Vagancia
Ya s¨¦ que estamos en pleno periodo de vacaciones y que el art¨ªculo que corresponde escribir ahora suele ser de un modo u otro en elogio del ocio, del reposo y de los gozos del repantingarse. Y por supuesto ni en los contentos del verano ni en el invierno de nuestro descontento me apetece lo m¨¢s m¨ªnimo escribir nada a favor del trabajo: ?he olvidado un poco a algunos maestros del pasado, pero entre ellos no est¨¢ Lafargue! Sin embargo, quisiera decir algo contra la pereza contempor¨¢nea a la que, si bien no considero "madre de todos los vicios" (no quiero honrarla llam¨¢ndola "madre", porque la pereza se reproduce precisamente por clonaci¨®n), s¨ª que considero ingrediente principal de algunos de los peores. Ya s¨¦ que los perezosos no son nunca grandes criminales: pero son c¨®mplices por defecto de quienes lo son y sobre todo de sus fechor¨ªas. Sin holgazanes la tarea de los canallas ser¨ªa mucho m¨¢s dif¨ªcil y sobre todo las canalladas no prosperar¨ªan autom¨¢ticamente.Quiero comentar esta perspectiva porque creo que sigue siendo infrecuente. El ¨²ltimo que se ha atrevido estupendamente a denunciar la culpabilidad de la pereza es Arcadi Espada -merecid¨ªsimamente premiado ahora con el "Cuco Cerecedo", de periodismo- en uno de los libros menos prescindibles de la temporada y de muchas temporadas: Raval o el amor a los ni?os (ed. Anagrama). ?Por qu¨¦ pudo prosperar en la civilizada Barcelona un indecente montaje criminalizador de inocentes con apoyo de periodistas, polic¨ªas y jueces? No por deliberada mala fe de quienes contribuyeron a ¨¦l, sino gracias a su desidia profesional y al dejarse resbalar por la rentable pendiente de la pereza colectiva. Lo cual debe ser expl¨ªcitamente subrayado dado que, como bien se?ala Espada, "los cr¨ªmenes de los vagos han gozado de poca audiencia literaria".
Y es que vivimos una ¨¦poca social que absuelve cualquier manifestaci¨®n individual de abulia y proyecta toda responsabilidad por los males que nos aquejan a la estructura del sistema o a la perversidad inevitable de "los de arriba". F¨ªjense por ejemplo en la cuesti¨®n del tabaco. Quienes han enfermado por abusos en el fumar culpan a las grandes tabaqueras e incluso encuentran en ciertos pa¨ªses significativa audiencia jur¨ªdica a sus reclamaciones de indemnizaci¨®n. La culpa de su exceso es de quienes les incitaban a cometerlo o les proporcionaban el veneno que reclamaban. Ellos, en cambio, funcionaban con el piloto autom¨¢tico puesto, es decir: son inocentes y v¨ªctimas. Seg¨²n lo que desde hace tiempo se hace profusamente constar, "las autoridades sanitarias avisan de que fumar produce enfermedades mortales". Advertencia que ser¨ªa irreprochablemente exacta si se formulase as¨ª: "fumar demasiado puede llegar a matar". ?Por qu¨¦ nunca se incluye ni se incluir¨¢ ese adverbio cuantitativo? Porque equivaldr¨ªa a reconocer la responsabilidad de cada cual en el uso o abuso de una sustancia eventualmente peligrosa. Si lo malo es fumar, la culpa ser¨¢ de Philip Morris o de los estados que autorizan la venta de tabaco y se lucran con los impuestos sobre ella. Pero si lo verdaderamente da?ino es fumar demasiado (h¨¢bito no inevitable, puesto que hay fumadores morigerados) alguna responsabilidad tendr¨¢n tambi¨¦n en su desgracia los que as¨ª se excedieron. ?Inadmisible suposici¨®n! Lo ab¨²licamente correcto es aceptar que al tabaco no hay voluntad que le resista o le administre y que rodar cuesta abajo es la forma irremediable de andar por las cuestas peligrosas. Eso, o la prohibici¨®n y la abstinencia forzosa. ?Perezosos del mundo, un¨ªos!
Algunos elementos de so?olienta desidia han estropeado tambi¨¦n el dichoso informe de la Academia de Historia, pese a la sensatez b¨¢sica de su planteamiento. No se puede hablar as¨ª de las ikastolas, en general, como si fueran una cadena de hamburgueser¨ªas en todas las cuales se sirviese el mismo men¨². Y para juzgar los textos en euskera es preciso molestarse en aprender euskera o consultar a quienes lo sepan, a fin de poder documentar lo que se afirma: porque ejemplos de disparates megal¨ªticos los hay y abundantes. Por hacer las cosas de manera un tanto "impresionista", es decir bas¨¢ndose m¨¢s en impresiones que en el esfuerzo de documentarse a fondo, se ha malgastado una buena oportunidad de llamar la atenci¨®n convincentemente sobre uno de los aspectos problem¨¢ticos de la fragmentada educaci¨®n actual en Espa?a. La cuesti¨®n no es si la historia admite varias lecturas o s¨®lo una sino c¨®mo evitar que se eduque a los conciudadanos para que sientan la obligaci¨®n de dejar de serlo en lugar de para que sigan si¨¦ndolo en armon¨ªa. ?Pero si hasta Cruyff se ha dado cuenta -y as¨ª se lo dec¨ªa a Valdano en una entrevista publicada en este mismo peri¨®dico- de que no s¨®lo se idolatra cada identidad regional y se reh¨²ye la espa?ola, sino que tales identidades se definen por su antagonismo frente a otras y sobre todo frente a la idea de algo com¨²n compartido! El informe ha suscitado un coro de lamentos hip¨®critas por la pluralidad vulnerada aut¨¦nticamente sonrojante. Y ya sabemos lo que es "pluralismo" para algunos nacionalistas: trescientos chicos examin¨¢ndose en catal¨¢n y expulsi¨®n para la profesora que entregue un examen en castellano al ¨²nico que lo solicita. Pluralismo en Espa?a y homogeneidad en casa. Al estr¨¦pito de tantas protestas, junto a los nacionalistas mismos, se han unido tambi¨¦n algunos de sus habituales pensionados. Por ejemplo Ernest Lluch, en un art¨ªculo en La Vanguardia, clamaba contra intelectuales como Juaristi o yo mismo que seg¨²n ¨¦l exhortamos al Gobierno para que agreda anticonstitucionalmente a las lenguas propias de cada autonom¨ªa (?sic!) . Es parad¨®jico el caso de este Lluch: por falta de riego, siempre mea fuera del tiesto.
Pero quiz¨¢ la apoteosis de la vagancia colectiva sea el ¨¦xito del programa Gran Hermano. De todo lo que actualmente puede verse en televisi¨®n, nada exige menos esfuerzo al espectador: cualquier preparaci¨®n intelectual, cualquier veleidad est¨¦tica, cualquier sutileza reflexiva ser¨ªa un obst¨¢culo para disfrutar de ¨¦l. No se trata de celebrar lo "maravilloso cotidiano", elogiado por el surrealista Louis Aragon, sino la cotidianidad en lo que tiene de estereotipo falsificador de la vida: no gente corriente tratando de interpretar sus existencias en el gran teatro del mundo, sino malos actores interpretando lo que entienden por "vida corriente" los mutilados psicol¨®gicos que alimentan su pasividad con la prensa del coraz¨®n. Lo ¨²nico impresionante de los adictos a esta siesta con anuncios es su n¨²mero: ?once millones! M¨¢s all¨¢ de la sociedad del espect¨¢culo de los situacionistas aparece el triste espect¨¢culo de la sociabilidad fingida coram populo, arrollador. ?Para qu¨¦ recrear las incidencias profundas de la vida humana real con Stendhal o Dostoievski, para qu¨¦ meditar sobre ella, si podemos verla pasar con s¨®lo enchufarnos a Telecinco? Antes la popularidad medi¨¢tica se establec¨ªa mirando por el ojo de la cerradura el dormitorio o el w¨¢ter de los famosos, para comprobar que ellos tambi¨¦n padecen como nosotros; ahora ya nos contentamos con hacer famoso a cualquiera que se deja atisbar por el ojo de la cerradura mientras finge padecer (?esas repulsivas despedidas cada mi¨¦rcoles, reiterativas en lloriqueos subhumanos!).
"?Hay que formar una barrera contra la mierda!", clamaba Flaubert. Pero, si la mayor¨ªa se pone del lado de la caca, ?con qui¨¦n defendemos la barricada? A lo que m¨¢s se parece Gran Hermano es a un r¨¦gimen democr¨¢tico envilecido, el que los pol¨ªticos se pavonean y fingen naturalidad ante las c¨¢maras, mientras el vulgo se cree "activo" porque elige entre ellos qui¨¦n se queda y qui¨¦n se va. Con eso basta para ser pol¨ªticamente libres, no hag¨¢is nada m¨¢s. El resto es bostezo. Y a m¨ª tambi¨¦n me da mucha pereza acabar esto.
Fernando Savater es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la Universidad Complutense.
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