El precipicio del Bellveret
El Bellveret es la azotea de X¨¤tiva, aunque antes fue el suelo de esta ciudad cuyo nombre suena como un latigazo seco sobre un lomo. Se trata de un lugar sagrado con indicios de profanaci¨®n municipal situado sobre el monte Vernissa y cortado en guillotina por un precipicio en cuyo filo se han medido los hombres desde el s¨ªlex al poliesp¨¢n. Contra este canto se han partido el cr¨¢neo unos y otros desde hace m¨¢s de 30.000 a?os.La historia no se ha podido resistir a subirse a este pedernal tan magn¨¦tico. Desde el hombre de Neandertal hallado a fragmentos en la Cova Negra al especulador m¨¢s reciente, todos han querido imprimir su huella encima de esta irritaci¨®n geol¨®gica que separa la huerta del secano, y que con tanta minuciosidad reprodujo a l¨¢piz el holand¨¦s Van den Wijngaerde en el siglo XVI.
Sobre esta ladera se confeccionaron los pa?uelos de lino m¨¢s apreciados en el Imperio Romano, cuyas excelencias fueron cantadas hasta por C¨¢tulo en un arrebato l¨ªrico. Pero este repecho no s¨®lo absorbi¨® el vigor de las exquisitas narices y lagrimales romanos. Aqu¨ª mismo, con paja y arroz, naci¨® entre los siglos XI y XII la industria papelera para que el exiliado Ibn Hazm de C¨®rdoba escribiese el tratado sobre el amor y los amantes El collar de la paloma. Y desde este lugar se lanz¨® la batalla comercial del papel contra el pergamino en Europa.
Debajo de las tablas de algarrobos de costilla de asno todav¨ªa se insin¨²a el osario de este esplendor, que fue recubierto con tierra por el aluvi¨®n y los labradores. En el suelo a¨²n quedan trozos de algunas columnas de m¨¢rmol de la sierra del Buscarr¨® carcomidos por la intemperie. Romanos, musulmanes y visigodos vistieron su poder¨ªo con esta piedra rosada y venosa que lleg¨® a ser un signo de identidad local. Tambi¨¦n los cristianos recurrieron a este m¨¢rmol en el siglo XIII para sostener el atrio de la ermita de Sant Feliu y sobrehumanizar la Colegiata. Luego los papas Borja, Calixto III y Alejandro VI, se lo llevar¨ªan hasta Roma para decidir el rumbo del mundo sobre una fr¨ªa mesa rosada.
En el borde del precipicio todav¨ªa palpita esta energ¨ªa, incluso se presiente el olor a chamusquina del pir¨®mano D'Asfeld en el humo que sube desde los pucheros, as¨ª como el dulce temblor del reuma que acab¨® con las aspiraciones a la corona de la casa Urgel. S¨®lo hay que poner las yemas de los dedos en el filo de esta roca que forma, con la ermita pitag¨®rica de Santa Anna y el chich¨®n cret¨¢cico de El Puig, un conjunto megal¨ªtico con una fuerza capaz de producir el primer papel, erigir dos papas, colgar bocabajo a Felipe V, desatar el aullido de Raimon y de cuajar el color de merluza hervida de los cristos de Jos¨¦ Ribera.
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