El tacto de la polilla (3)
Por la noche, al acabar la cena, Bernardo me hizo acompa?arle a un peque?o sal¨®n desde el que se atisbaba una puerta de cristal cubierta por un visillo muy tenue; se acerc¨® a un armario cerrado con llave y sac¨® una botella de ron a?ejo. Le vi mirarla, acariciarla, tomar una copa del estante y probarla. Le ped¨ª un poco. Mientras el l¨ªquido reconfortaba mi garganta, observ¨¦ la habitaci¨®n; sobre el pavimento hab¨ªa una alfombra iran¨ª, de excelente tejido, con fondo amarillo y peque?os caballitos rojos y azules. ?l se inclinaba sobre la chimenea para animar el fuego con Mar¨ªa a su lado. Vi¨¦ndolos de espaldas, sent¨ª mezclarse el calor de la sangre con el del hogar y, delante, a las llamas esparciendo destellos irregulares. De repente, se dio la vuelta y se acerc¨® a una c¨®moda, abri¨® un caj¨®n y sac¨® dos figuras de madera pintada: un ¨¢guila y una paloma. Se las entreg¨® a Mar¨ªa y dijo: T¨ªralas al fuego. Ella las recibi¨® sin alterar la expresi¨®n. Vamos, t¨ªralas, insisti¨®. Riendo, Mar¨ªa las arroj¨® a la chimenea y yo qued¨¦ prendado observando los repliegues de las tallas ani?adas bajo las llamaradas.Despu¨¦s, sin m¨¢s tr¨¢mites, Bernardo anunci¨® que se iban a dormir.
Me levant¨¦ para coger una revista y volv¨ª a mi lugar. Dos minutos m¨¢s tarde me sobresalt¨®, al encenderse, el fino resplandor de la luz de la habitaci¨®n que ten¨ªa enfrente. Qued¨¦ inm¨®vil, desde all¨ª pod¨ªa distinguir sus siluetas con toda nitidez y vi a Bernardo acost¨¢ndose al lado de Mar¨ªa. No parec¨ªan pronunciar una palabra; yo hubiera jurado que sus manos la estaban tocando y se deslizaban bajo la seda del camis¨®n, demor¨¢ndose, con el lento movimiento de los animales, sobre las curvas de su cuerpo. Atenazado por la curiosidad, me agach¨¦ para servirme otra copa de ron. Al subir la vista, pude contemplar la manera en que ella se liberaba de sus ropas, se ergu¨ªa en la curva de su espalda y, tras arquearse y desplegarse para salir a su encuentro, c¨®mo fue derribada y barrida. Frunc¨ª el ce?o, los tres deb¨ªamos ser conscientes de lo que ocurr¨ªa, es m¨¢s, con toda probabilidad nos est¨¢bamos observando furtivamente desde ambos lados. Ya s¨¦, yo no pod¨ªa percibir sus miradas y nunca podr¨ªa probarlo. Sin embargo, estoy seguro, si no ?por qu¨¦ se mostraban con tal bagaje imp¨²dico entre las manos y me hac¨ªan c¨®mplice de la alegr¨ªa de lo visible? Sin embargo, no se trataba de exhibicionismo; ni siquiera entonces, al contemplarlos, cre¨ª que fuera ¨¦sa la explicaci¨®n. Para ellos la fantas¨ªa no contaba, sus cuerpos se buscaban y estaban juntos. Al finalizar, Mar¨ªa permaneci¨® desnuda y me pregunt¨¦ por qu¨¦ estaba as¨ª tanto tiempo, fragmentada entre las s¨¢banas por el trasluz de los visillos. En todo caso, incluso despu¨¦s de haber sido testigo de esa profanaci¨®n que me repel¨ªa y me atra¨ªa por igual, me di cuenta de que empezaba a hallar alguna certeza. Sent¨ªa debilidad por Mar¨ªa, que era una mujer d¨¦bil. La perdonaba. En cambio, no sent¨ªa la menor debilidad por mi padre, que era un hombre fuerte. A ¨¦l no le perdonaba.
Camino de mi habitaci¨®n me entretuve buscando el ba?o. Estaba oscuro y deambul¨¦ adivinando los esquinas de las paredes, los escalones y, al fin, la puerta. Intent¨¦ encontrar el interruptor de la luz de la pared; al no hallarlo, busqu¨¦ el del lavabo, pero estaba roto. Mientras tanteaba a ciegas, retroced¨ª asqueado por el contacto grimoso con una polilla. Odiaba esos bichos inmundos. Termin¨¦ orinando a tientas, gui¨¢ndome por el sonido del chorro sobre la loza, hasta que reconoc¨ª el golpear del l¨ªquido en el l¨ªquido. Al bajar la escalera me sobresaltaron los ojos como granos de caf¨¦ de Adela, caminando fugaz en sentido contrario. Seg¨²n ?scar, se encontraba de visita; para m¨ª, habitaba de forma permanente en la finca: Que descanse el se?or. Buenas noches, Adela. Me alegr¨® verla perderse en la oscuridad. Esa mujer me sobrecog¨ªa. Cuando la ve¨ªa pendiente de m¨ª, lo cual no sol¨ªa suceder con frecuencia, lo hac¨ªa con recelo y frialdad. Bernardo me dijo que era su manera de mirar a los extra?os, en especial a los espa?oles; sin embargo, yo advert¨ªa en esa mirada el resentimiento end¨¦mico de una clase.
En la cama no consegu¨ª conciliar el sue?o. Algunas zonas de mi cuerpo sent¨ªan, otras meditaban, las m¨¢s prefer¨ªan escapar. Al d¨ªa siguiente caminar¨ªa por las mismas veredas y volver¨ªa a cruzarme con los mismos hombres y los mismos perros. No sab¨ªa si lo que ellos ve¨ªan equival¨ªa a lo que ve¨ªa yo: ?era acaso el mismo tiempo, la misma estaci¨®n, igual acuerdo entre el cielo y los ademanes de la tierra? De manera inconsciente decid¨ª que ma?ana tampoco responder¨ªa a los saludos. Deb¨ªa estar dej¨¢ndome influenciar por Bernardo, que en un momento de despiste hab¨ªa exclamado que no comulgaba con hip¨®tesis, silogismos o s¨ªntesis alguna, que no le interesaban los absolutos, y s¨®lo cre¨ªa en el caos. Antes de dormir extraje la ¨²nica conclusi¨®n que me parec¨ªa razonable: tienen una realidad tan elaborada que nuestro parecido es meramente casual.
Poco despu¨¦s del amanecer me despabil¨¦ ebrio de sudor y, tras dar un manotazo a una de esas repelentes polillas que me encontraba por todas partes, record¨¦ hasta el menor detalle del sue?o que me hizo incorporarme. Hab¨ªa despertado en mitad de la noche, puesto los pies en las baldosas y, muy despacio, me levantaba y me dirig¨ªa al dormitorio de Bernardo y Mar¨ªa. Al llegar, contuve el aliento y me apoy¨¦ en la puerta. S¨®lo deseaba escuchar su respiraci¨®n, no quer¨ªa que percibieran mi presencia. De pronto not¨¦ que el suelo de madera, al otro lado, cruj¨ªa bajo unos pies descalzos. Me qued¨¦ quieto hasta sentir que Mar¨ªa tambi¨¦n estaba apoyada; el temblor de los dos cuerpos se comunicaba a la madera y el cristal, era un tacto ambiguo que s¨®lo puedo expresar con la torpeza de ciertas palabras que ella ya me hab¨ªa hecho evocar: viento y nopales. En el sue?o, la escena estaba apagada por completo y cada uno de nosotros escuchaba en la sombra el jadeo de un deseo igual al suyo.
Me maldije: ?por qu¨¦ hab¨ªa tenido que soportar que me hicieran part¨ªcipe de sus juegos? Durante unos instantes me zumbaron los o¨ªdos, como suele suceder cuando uno est¨¢ borracho. Permanec¨ª sentado al borde de la cama con la sensaci¨®n de haber recibido un puntapi¨¦ en el estomago. Yo era consciente de que hay d¨ªas en los que uno se despierta cambiado, y aqu¨¦l deb¨ªa ser uno de esos.
Media hora m¨¢s tarde, cuando sal¨ª de mi habitaci¨®n, encontr¨¦ a ?scar en la puerta. Supongo que deseaba comentar c¨®mo hab¨ªa encontrado a mi padre. La hosquedad de mi rostro debi¨® refrenarlo: ?scar, ?le importar¨ªa prestarme su coche? Quisiera dar una vuelta. C¨®mo no. Tenga las llaves. Me dej¨¦ llevar por la carretera, intern¨¢ndome en un paisaje que, a veces, se impon¨ªa como un bestiario de rocas inesperadas y, otras, se humanizaba en las m¨ªseras casas del camino, coloreadas por la ropa tendida y las brillantes chapas de uralita de los tejados, inundadas de chiquillos jugando en la entrada. Estuve toda la ma?ana vagando por las colinas peladas del Estado de Guerrero. No s¨¦ si consegu¨ª serenarme, al menos afirm¨¦ una seguridad: me repugnaban las im¨¢genes del sue?o, era la mujer de mi padre y no deb¨ªa tolerar que me hicieran c¨®mplice de sus delirios. En adelante, la evitar¨ªa.
Cuando llegu¨¦ a la entrada de la casa, Adela se encontraba junto al port¨®n: Ap¨²rese, se?or. Le est¨¢n esperando para comer. Me dirig¨ª a la mesa. Hab¨ªa tres o cuatro personas desconocidas, a quienes me presentaron de manera apresurada. Esboc¨¦ una disculpa y me sent¨¦ en la silla asignada. A mi lado se encontraba una mujer de veinticinco o veintiocho a?os de edad. Entre plato y plato averig¨¹¨¦ su nombre, Sara; su profesi¨®n, qu¨ªmica; su religi¨®n, jud¨ªa, y su nacionalidad, argentina. Viv¨ªa en Taxco y se encontraba de vacaciones en el pueblo de al lado. Dijo que llevaba m¨¢s de veinte a?os en M¨¦xico y que le gustaba aventurarse por las veredas de la monta?a: De todo Morelos, lo m¨¢s hermoso son las ruinas de Xochicalco: ?Las conoces? No -respond¨ª confundido-. Ma?ana voy a ir a visitarlas, ?quieres acompa?arme? -invit¨® su sonrisa acogedora.
Como es obvio, asent¨ª.
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