Woods: l¨®gica y metaf¨ªsica
El golfista estadounidense lleva prepar¨¢ndose desde los seis meses para conseguir su objetivo: ser el mejor deportista del mundo
A la distancia de un par cuatro, es decir unos 400 metros, del campo donde se acaba de disputar el Open Brit¨¢nico hay un peque?o edificio de color gris. El Departamento de L¨®gica y Metaf¨ªsica de la Universidad de Saint Andrews. Se le podr¨ªa proponer al catedr¨¢tico encargado del departamento que el a?o universitario que viene inaugure un nuevo curso: "La L¨®gica y la Metaf¨ªsica en el juego de Tiger Woods". Porque las dos antiguas disciplinas sirven, igual de bien que cualquier otro m¨¦todo de an¨¢lisis, para el intento de anatomizar la genialidad del hombre que -ya no se puede dudar- es el mejor deportista del mundo.Primero la l¨®gica. El hecho de que Woods, a los 24 a?os, ya sea uno de los cinco jugadores que han ganado el Grand Slam de golf -los cuatro grandes torneos-, que haya destrozado a todos sus rivales tanto en el Open Brit¨¢nico como en el de Estados Unidos, que haya triunfado en 16 de los ¨²ltimos 29 torneos en los que ha participado es la consecuencia directa de que ha estado trabajando hacia su objetivo de convertirse en el mejor golfista visto desde que tuvo apenas seis meses. Porque a esa edad su padre, un coronel del ej¨¦rcito americano, ya le estaba lavando el cerebro. Cada d¨ªa lo sentaba a Tiger en su sillita alta, se colocaba en frente de ¨¦l, con un palo de golf en la mano, y hac¨ªa swing tras swing, hasta que el ni?o, hipnotizado, cay¨® en la costumbre de seguir con los ojos el movimiento pendular de su pap¨¢.
A los siete meses, el colonel Earl Woods le compr¨® a Tiger su primer palo. A partir de los 18 meses, Earl le llevaba todos los d¨ªas al campo de pr¨¢cticas. A los dos a?os el prodigio estaba jugando al golf en televis¨ªon con Bob Hope. A los cuatro, ya ten¨ªa un profesor de golf particular; a los diez, un psic¨®logo que le trataba de inculcar la mentalidad de un ganador.
Hoy en d¨ªa, aunque ya haya llegado a la cima de la monta?a, se pasa m¨¢s horas practicando su juego que cualquier otro profesional. En su b¨²squeda de la perfecci¨®n lanza ochocientas bolas seguidas y despu¨¦s se pasa dos horas en el green practicando sus putts.
En resumen, existe cierta l¨®gica tras la espectacular carrera de Tiger Woods. Se trata, casi, de una f¨®rmula mat¨¦matica. Pero casi, nada m¨¢s. Es aqu¨ª donde entra en juego la metaf¨ªsica. Es decir, el misterio. Las cosas que el ser humano es incapaz de entender. Un gran deportista, por m¨¢s que uno se esfuerze, no se puede fabricar.
Woods est¨¢ gen¨¦ticamente dotado para el golf, como Pel¨¦ y Maradona lo estuvieron para el f¨²tbol. Pero, en el golf m¨¢s que en otros deportes, los genes deben aportar m¨¢s que condiciones f¨ªsicas -musculatura, reflejos- excepcionales. El 50% del golf, por lo menos, se juega dentro de la cabeza. Y como la ciencia todav¨ªa no acaba de explicarnos qu¨¦ es lo que ocurre dentro de la cabeza, no nos queda otra cosa que recurrir a la metaf¨ªsica. O quiz¨¢s (el jugador dan¨¦s Thomas Bjorn dijo el s¨¢bado que Woods estaba "en otro planeta") a la astrolog¨ªa.
Porque el misterio de Woods va m¨¢s all¨¢ del golf. No es simplemente un gran golfista. La cabeza de Woods no s¨®lo sirve para jugar con un dominio de la bola, y de las t¨¢cticas que cada campo precisa, excepcionales. Es un hombre inteligente, muy bien articulado. Cuando lo entrevistan en televisi¨®n demuestra esa habilidad tan esencial en el mundo pol¨ªtico contempor¨¢neo de hablar con sinceridad y simpat¨ªa, sin decir mucho. Por eso en su pa¨ªs dicen que podr¨ªa llegar un d¨ªa a ser presidente de Estados Unidos. Y no es un disparate.
Primero querr¨¢ cumplir la misi¨®n de su vida, que es ganar m¨¢s torneos de Grand Slam que Jack Nicklaus. Le faltan catorce. Si llega a la meta, digamos, a los 40 a?os (lo que significar¨ªa ganar menos de un grande por a?o), se podr¨ªa aburrir. Podr¨ªa necesitar nuevos retos. Como, por ejemplo, convertirse en el individuo m¨¢s poderoso del planeta. Y que nadie lo dude: si un actor mediocre, con un cerebro peor que mediocre, fue capaz de llegar a la Casa Blanca, un golfista brillante e inteligente -la gran superestrella americana- lo puede hacer tambi¨¦n. Puede ser, como algunos han se?alado, que antes de lograr el objetivo por el cual naci¨®, se lesione. O que de repente caiga en un baj¨®n inexplicable -metaf¨ªsico- como le ha ocurrido a Ballesteros. Pero esa no ser¨ªa una buena apuesta. M¨¢s bien parece que los dem¨¢s grandes jugadores de golf tendr¨¢n que resignarse, durante muchos a?os m¨¢s, a la triste realidad de que est¨¢n jugando en la segunda divisi¨®n.
Justo detr¨¢s de la Casa Club de Saint Andrews hay un monumento. Una peque?a torre que recuerda a los m¨¢rtires protestantes que los cat¨®licos quemaron vivos en el siglo XVI. Deberi¨¢n de cambiar la dedicatoria. O construir una torre nueva. No hay mejor lugar que la cuna del golf para erigir un monumento a los m¨¢rtires del venerable deporte, a todos los jugadores que han sufrido, y sufrir¨¢n, la desdicha de enfrentarse a Tiger Woods,
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