios, cuando jueguen Portugal y Francia jugar¨¢ Figo contra Zidane; talento contra talento. Cuando jueguen Holanda e Italia, jugar¨¢ Kluivert contra Nesta; gol contra marcaje. Por mucho que reduzcamos el an¨¢lisis, Italia siempre queda retratada.
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