Los dem¨®cratas, divididos
Con m¨¢s resignaci¨®n que entusiasmo, la convenci¨®n del Partido Dem¨®crata confirmar¨¢ esta semana en Los ?ngeles al vicepresidente Gore como candidato a la presidencia. Su elecci¨®n del senador Lieberman para la vicepresidencia ha aumentado las inquietudes y las divisiones del partido. Los dem¨®cratas tienen motivos m¨¢s que suficientes para temer la p¨¦rdida de la Casa Blanca: pocas cosas dan a entender que la actual estrategia de Gore (si es que tiene alguna) pueda tener ¨¦xito.El senador Lieberman fue el primer dem¨®crata que critic¨® al presidente Clinton en el esc¨¢ndalo Lewinsky. (Fue un ataque oportunista contra un aliado y amigo que parec¨ªa derrotado). Supuestamente, al elegir a Lieberman, Gore se ha separado de Clinton y ahora puede hacer campa?a sin depender de nadie. Es posible, pero con ello tambi¨¦n ha aceptado la definici¨®n de los republicanos de estas elecciones como un refer¨¦ndum sobre la conducta personal de Clinton, su intento de sustituir la manipulaci¨®n simb¨®lica por una pol¨ªtica de intereses abierta.
Los republicanos preguntan ahora a Gore por qu¨¦ no conden¨® a Clinton y han se?alado que el gobernador Bush y el senador Lieberman coinciden en varias cuestiones, incluida la privatizaci¨®n de la Seguridad Social, las becas de estudios para las familias en lugar de ayudas fiscales a las escuelas p¨²blicas, y la oposici¨®n a los programas de "acci¨®n positiva" que han sido indispensables para el grado de integraci¨®n econ¨®mica que negros, hispanos y mujeres han conseguido. "?Cu¨¢ndo -preguntan los republicanos- podemos esperar un debate entre Gore y Lieberman?" El supuestamente atrevido nombramiento de Gore podr¨ªa muy bien terminar avergonz¨¢ndole. Sin embargo, las elecciones estadounidenses no las decide la designaci¨®n del vicepresidente.
Lieberman es un jud¨ªo ortodoxo y en sus primeras declaraciones electorales dijo que ¨¦l representaba la moralidad religiosa, repitiendo lo que los republicanos dicen de s¨ª mismos. Sin embargo, supongamos que Jes¨²s, invocado por Bush, y Jehov¨¢, en cuyo nombre habla Lieberman, son como la mitad del electorado estadounidense y no votan. Entonces volvemos a estar en territorio seglar. Y en ¨¦ste ¨¢mbito, tanto Gore como Lieberman son Nuevos dem¨®cratas en busca del apoyo de los empresarios y la clase media pr¨®spera, convencidos de que los votos de los bloques dem¨®cratas (negros, ecologistas, sindicalistas, grupos de defensa de los derechos de la mujer) no tienen otro sitio adonde ir.
Siguiendo a Clinton, Gore rechaza el gasto mediante el d¨¦ficit presupuestario, y ha rechazado nuevos programas para resolver los d¨¦ficit sociales m¨¢s evidentes de la naci¨®n en educaci¨®n, sanidad, transporte e infraestructura. Gore ha descrito el nombramiento de Lieberman como un avance en tolerancia, pero dif¨ªcilmente se puede decir que los jud¨ªos estadounidenses, el grupo ¨¦tnico m¨¢s culto y m¨¢s rico de Estados Unidos, est¨¦n pas¨¢ndolo mal. Si Gore hubiera tenido el valor de hacer algo excepcional, habr¨ªa elegido a un hispano o a un negro como vicepresidente. Entretanto, el apoyo acr¨ªtico de Lieberman a Israel podr¨ªa enfrentar a los jud¨ªos estadounidenses con la temible cuesti¨®n de la lealtad dividida.
Sin embargo, el problema no reside en la condici¨®n jud¨ªa de Lieberman, sino en que sus antecedentes en el Senado son un reflejo de la obsesiva b¨²squeda de Gore de un punto medio que s¨®lo existe en su imaginaci¨®n. El principal apoyo financiero de Lieberman son las grandes y codiciosas corporaciones de seguros (muchas de ellas con sede en su Estado, Connecticut) a las que los dem¨®cratas deber¨¢n enfrentarse si es que va en serio lo de ampliar la cobertura del seguro sanitario.
Gore espera que la convenci¨®n dem¨®crata sea una imagen invertida de la republicana. En ella, Bush, por el bien de su imagen como defensor del "conservadurismo compasivo", silenci¨® a los republicanos que consideran que el gobierno es intr¨ªnsecamente malo y a los que les encantar¨ªa que al menos un tercio de nuestra poblaci¨®n actual abandonara el pa¨ªs. Gore quiere una reuni¨®n dem¨®crata as¨¦ptica, sin molestas discusiones sobre la distribuci¨®n del producto nacional, la gran desigualdad que provoca la mundializaci¨®n y la nueva tecnolog¨ªa. No desea en absoluto que le recuerden que con Clinton y Gore los dem¨®cratas perdieron la mayor¨ªa en el Congreso y en el Senado, que perdieron el control de la mayor¨ªa de las legislaturas estatales, que perdieron el gobierno en Florida, Nueva York, Pensilvania y Tejas, y que tambi¨¦n perdieron las alcald¨ªas de Los ?ngeles y Nueva York. Y aunque conservaron la presidencia en 1996, Clinton y Gore consiguieron menos de la mitad de los votos. El programa neodem¨®crata significa competir por un electorado restringido, emplear una ret¨®rica moralizadora en lugar de una pugna pol¨ªtica seria, y utilizar las negociaciones corporativistas para conseguir mejoras progresivas en vez de la movilizaci¨®n social para lograr cambios fundamentales. En resumen, representa la liquidaci¨®n de la tradici¨®n New Deal y Great Society del Partido Dem¨®crata.
Es imposible saber c¨®mo responder¨¢n los dem¨®cratas en Los ?ngeles. Por ejemplo, la pena de muerte no es propiedad exclusiva del gobernador Bush en su faceta de asesino en serie. Tanto Gore como Lieberman la aceptan. Sin embargo, la pena de muerte afecta principalmente a los pobres, los negros y los hispanos, cuyos representantes y l¨ªderes electos estar¨¢n en la convenci¨®n como delegados. All¨ª habr¨¢ tambi¨¦n unos cuantos sindicalistas. Sin embargo, el sector p¨²blico y el sindicato de profesores no aprecian el entusiasmo de los Nuevos dem¨®cratas por la privatizaci¨®n de las funciones gubernamentales y la ense?anza. Y los sindicatos de trabajadores de la industria y los servicios no se f¨ªan de la alineaci¨®n de Clinton y Gore con los segmentos del capital estadounidense de orientaci¨®n internacional. Para ellos, el libre comercio significa la exportaci¨®n de puestos de trabajo a pa¨ªses donde los sueldos son bajos. (El Congreso aprob¨® el libre comercio con China s¨®lo con los votos de los republicanos).
Teniendo en cuenta estas contradicciones, no est¨¢ claro que Gore pueda sacar el m¨¢ximo partido al voto dem¨®crata recurriendo a sus bloques electorales organizados. Ellos, y
sus l¨ªderes, tienen otras alternativas.
Una es dar su apoyo nominal a Gore y concentrarse en la muy tangible posibilidad de volver a obtener una mayor¨ªa en el Congreso. (La mayor¨ªa en el Senado no est¨¢ fuera de alcance, pero es considerablemente m¨¢s dif¨ªcil). En el caso de una victoria del gobernador Bush, un Congreso dem¨®crata podr¨ªa bloquear o torpedear algunas de las predecibles iniciativas presidenciales republicanas m¨¢s temidas por los dem¨®cratas. Otra es reunir a un n¨²mero considerable de activistas de grupos de intereses p¨²blicos y un n¨²mero importante de intelectuales y apoyar a Ralph Nader. El punto de vista de Nader es muy sencillo:no espera ganar, pero si su voto es importante (cercano al 10%), abonar¨ªa el terreno para una aut¨¦ntica modernizaci¨®n del Partido Dem¨®crata en vez de su actual transformaci¨®n en un segundo Partido Republicano. Tambi¨¦n podr¨ªa desembocar a largo plazo en la aparici¨®n de un tercer partido que combine el progresismo social estadounidense con un nuevo ¨¦nfasis ecologista y mundialista. Hoy por hoy, lo m¨¢s que se puede decir es que, como mucho, la convenci¨®n de Los ?ngeles no va a dar demasiadas alegr¨ªas a los dem¨®cratas.
Norman Birnbaum es profesor de Ciencias Sociales en el Centro de Derecho de la Universidad de Georgetown.
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