Iluminaci¨®n ¨ªntima de Anna Bergman
Hace cosa de dos d¨¦cadas, uno de los artistas m¨¢s eminentes de este siglo, el coloso del cine sueco, el viejo, hosco, angustiado, dolorido y ahora tambi¨¦n solitario Ingmar Bergman, que siempre hurg¨® con las ra¨ªces de sus pel¨ªculas en algunas delicadas y fr¨¢giles zonas muy cercanas a su propia vida y a sus experiencias m¨¢s ¨ªntimas, pero que por respeto a sus muertos, y probablemente tambi¨¦n a s¨ª mismo, nunca se hab¨ªa atrevido a vulnerar la frontera del secreto biogr¨¢fico y dar un salto de lo fabulado a lo ocurrido, rompi¨® por fin la contenci¨®n del pudor e irrumpi¨® con el estr¨¦pito de una c¨¢mara dentro de los silenciosos y oscuros interiores de su sangre, en los pasajes del tiempo pasado por donde surgi¨® y se extingui¨® su familia.Dio este salto en las retorcidas y col¨¦ricas galer¨ªas por donde corre el flujo secretamente suicida de Fanny y Alexander. Pero al ver ya hecho, ya objeto, con la calma de quien contempla algo ajeno, aquel febril prodigio de indagaci¨®n en su memoria, cuentan que Ingmar Bergman tuvo un escalofr¨ªo de miedo y decidi¨® no volver a ponerse detr¨¢s de una c¨¢mara para seguir hurgando en oscuridades de paredes adentro. Arguy¨® cansancio. El miedo cansa. Y dej¨® que otros hicieran por ¨¦l sus pel¨ªculas m¨¢s suyas, m¨¢s necesarias. Tem¨ªa probablemente Bergman a la violencia de su estilo cruel y poco inclinado a la piedad, y no quiso iluminar, porque tal vez hecha por ¨¦l esta iluminaci¨®n se convirtiese en tiniebla, la interioridad de su madre, Anna Bergman, un inmenso y fascinante personaje losa, que le obsesion¨® y que necesitaba averiguar, indagar y luego contar.
Y mientras ¨¦l torc¨ªa renglones y m¨¢s renglones de escritura a tumba abierta, eligi¨® para que sembrasen en ellos luz de cine a gente tan libre, ecu¨¢nime, generosa y apacible como Bille August, que ide¨® en 1992 la exquisita arquitectura emocional de Las mejores intenciones; a Liv Ullmann, amiga y ex mujer, que film¨® en 1997 con absoluta luminosidad el otro lado, el oscuro, del rostro de Anna Bergman en Confesiones privadas; y a Pernilla August, suave pero recia, portentosa actriz, uno de los rostros m¨¢s hermosos y transparentes que existen, que transfigur¨® en ambas formidables pel¨ªculas el rostro de la compleja mujer que interpreta, esta intensa Anna Bergman que ahora ennoblece nuestras humilladas pantallas, una honda, amarga y tr¨¢gica personalidad, que su hijo, un artista ya exiliado en el umbral de la espera de la muerte en una g¨¦lida isla b¨¢ltica s¨®lo poblada por ¨¦l, ha convertido paso a paso, a golpes de amor y de rencor, en un personaje universal, de pura estirpe n¨®rdica y con la poderosa fuerza transgresora de la Hedda Gabler de Henrik Ibsen; y quiz¨¢s tambi¨¦n una especie de sombra realista, cercana, reconocible de la lejana Se?orita Julia de August Strindberg.
Hace unos a?os pas¨® por las carteleras espa?olas a toda velocidad, sin pena ni gloria, como si se tratara de una aburrida median¨ªa, la hermosura de Las mejores intenciones. Y la primera iluminaci¨®n ¨ªntima de Anna Bergman pas¨® casi inadvertida. Ahora est¨¢ aqu¨ª Private confessions o Confesiones privadas, pero como su hermana mayor tambi¨¦n casi escondida en unas cuantas peque?as salitas que -rodeadas de centenares en las que se proyectan espectaculillos mec¨¢nicos simuladores de arte- sostienen todav¨ªa lo poco que queda aqu¨ª del honor del cine. Ha esperado la segunda iluminaci¨®n de Anna Bergman, un monumento del cine europeo -ciertamente un monumento complejo y no hecho para tragaderas adictas a lo f¨¢cil- casi tres a?os para encontrar una pantalla desde la que dejar ver, a quienes quieran y sepan verlo, el inabarcable gesto de talento cinematogr¨¢fico que lleva dentro este tierno esfuerzo introspectivo de un hombre por rescatar de s¨ª mismo a su madre muerta, tal vez para reanudar en ella la idea m¨¢s radical del cine que existe, la forjada por el maestro de Bergman, Carl Theodor Dreyer en La palabra, de la imagen como ¨²nica antesala del milagro de la resurrecci¨®n. Y hay algo de este hermoso esfuerzo demente en la terca pasi¨®n de Bergman por remediar, con el milagro de dos iluminaciones ¨ªntimas, la ausencia de su madre.
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