LOS PENNES
Sigo brujuleando por Madrid cargada con el libro sobre la Inquisici¨®n que me encarg¨® mi santo. Con los brazos doloridos de transportar cinco kilos de cultura, me doy cuenta de que me ha querido castigar por mi fuga. La gran cuidad me tiene un poco desilusionada: pocos coches, poco ruido, escaso mon¨®xido de carbono, y, para colmo, dos taxis he cogido y los dos con dos taxistas encantadores. ?sta es la sombra de mi Madrid: ?d¨®nde est¨¢n esos pitidos de coche, d¨®nde esos conductores que vociferan, d¨®nde esos bares atestados, d¨®nde esos taxistas con ambientador corporal que abogan por la pena de muerte y te suben el est¨®mago a la garganta con los frenazos; como dec¨ªa el poeta, d¨®nde los hombres? Enrabietada contra esta ciudad que parece sueca me digo a m¨ª misma que ahora s¨®lo me falta encontrarme con alguien que me diga que en agosto en Madrid se est¨¢ en la gloria. No he terminado de procesar este pensamiento cuando, efectivamente, llega ese alguien. Es un amigo que me dice que ¨¦l siempre se queda en agosto en Madrid porque, oyes, se est¨¢ de puta madre. Entonces le digo que yo, sin embargo, me voy a la sierra porque en la cama por la noche hay que echarse una mantita, y eso gusta. Topicazo por topicazo. Me pregunta que d¨®nde voy con ese mamotreto (se refiere al libro de Netanyahu) y yo le digo que se lo llevo a mi santo que est¨¢ en el campo (como todos los santos). Mi amigo me dice que no le importa que le saque en esta columna pero que, por favor, que no lo saque del armario porque sus padres est¨¢n muy mayores y quiere que se mueran con la ilusi¨®n de que su hijo es heterosexual. Pero, alma de Dios, le digo, es que tus padres no tienen ojos en la cara, si cada vez que mueves la mano se te desprenden varias plumas. Subimos a su casa; en las paredes hay fotos de Marlon Brando, de su novio, un Ken vestido de marinero, en la mesa la gu¨ªa Espartacus, en la cocina un bote de cristal con una pasta que le traje yo de Nueva York, son penes, en sentido literal, penecillos con sus huevos que cuando los hierves se hinchan y te r¨ªes un mont¨®n con tus amigos. Mi amigo tiene la casa relimpia, mucho m¨¢s que yo ya que actualmente las empleadas del hogar tambi¨¦n toman vacaciones. Qu¨¦ buen hijo para una madre, se dec¨ªa antes. Pero mi amigo me dice que no me equivoque, que no todos los mariquitas son limpios, que los hay tambi¨¦n guarretes. Me habla de los pubs a los que va ahora, de un sitio de ambiente donde van osos (gays entraditos en kilos), me habla de la sala chill out, del acid jazz, de no s¨¦ qu¨¦ pastillas que se tom¨®, de noches que se acaban a las ocho de la ma?ana. Si yo al lado de mi santo soy lo que se dice modernita, mi santo al lado de este pavo es decimon¨®nico. Me levanto con complejo de antigua, pero se me pasa cuando mi amigo sale a la escalera y me dice: "Oye, ?te importa guardarme la gu¨ªa Espartacus, que viene mi madre esta tarde? No vaya a ser que le d¨¦ por leer. Y he pensado que la pasta tambi¨¦n te la llevas y se la haces a tu santo en mi honor". ?Qu¨¦ tipo de mujer es la que se ve un d¨ªa de agosto en pleno centro de Madrid, sola, con el lomazo de Netanyahu y la gu¨ªa Espartacus en una mano, y en la otra, una bolsa enorme de pennes? ?Olvidar¨¢ mi santo todos sus prejuicios peque?o-burgueses y se comer¨¢ una pasta con forma de miembros varoniles?
Se la har¨¦ una noche que estemos solos, que no la vean los ni?os. Tambi¨¦n tenemos los vulgares heterosexuales derecho a inofensivas perversiones.
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