Triunfal caballer¨ªa

Lo bueno que tienen las mal llamadas corridas de rejones es que escenifican la versi¨®n triunfal de la gloriosa caballer¨ªa; por ¨¦stas que s¨ª. Salen los rejoneadores y se dir¨ªa que son -todos tres- Alejandro el Magno proclamado Hijo de Ra; caballeros de Buc¨¦falo; jinetes de Babieca; campeadores por las tierras ub¨¦rrimas de Valencia... Se dir¨ªa que son, y lo saben, y cabalgan solemnes, pose¨ªdos de su majestad. Y el pueblo llano les rinde pleites¨ªa. Y se entusiasma con lo que hagan, as¨ª sea estornudar. Lo que m¨¢s entusiasma al pueblo llano es que los rejoneadores se quiten el sombrero. Se quita el sombrero un rejoneador y el pueblo llano se pone a cien. Uno no sabe el motivo y eso que lo ha visto mil veces. ?Qu¨¦ digo mil? Mil veces mil. Quien consiga averiguar la raz¨®n por la cual el pueblo llano se colma de felicidad y rompe entusiasmado a aplaudir cada vez que un rejoneador se quita el sombrero habr¨¢ descubierto el misterio profundo de la condici¨®n humana.

Hay rejoneadores que se aprovechan y no paran de quitarse el sombrero. Y pues provocan as¨ª una ovaci¨®n permanente, les entran delirios de grandeza y acaban perdiendo el oremus. Leonardo Hern¨¢ndez, uno de los rejoneadores que m¨¢s recurren al sombrero, le peg¨® un mal rejonazo al quinto toro mas crey¨® que era jupiterino y se tir¨® del caballo, pareci¨® que la iba a emprender a bofetadas con los peones y le dio como un ataque de locura pegando brincos delante del toro mientras manoteaba fren¨¦tico haciendo se?as de que lo ten¨ªa moribundo. Pero qu¨¦ va. El toro permanec¨ªa vivito y coleando. Y Leonardo Hern¨¢ndez oy¨® dos avisos -a punto estuvieron de ser tres- en tanto montaba una s¨®rdida y escandalosa ejecuci¨®n a vil golpe de descabello.

Otras acciones de Leonardo Hern¨¢ndez poseyeron mayor decencia aunque tampoco pasaban de ir por casa; pues una cosa es el toreo a caballo, otra el delirante triunfalismo con que lo acompa?an los rejoneadores. En toreo, el que lo hizo estupendo fue Pablo Hermoso de Mendoza, excelente en banderillas, tanto con el tercer toro como cabalgando a Cagancho con el sexto.

Jo?o Moura, que tuvo una actuaci¨®n mediocre, al primer toro lo mat¨® de un escandaloso rejonazo en las bajos y al cuarto le clav¨® una banderilla en la tripa. Claro que no pas¨® nada. Antes al contrario, se puso a saludar y el pueblo llano lo aplaud¨ªa. Antes, estos acuchillamientos eran de juzgado de guardia y ahora nimban a quienes los perpetran. Es la evoluci¨®n de la fiesta, que llaman.