LA DEFENSA ANTIMISILES. La falacia estrat¨¦gica de Clinton.
El autor expone que la idea misma de una defensa nacional antimisiles contra Estados "rebeldes" encierra una falacia b¨¢sica para la que no existe remedio posible.
Con tiempo y con dinero se pueden resolver casi todos los problemas de ingenier¨ªa, el Congreso puede hacer la vista gorda, aunque se rebasen enormementelos costes, y hoy en d¨ªa las vehementes objeciones de Europa y hasta la oposici¨®n de Rusia quiz¨¢s se pueden resolver negociando. Pero la idea misma de una defensa nacional antimisiles (NMD) contra Estados "rebeldes" encierra una falacia b¨¢sica para la que no existe remedio posible. All¨¢ por 1967, cuando la Administraci¨®n de Johnson propuso el programa Centinela contra misiles bal¨ªsticos, su misi¨®n declarada era interceptar los misiles bal¨ªsticos intercontinentales chinos (ICBM). China, atrapada entonces en la histeria de masas de la Revoluci¨®n Cultural, era el Estado rebelde por excelencia, implacablemente hostil y totalmente impredecible. La aparici¨®n de sus primeros ICBM fue especialmente alarmante, porque daba la impresi¨®n de que el pa¨ªs estaba prepar¨¢ndose en serio para la guerra nuclear. Adem¨¢s se publicaron declaraciones del presidente Mao afirmando que s¨®lo el pueblo chino podr¨ªa sobrevivir a una guerra nuclear global que arrasar¨ªa a la Uni¨®n Sovi¨¦tica y a Estados Unidos. Incluso hab¨ªa temores de una ofensiva "catal¨ªtica" china, encaminada a provocar ataques nucleares mutuos entre norteamericanos y sovi¨¦ticos. Por consiguiente, era posible justificar el programa Centinela, al menos en principio. Si se lograba que sus complejos radares y misiles interceptores funcionaran fiablemente ser¨ªa posible proteger a los estadounidenses frente a un acto de locura de Mao, sin destruir el equilibrio disuasivo con la URSS, porque el tama?o de Centinela estaba pensado para interceptar el pu?ado de ICBM chinos, y no el enorme n¨²mero de misiles bal¨ªsticos sovi¨¦ticos basados en tierra y en mar.La gran objeci¨®n t¨¦cnica con respecto a Centinela era que sus interceptores depend¨ªan de detonaciones nucleares para destruir las cabezas que llegaban del exterior, lo cual agravaba enormemente los riesgos de un sistema extremadamente complejo que tendr¨ªa que funcionar perfectamente la primera vez que se activaba. La objeci¨®n estrat¨¦gica era que una defensa "escu¨¢lida" no har¨ªa sino animar a los chinos a construir m¨¢s ICBM para asegurarse de que al menos algunos lograban penetrar. En cualquier caso, antes de que se hubiera avanzado mucho con Centinela, la nueva Administraci¨®n de Nixon sali¨® en 1969 con el programa Salvaguardia, dr¨¢sticamente revisado. Tambi¨¦n proporcionaba una escu¨¢lida defensa a todo EE UU, pero a?ad¨ªa muchos interceptores de corto alcance para proteger selectivamente silos de ICBM, que entonces se pensaba que eran cada vez m¨¢s vulnerables a un primer ataque sovi¨¦tico para hacerles bajar la guardia. Con anterioridad a la votaci¨®n del Congreso para autorizar el programa se origin¨® una gran controversia nacional, mucho m¨¢s amplia y m¨¢s informativa que el debate actual hasta ahora. La Administraci¨®n de Nixon acab¨® imponi¨¦ndose -por un solo voto en el Senado de EE UU-, pero, en vez de construir Salvaguardia, firm¨® el Tratado ABM de 1972, renunciando a las defensas contra misiles bal¨ªsticos en el contexto del primer acuerdo de limitaci¨®n de armas estrat¨¦gicas con la URSS. Est¨¢ claro que los razonamientos a favor de Salvaguardia no llegaban a convencer del todo, ni siquiera dentro de la propia Administraci¨®n de Nixon.
Tras un intervalo de diez a?os, en el que no se oy¨® hablar de defensas contra misiles bal¨ªsticos, el presidente Reagan apoy¨® propuestas extraoficiales para desplegar en el espacio un conjunto de sat¨¦lites de detecci¨®n, seguimiento y exterminio. Reagan dej¨® claro que no le interesaba una defensa de poco espesor o selectiva: quer¨ªa protecci¨®n absoluta frente a cualquier -y frente a todo- misil bal¨ªstico, resultado que para ¨¦l equival¨ªa a acabar con el peligro nuclear en su conjunto, haciendo caso omiso de los misiles de crucero, los bombarderos, etc¨¦tera. Ridiculizada ampliamente en los medios de comunicaci¨®n como fantas¨ªa tecnol¨®gica -pronto se la apod¨® guerra de las galaxias-, la defensa de Reagan basada en el espacio tropez¨® con la firme oposici¨®n de los m¨¢s altos funcionarios de Defensa. Luego, envueltos en un vasto programa de rearme centrado en la producci¨®n de armas ya existentes m¨¢s que en la innovaci¨®n de cualquier tipo, rechazaron las armas radicalmente nuevas propuestas por los asesores extraoficiales de Reagan. Como siempre, los jefes del Ej¨¦rcito se opusieron a que se desviaran fondos destinados a las fuerzas tradicionales, mientras que sus hom¨®logos civiles no pod¨ªan aceptar la arrogante indiferencia de Reagan hacia el equilibrio de la destrucci¨®n mutua asegurada. Cuando Reagan revel¨® que ¨¦l mismo subvertir¨ªa la disuasi¨®n en cualquier caso, neg¨¢ndose a autorizar el uso de armas nucleares, aunque fuera en respuesta a un ataque sovi¨¦tico previo, y cuando m¨¢s tarde a?adi¨® que la URSS tambi¨¦n deber¨ªa tener su propia defensa espacial, sus aterrados funcionarios conspiraron para mantener el secreto y le dieron largas con la investigaci¨®n de nunca jam¨¢s sobre la "iniciativa de defensa estrat¨¦gica".
Hubo un largo intervalo, casi 15 a?os, durante el cual la defensa contra misiles bal¨ªsticos s¨®lo sobrevivi¨® como un programa de investigaci¨®n secundario del Ej¨¦rcito, cuyos misiles interceptores segu¨ªan fallando en las pruebas. Pero es evidente que hay impulsos profundamente arraigados, entre otros, la a?oranza neoaislacionista por la seguridad unilateral y las ambiciones tecnol¨®gicas. Esta vez, todo lo que se ha necesitado para resucitar la idea fue la prueba de un misil norcoreano que se zambull¨® en el Pac¨ªfico en el extremo m¨¢s alejado de Jap¨®n. La NMD propuesta por Clinton retorna a la vieja misi¨®n de Centinela de proporcionar una defensa de poco espesor frente a los peque?os n¨²meros de ICBM que los "Estados rebeldes" puedan adquirir en el futuro. Una objeci¨®n importante es el efecto que tendr¨¢ en China: si se ve enfrentada a una NMD plausible se ver¨ªa obligada a construir muchos m¨¢s ICBM para seguir contando con un elemento disuasorio v¨¢lido. Hoy en d¨ªa, China tiene menos de 20 misiles bal¨ªsticos intercontinentales, en comparaci¨®n con los 550 de EE UU. Es evidente que sus l¨ªderes consideran las armas nucleares como simb¨®licas y no ven ninguna necesidad de adquirirlas a granel. Animar positivamente a los chinos a fabricar muchos m¨¢s ICBM, amenazando con interceptar los 50 primeros, parece una idea excepcionalmente mala.
Pero lo que condena a la NMD es un defecto todav¨ªa m¨¢s b¨¢sico. La estrategia no es ingenier¨ªa, no se aplica a objetos inanimados, sino a enemigos vivientes que reaccionan. Si futuros Estados rebeldes pertrechados con armas nucleares e ICBM se vieran enfrentados a unas defensas contra misiles bal¨ªsticos convincentes, no renunciar¨ªan sin m¨¢s. Si estuvieran empe?ados en atacar a EE UU emplear¨ªan un sistema de lanzamiento encubierto, una propuesta perfectamente factible. Por ejemplo, el servicio de aduanas estadounidense s¨®lo puede registrar una parte de los miles de contenedores que se descargan diariamente sus puertos. En la actualidad, ni Corea del Norte ni ning¨²n otro Estado rebelde tienen armas nucleares ni ICBM. Pero si cualquiera de ellos adquiere armas nucleares en el futuro, el sitio m¨¢s seguro para ellas est¨¢ encima de los ICBM, donde al menos se pueden contar, controlar y tal vez destruir preventivamente. Adem¨¢s es probable que los l¨ªderes rebeldes sean m¨¢s responsables a la hora de controlar armas nucleares que los contrabandistas-terroristas. El Centinela de Johnson, el Salvaguardia de Nixon y la "iniciativa de defensa estrat¨¦gica" de Reagan fueron programas muy ambiciosos para su ¨¦poca desde el punto de vista t¨¦cnico, y todos ellos fueron criticados por ser demasiado complejos como para poder funcionar. Pero el gran problema con la NMD de Clinton es que podr¨ªa funcionar muy bien y llevar a los Estados rebeldes a encontrar formas todav¨ªa m¨¢s siniestras de expresar su hostilidad.
Edward N. Luttwak es miembro directivo del Centro de Estudios Internacionales y Estrat¨¦gicos de Washington.
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