Moscas
MART? DOM?NGUEZClaudio Eliano explica c¨®mo en las fiestas a Apolo, en L¨¦ucade, sacrificaban un buey a las moscas, para que se saciasen, y as¨ª dejasen transcurrir la ceremonia en paz. Y, sin duda, a veces dan ganas -de ser los bueyes m¨¢s abundantes- de emular a los sabios griegos. Porque la mosca es el ser m¨¢s impertinente de la naturaleza; su presencia, durante una tertulia a la fresca, o durante la lectura de un buen libro, no constituye generalmente un motivo suficiente como para interrumpir dicha ocupaci¨®n, y casi sin apercebirnos las sufrimos impunemente en las piernas, en los brazos, incluso en un lagrimal o en la comisura de los labios. Pero, al final, las moscas alcanzan ese grado de "intolerabilidad" que nos hace levantarnos irritad¨ªsimos a la b¨²squeda de la paleta matamoscas, y volvernos a instalar con el instrumento en la mano, los ojos desorbitados, el gesto traspuesto y preparados para acometer una gesta exterminadora de hex¨¢podos voladores. No ha nacido a¨²n persona incapaz de matar una mosca, porque por alg¨²n motivo este insecto supera con creces cualquier nivel de paciencia humana. Y m¨¢s a¨²n si sabemos que cada mosca pasea por nuestro cuerpo alrededor de 25 millones de g¨¦rmenes, o que sobre nuestra piel regurgita una saliva que puede resultar muy infecciosa. Gerald Brenan cuenta c¨®mo, en las Alpujarras, para ahuyentar a las moscas, el novio regalaba a su prometida una matita de albahaca. Esta planta, por sus virtudes insecticidas, simbolizaba la tranquilidad y el goce del d¨ªa de la boda. A salvo, con la albahaca, los amantes viv¨ªan la celebraci¨®n en paz. Lo que sin duda resultaba mucho m¨¢s sencillo y rentable que la dr¨¢stica soluci¨®n de los griegos.
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