Una ¨¦poca de b¨¢rbaros.
Dover, 19 de junio: 58 muertos. M¨¢laga, 20 de junio: 33 emigrantes clandestinos amontonados en un cami¨®n detenidos. Estrecho de Gibraltar: todos los d¨ªas, las pateras encallan en las playas espa?olas. Frontera entre Italia y Francia, frontera entre Alemania y Polonia, frontera entre Francia e Inglaterra, fronteras, fronteras... S¨ª, en la Europa rica s¨®lo quedan fronteras para los pobres, los parias de la Tierra.Cincuenta y ocho muertos en Dover: no es un drama, es un peque?o holocausto. ?sta es la situaci¨®n: por un lado, nosotros, los ricos, pr¨®speros, herederos de una tradici¨®n democr¨¢tica que nos permite poner de patitas en la calle a cualquier Gobierno que atente seriamente contra nuestro tren de vida; nosotros, que tenemos nuestra Seguridad Social, nuestras jubilaciones, nuestras vacaciones pagadas, nuestro ocio asegurado, nuestra salud protegida, nuestro veraneo planificado; nosotros, que sin cesar defendemos la libertad, la mundializaci¨®n cosmopolita, el multiculturalismo y tutti cuanti. Y ellos. A ellos les define una ¨²nica palabra: nada. No tienen nada. Por tanto, no son nada. Pero nos ven, se alimentan de nuestras im¨¢genes de opulencia. Y, leg¨ªtimamente, quieren ser como nosotros. Hace ya 30 a?os, en la ¨¦poca en que los conceptos eran pol¨ªticamente tajantes, se dec¨ªa: su miseria es el resultado de nuestra pol¨ªtica imperialista. Ayudarles es un deber. Hoy, cuando las palabras han de tener un sentido forzosamente m¨¢s reaccionario para ser aceptadas, se dice: ?nos deben dinero y encima quieren venir aqu¨ª a comerse nuestro pan! J¨¹rgen Habermas encontr¨® las palabras justas para definir esta actitud: es, dice, la ¨¦poca del "chovinismo de la prosperidad". El resultado es que la mundializaci¨®n avanza a pasos agigantados, rompe todas las fronteras, somete a todas las sociedades, transforma a los Estados en guardaespaldas del capitalismo financiero, abre de par en par las arterias de la circulaci¨®n a las mercanc¨ªas, a las pel¨ªculas, a los capitales, a la comunicaci¨®n, a las personas que tuvieron la suerte de nacer en el lugar adecuado. Pero all¨ª se acaba el juego. Ellos, las cuatro quintas partes de la humanidad, est¨¢n en una gran c¨¢rcel sin barrotes. Les est¨¢ prohibido circular.
Inmensa hipocres¨ªa esta mundializaci¨®n que, en el fondo, es tan s¨®lo una manera diferente de enriquecer a los ricos y empobrecer a los pobres. ?Cu¨¢ndo admitiremos que existe una contradicci¨®n escandalosa entre las pol¨ªticas migratorias de los pa¨ªses ricos, con Europa a la cabeza, y la din¨¢mica social engendrada por la mundializaci¨®n? ?Cu¨¢ndo comprenderemos que no nos encontramos ante simples migraciones por trabajo, sino ante verdaderos desplazamientos de poblaci¨®n? En Europa se presencia en todas partes el aumento del reagrupamiento familiar, de la inmigraci¨®n clandestina, de la transformaci¨®n de los solicitantes de asilo pol¨ªtico en demandantes de asilo econ¨®mico. ?Qui¨¦n no conoce inmigrantes ilegales que quieren ser regularizados, a "turistas" que no quieren marcharse, a "amigos" en el extranjero que imploran un visado? No digo que los Estados deban abrir sus fronteras de par en par. Todo el mundo sabe que ninguna sociedad puede soportar la llegada masiva de los emigrantes; los sistemas sociales, si bien se beneficiar¨ªan transcurrido un tiempo, explotar¨ªan ante el golpe. Ninguna sociedad aceptar¨ªa ver su identidad cultural y pol¨ªtica repentina y masivamente penetrada por otras culturas, otras religiones, otras costumbres. Pero ?debemos, pese a todo, poner en la cuenta de p¨¦rdidas y ganancias a los muertos de ayer en Gibraltar, de hoy en Dover, de ma?ana no se sabe d¨®nde? Tenemos que revisarlo todo. Y partir de las realidades.
En primer lugar, admitir que las migraciones continuar¨¢n y que tan s¨®lo estamos en el comienzo de un ciclo. En los pr¨®ximos 10 a?os, Europa deber¨¢ responder a la muy fuerte demanda migratoria de africanos, magreb¨ªes, asi¨¢ticos y de ciudadanos de los pa¨ªses del Este. Estas emigraciones potenciales deben ser previstas y hay que intentar organizarlas. Y no s¨®lo en beneficio de los pa¨ªses ricos. La econom¨ªa europea necesita actualmente una fuerza de trabajo joven, din¨¢mica y cualificada, tanto para garantizar el crecimiento econ¨®mico como para compensar el envejecimiento de la poblaci¨®n. Pero ?somos conscientes de que, al facilitar la inmigraci¨®n de las capas cualificadas, robamos pura y simplemente a los pa¨ªses pobres su materia gris, despu¨¦s de haber echado mano de sus materias primas? Si debemos responder de forma positiva a la demanda migratoria de estas capas, tambi¨¦n debemos hacer que sea productiva para el pa¨ªs de origen. Hoy en d¨ªa es necesario sistematizar el modelo de las migraciones temporales. Parad¨®jicamente, esta visi¨®n din¨¢mica de los flujos supone una apertura m¨¢s generosa de las fronteras y una mayor firmeza en relaci¨®n con la residencia permanente. El objetivo es acoger a trabajadores para los periodos fijos cuya finalidad de regresar a sus pa¨ªses debe establecerse a trav¨¦s de un contrato con los Estados de origen y estar claramente anunciada por los pa¨ªses de acogida. La experiencia alemana de los contratos de trabajo temporales debe ser meditada con seriedad. Algunos dir¨¢n que estas migraciones tender¨¢n inevitablemente a transformarse en migraciones permanentes. Tal vez. Pero la experiencia hist¨®rica muestra que en Europa las migraciones se convirtieron en migraciones permanentes precisamente debido a la pol¨ªtica dr¨¢stica de cierre de fronteras a partir de 1975. Al encarecerse el billete de entrada al supermercado europeo, los inmigrantes que llegan s¨®lo tienen una obsesi¨®n: quedarse. En cambio, la relativa fluidez de la circulaci¨®n de personas entre 1945 y 1975 permiti¨® de hecho la existencia de migraciones de alternancia: los argelinos, malienses y senegaleses llegaban incluso a convencerse del "mito del regreso" a su pa¨ªs de origen. Por tanto, debemos intentar nuevas estrategias para responder a la demanda migratoria de la ¨¦poca de la mundializaci¨®n. Hay que permitir estancias temporales, establecer acuerdos para pagar parte del salario, de los subsidios familiares y de las cotizaciones a la jubilaci¨®n al pa¨ªs de origen. Los Estados de origen estar¨¢n mucho m¨¢s satisfechos y, al mismo tiempo, se da a los inmigrantes la oportunidad de invertir, llegado el caso, en su pa¨ªs. En el marco de la actual liberalizaci¨®n de los flujos financieros, incluso se puede concebir la creaci¨®n de organismos bancarios especializados en la transferencia de fondos (esto ya existe entre Francia y Marruecos) y capaces de garantizar las inversiones en sus pa¨ªses de origen de los trabajadores instalados en Europa. Dentro del planteamiento de una mayor flexibilidad en la circulaci¨®n de los futuros emigrantes, si los inmigrantes logran m¨¢s f¨¢cilmente un visado de entrada, un permiso de trabajo temporal, deben saber que no pueden solicitar un permiso de residencia permanente y, si no respetan el contrato, que pueden perder definitivamente el acceso a ese dispositivo. Como es natural, esta pol¨ªtica de migraciones temporales no debe excluir la posibilidad por parte del Estado receptor de conceder, como considere oportuno, los documentos de residencia permanente, de favorecer el acceso a la nacionalidad, etc¨¦tera.
Por otro lado, esta pol¨ªtica de gesti¨®n de los flujos debe estar apoyada por una amplia y verdadera estrategia de ayuda al desarrollo. Es la mejor forma de estabilizar a las poblaciones en sus pa¨ªses. Sin embargo, es obligado se?alar que ning¨²n pa¨ªs europeo tiene hoy una pol¨ªtica de cooperaci¨®n digna de este nombre. La ayuda p¨²blica al desarrollo no deja de disminuir, mientras que los capitales privados s¨®lo se orientan hacia los pa¨ªses con nuevos mercados. A ?frica y el sur de Asia se les margina dram¨¢ticamente. En la cuenca mediterr¨¢nea, la zona de libre intercambio establecida por los acuerdos de Barcelona (1995) no tiene en cuenta ni las ventajas comparativas de los pa¨ªses del Sur (productos agr¨ªcolas) ni la demanda migratoria resultante de la adaptaci¨®n econ¨®mica estructural a la econom¨ªa europea. Dicho de otro modo, una pol¨ªtica de cooperaci¨®n amplia y verdadera debe situar a las migraciones en el coraz¨®n del proyecto. Es lo menos que puede esperarse de un pa¨ªs como Francia en relaci¨®n con ?frica. Estabilizar a las poblaciones en su pa¨ªs significa, en primer lugar, responder a las necesidades b¨¢sicas: empleo, sanidad, educaci¨®n y vivienda. ?stos son los desaf¨ªos de la cooperaci¨®n. ?stos son los sectores hacia los que debe reorientarse la reinversi¨®n de la deuda; ¨¦stos son los objetivos hacia los que deben dirigirse de forma prioritaria las transferencias de fondos de los inmigrantes. Por supuesto, es necesario que los Estados implicados hablen realmente entre s¨ª de los emigrantes, de la verdadera revoluci¨®n de la movilidad humana que tiene lugar desde hace 15 a?os. Mientras se nieguen a hacerlo -?por qu¨¦ no concebir una gran conferencia intergubernamental Norte-Sur sobre las migraciones?-, las mafias de la mano de obra lo har¨¢n en su lugar. Y a su manera. Hay que recordar que estas mafias -las mejor organizadas en Europa son las chinas, las turcas, las kurdas, las albanesas, etc¨¦tera- est¨¢n estructuradas para intervenir ya en toda Europa. Trabajan de forma met¨®dica, a menudo colaboran con redes criminales de narcotr¨¢fico, de transferencia de fondos, de mercanc¨ªas robadas y de prostituci¨®n. Entre la negativa de los Estados a plantearse seriamente la pregunta de las migraciones y las estrategias criminales de las mafias, los candidatos a la emigraci¨®n, sobre todo los que menos tienen, los m¨¢s d¨¦biles, est¨¢n atrapados entre dos fuegos. Tanto si acaban en talleres de Par¨ªs, Roma y Londres, en los que tienen que trabajar tres, cinco o siete a?os para reembolsar su "viaje" sin esperanza de regularizar su situaci¨®n, como si mueren asfixiados en un cami¨®n frigor¨ªfico, en el fondo, es casi lo mismo. Sus familiares y amigos seguir¨¢n so?ando con el Eldorado europeo y pagando, cuando queden atrapados en la espiral de la clandestinidad, el precio de su propia muerte. Dover, Gibraltar. Vivimos una ¨¦poca de b¨¢rbaros.
Sami Na?r es eurodiputado socialista.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
Sobre la firma
![Sami Na?r](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/https%3A%2F%2Fs3.amazonaws.com%2Farc-authors%2Fprisa%2Fdd1031ce-77f7-40f6-afcd-f4de5bc155c9.png?auth=a0956ecb114e145fcb25ad30a2558ccc7f5b05bb9013c0d376e3d40778fbd0cf&width=100&height=100&smart=true)