Un cuento de encargo (4)
El, en su caso, tampoco se fiar¨ªa. Al contrario, si ¨¦l fuera el director, estar¨ªa encima de ¨¦l todos los d¨ªas, no fuera a olvidarse del relato.El escritor conoc¨ªa su imagen; su fama de escritor lento y un tanto indisciplinado que le hab¨ªa hecho temible en las editoriales. Cada a?o, su editor le llamaba un par de veces para ver c¨®mo llevaba la novela y ¨¦l siempre le respond¨ªa lo mismo: m¨¢s o menos.
-M¨¢s o menos... ?Qu¨¦ quieres decir con eso?
-Pues eso: que m¨¢s o menos. Y de ah¨ª no le sacaban.
Siempre hab¨ªa escrito as¨ª: despacio y sin gran constancia. Para ¨¦l, la literatura no era una profesi¨®n, aunque desde hac¨ªa ya a?os viv¨ªa exclusivamente de ella, sino una destilaci¨®n paciente de las palabras. Lo contrario, se dec¨ªa, no merec¨ªa la pena. Y aunque la mereciese. A ¨¦l no le interesaba.
Pero, ahora, no se trataba de escribir una gran obra. Se trataba simplemente de escribir un cuento breve para consumo de un p¨²blico lector que ni siquiera se fijar¨ªa en el texto. Como mucho, en el tejido de la trama.
Pero, ?qu¨¦ pod¨ªa contarles? ?Una aventura estival? ?Un tri¨¢ngulo amoroso? ?Un relato con ribetes polic¨ªacos? Escribe de cualquier cosa, le dec¨ªa su mujer, que en seguida lo solucionaba todo.
Pero a ¨¦l no le apetec¨ªa escribir de cualquier cosa. ?l era un escritor serio y solamente escrib¨ªa de lo que le interesaba a ¨¦l. All¨¢ otros si lo hac¨ªan. Cada cual ten¨ªa sus l¨ªmites y su conciencia profesional.
El problema era, entre tanto, que el tiempo se iba pasando. Ya hab¨ªa perdido diez d¨ªas y apenas le quedaban otros diez. Mucho tiempo para otros, pero apenas un suspiro para ¨¦l. Sobre todo, si segu¨ªa sin saber de qu¨¦ escribir.
Como le ocurr¨ªa en esos casos, el humor empez¨® a cambiarle. La indecisi¨®n en la que viv¨ªa hizo que se volviera irascible y lo pagaba con su familia, que no ten¨ªa la culpa. Su mujer, sobre todo, que lo ¨²nico que hac¨ªa era tratar de ayudarle (bien es cierto que, a menudo, atosig¨¢ndole todav¨ªa m¨¢s), era la que llevaba la peor parte.
-Hijo, es que no se te puede decir nada -se quejaba.
-Lo que no puedes t¨² es estar callada.
-Tranquilo, que no te volver¨¦ a decir ni m¨².
Pero, enseguida, se le olvidaba:
-?Qu¨¦ quieres para cenar?
-Me da igual -dec¨ªa ¨¦l, reconcentrado.
-Pues si a ti te da igual... -le respond¨ªa ella, alej¨¢ndose.
Ten¨ªa que hacer algo. No pod¨ªa seguir as¨ª. Si segu¨ªa as¨ª mucho tiempo, sin resolver aquel compromiso, terminar¨ªa hasta divorci¨¢ndose. ?Qui¨¦n le mandar¨ªa a ¨¦l, pens¨® por en¨¦sima vez, aceptar escribir aquel relato?
El escritor pens¨® que quiz¨¢ lo mejor que pod¨ªa hacer era irse unos d¨ªas a escribir a la casa que ten¨ªan en el campo. Solo. Sin la familia. Para que nadie le molestara.
Pero tampoco ¨¦sa era la soluci¨®n. Lo de la casa del campo era una buena idea, siempre y cuando supiese antes de qu¨¦ iba a escribir el cuento. De lo contrario, concluy¨® ¨¦l mismo, lo ¨²nico que conseguir¨ªa era acabar de volverse loco.
El escritor se empez¨® a poner nervioso; quiere decirse: mucho m¨¢s de lo que estaba. Desde hac¨ªa varios d¨ªas, estaba muy irascible, pero, desde la llamada del director, la angustia le iba minando. ?Qui¨¦n le mandar¨ªa a ¨¦l, volvi¨® a pensar otra vez, comprometerse a escribir el cuento?
Pero ten¨ªa que escribirlo. Ya se hab¨ªa comprometido y ten¨ªa que escribir aquel relato. Aunque indisciplinado y lento, ¨¦l era hombre de palabra.
Decidi¨® empezar de nuevo. Por donde fuera, le daba igual. Tarde o temprano, pens¨®, tendr¨ªa que ocurr¨ªrsele una idea, por m¨¢s que ahora comenzara ya a dudarlo. Ya le hab¨ªa ocurrido otras veces y, al final, siempre acababa escribiendo algo.
Record¨® la vez, por ejemplo, en la que el mismo peri¨®dico le encarg¨® otro cuento largo. Aqu¨¦l no era para el verano, sino para Navidad. Como ahora, estuvo varios d¨ªas sin saber de qu¨¦ escribir, dando vueltas y m¨¢s vueltas a mil temas, hasta que, un d¨ªa, se le ocurri¨® la idea: contar¨ªa un suicidio navide?o. M¨¢s que nada, por joder. Al rev¨¦s que a la mayor¨ªa de las personas, a ¨¦l la Navidad le parec¨ªa muy triste. Lo escribi¨® en una noche, sin acostarse, y a la ma?ana siguiente ya lo ten¨ªan en el peri¨®dico.
Pero, ahora, era m¨¢s dif¨ªcil. El relato que ten¨ªa que escribir era m¨¢s largo que aqu¨¦l y, adem¨¢s, ten¨ªa menos tiempo para hacerlo. La verdad es que veinte d¨ªas (de los que ya s¨®lo le quedaban la mitad), eran demasiado pocos para escribir un cuento de veinte p¨¢ginas.
?Veinte p¨¢ginas! Si era casi una novela... Por lo menos, para ¨¦l. De todos los relatos que hab¨ªa escrito, ninguno se aproximaba, ni de lejos, a esa cifra.
Cierto que hab¨ªa escrito muy pocos. Y casi todos de encargo. El peri¨®dico era, de hecho, el culpable de al menos la mitad, y eso que durante un tiempo hab¨ªa dejado de publicarlos, abandonando una constumbre que ten¨ªa desde antiguo, no s¨¦ sabe si para apoyar el g¨¦nero o por rellenar con algo el vac¨ªo informativo del verano.
?l escribi¨® as¨ª varios de ellos. Y, la verdad, no le disgustaba. Al rev¨¦s que las novelas, que nunca podr¨ªa escribir as¨ª, para escribir un relato necesitaba un impulso externo o, por lo menos, un compromiso como el que ahora ten¨ªa. Quiz¨¢ era una cuesti¨®n de estilo o simplemente de g¨¦neros. Como dec¨ªa Carl¨®n, su consejero y amigo, al igual que en el atletismo, en la literatura tambi¨¦n hay escritores que se desenvuelven con mayor o menor ¨¦xito en cada una de las distancias. Unos prefieren las cortas y otros el marat¨®n.
Seguramente, era eso. Seguramente -pens¨®-, el problema que ¨¦l ten¨ªa es que no estaba dotado para escribir cuentos cortos, de la misma manera en la que otros escritores naufragaban al escribir novelas, mientras que, en los cuentos cortos, se mov¨ªan con soltura y maestr¨ªa. Por eso, ¨¦l no escrib¨ªa cuentos: porque no era su distancia.
Pero, ahora, ten¨ªa que escribir uno. Aunque le costara sangre. Ten¨ªa que escribir uno aunque fuera solamente por orgullo de escritor.
Aunque indisciplinado y lento, ¨¦l era hombre de palabra.
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