El fracaso del comunismo

Seguramente habr¨ªa que empezar a reflexionar sobre qu¨¦ hay que entender por teatro internacional en una ciudad como Barcelona, a la que van llegando obras del extranjero sin orden ni concierto y con cuentagotas, y tambi¨¦n sobre lo que deber¨ªa ser ese teatro internacional en un festival con pretensiones como el Grec. Teatros casi vac¨ªos, esa es la impresi¨®n que se saca de las dos piezas internacionales que hasta ahora se han presentado, Ajax-Philoct¨¨te y Txevengur. ?No interesa, est¨¢ mal publicitado, mal seleccionado, programado en apelotonamiento al principio del Grec? Un poco de eso hay, y tambi¨¦n la sensaci¨®n de que ni son primicias ni est¨¢n tampoco en la cresta de la ola. Txevengur, del Maly Drama Theatre, dos horas en ruso con subt¨ªtulos, hubiese tenido, sin duda, mucho mejor acogida en temporada.Txevengur, a partir de la novela que Andr¨¦i Plat¨®nov escribi¨® en 1927, tiene inter¨¦s, hoy, por la virulencia de la cr¨ªtica que hace al comunismo ruso. En el pueblo de Txevengur un grupo de desheredados decide, sin teor¨ªas ni f¨®rmulas, poner en marcha el verdadero comunismo, y lo primero que hacen es, sencillamente, matar a todos los propietarios. Y ya est¨¢, porque a partir de entonces deciden vivir en buena amistad de la energ¨ªa que al sol le sobra. Al final, evidentemente, llega el desastre. De hecho, aunque esto sea algo de lo que el espectador de aqu¨ª no tiene idea, algo parecido ocurri¨®, tras la guerra y la revoluci¨®n, en las zonas rurales de Rusia y acab¨® desembocando en grandes hambrunas. Eso explica, justamente, Txevengur, y hoy puede extrapolarse la met¨¢fora a todo lo ocurrido all¨ª hasta el final de la URSS, o m¨¢s extensamente como el fracaso de la utop¨ªa.

Como montaje, Txevengur re¨²ne constantemente sobre la escena a casi todos sus int¨¦rpretes, que hablan y hablan sin que la acci¨®n esc¨¦nica sea excesivamente vistosa. Los subt¨ªtulos ayudan, pero no resuelven, y acaba siendo dif¨ªcil, casi imposible, penetrar en el humor ¨¢cido, en el lirismo, en las reflexiones que sin duda contienen los di¨¢logos. Los int¨¦rpretes act¨²an frente a una pared impenetrable, mientras que lo que el espectador ve es a una docena de actores evolucionando sobre una plataforma oscilante, como un puente levadizo, que sirve a Lev Dodin para crear diferentes espacios sin que el resultado llegue a ser pl¨¢sticamente brillante.

Poca comunicaci¨®n puede haber. Y tampoco se tiene la sensaci¨®n de estar frente a grand¨ªsimos int¨¦rpretes, ni frente a un gran montaje, ni frente a un teatro innovador. De Txevengur se sale con la sensaci¨®n de haber entendido poco, pero tambi¨¦n de que lo que cuenta podr¨ªa haberse contado en la mitad de tiempo, a un ritmo m¨¢s din¨¢mico, menos plomizo.