Viena y la sombra de una mujer
No s¨¦ qu¨¦ fue lo m¨¢s importante de Viena: si Viena o Carmen Boullosa. Todo el mundo sabe que Viena es una ciudad muy hermosa, culta, la capital de un pa¨ªs que coquetea (y puede que el coqueteo haya llegado a la fase del manoseo) con el neofascismo. Pocos saben en Espa?a, sin embargo, qui¨¦n es Carmen Boullosa.
Las primeras noticias que tuve de ella hablaban de una mujer muy hermosa por la que los poetas l¨ªricos mexicanos perd¨ªan la cabeza. Carmen, que entonces todav¨ªa no escrib¨ªa novelas, tambi¨¦n era una poeta l¨ªrica mexicana. No supe qu¨¦ pensar. Tantos poetas perdidamente enamorados de una poeta me parec¨ªa una exageraci¨®n. Para colmo, todos aquellos que eran abandonados por Carmen (o por s¨ª mismos) se hicieron amigos, o ya lo eran, y hab¨ªan fundado de facto una tertulia o club que dedicaba un d¨ªa a la semana o al mes a juntarse en bares del centro del DF o de Coyoac¨¢n para soltar pestes de la antes tan adorada.
Tambi¨¦n me enter¨¦, siempre por terceros, de que Carmen, en respuesta, hab¨ªa fundado un club o tertulia o comando de mujeres escritoras que, con id¨¦ntico sigilo, hac¨ªa lo mismo que su contrapartida masculina.
Un d¨ªa, en un libro de historia de la literatura mexicana contempor¨¢nea, vi una foto suya. Sin duda se trataba de una mujer muy hermosa, morena, alta, de ojos enormes y cabellera hasta la cintura. Me pareci¨® muy atractiva, pero tambi¨¦n pens¨¦ que deb¨ªa de escribir como los muchos ep¨ªgonos de un realismo m¨¢gico hecho para el consumo de zombis.
Despu¨¦s le¨ª algo suyo y mi opini¨®n cambi¨®: Boullosa no ten¨ªa nada que ver con los ep¨ªgonos ni con los ep¨ªgonos de los ep¨ªgonos. Le¨ª s¨®lo unas p¨¢ginas, pero me gustaron. Y as¨ª hasta que recib¨ª una invitaci¨®n para ir a Viena, en donde estar¨ªa en una misma lectura con ella.
Una de las cosas buenas de ir a Viena es que uno puede viajar en un avi¨®n de Lauda Air, la l¨ªnea a¨¦rea del m¨ªtico piloto de f¨®rmula 1, en donde las azafatas van vestidas como si fueran mec¨¢nicos de un circuito de alta velocidad. La comida, por lo dem¨¢s, es buena. Con suerte (o con mala suerte) puede que el avi¨®n lo conduzca el propio Nikki Lauda. Y al cabo de un rato, en menos de lo que se tarda en rezar tres padrenuestros, ya est¨¢s en Viena y en un taxi, y si tienes suerte puedes incluso alojarte en el hotel Graben, un establecimiento peque?o, en la Dorotheergasse, al lado de la catedral de San Esteban, es decir en pleno centro de la ciudad. Aunque lo m¨¢s importante del hotel Graben no es su ubicaci¨®n, sino que all¨ª se alojaban Max Brod y Franz Kafka cuando iban a Viena.
En el exterior del hotel hay una enorme placa de bronce que as¨ª lo afirma, pero yo llegu¨¦ de noche y no vi la placa, por lo que cuando el recepcionista me dijo que me iba a dar la habitaci¨®n de Brod o de Kafka (no estaba muy seguro de cu¨¢l), yo entend¨ª que me recomendaba la lectura de ambos escritores praguenses, lo que me pareci¨®, dada la coyuntura pol¨ªtica del pa¨ªs, muy pertinente. Despu¨¦s, arm¨¢ndome de valor, le pregunt¨¦ si hab¨ªa llegado la se?ora o se?orita Boullosa, que el recepcionista pronunci¨® Bolosa, y que me hizo pensar que aunque Carmen era mexicana y yo chileno, ambos compart¨ªamos un mismo origen gallego. La respuesta me pareci¨® decepcionante. Frau Bolosa no estaba en el hotel, ni ten¨ªa reserva ni nada se sab¨ªa de ella.
As¨ª que me fui a caminar por los alrededores, por la calle Graben (curioso: mi hotel se llamaba Graben pero no estaba en la calle Graben), por la plaza de la catedral, la Stephansdom, el Figarohaus, la Franziskanerkirche, la Shubertring y el Stadtpark, los lugares que mi amigo Mario Santiago hab¨ªa recorrido de noche y de forma clandestina, y luego volv¨ª al hotel y me acost¨¦ y pas¨¦ una noche extra?a, como si efectivamente hubiera alguien m¨¢s en el cuarto, Kafka o Brod o alguno de los miles de clientes que ha tenido el Graben y que han muerto.
Por la ma?ana conoc¨ª a Leopold Federmair, un joven narrador austriaco, y con ¨¦l segu¨ª dando vueltas por la ciudad, recorriendo los caf¨¦s a los que iba Bernhard cuando estaba en Viena, un caf¨¦ que quedaba muy cerca de mi hotel, no recuerdo si en la Lobkowitzplatz o en la Augustinerstrasse, y luego en el caf¨¦ Hawelka, enfrente de mi hotel, en donde su propietaria, una ancianita salida de un cuento medieval, nos ofreci¨® bollos gratis que luego nos cobr¨®, y despu¨¦s seguimos caminando y visitando otros caf¨¦s, hasta que lleg¨® la hora de mi lectura y del instante en que iba a conocer o no a Carmen Boullosa, que hab¨ªa desaparecido.
Cuando llegamos a la sala, tarde, pues Federmair se perdi¨® en dos ocasiones, ella ya estaba all¨ª. No me cost¨® nada reconocerla, aunque en persona es mucho m¨¢s guapa que en las fotos. Parec¨ªa t¨ªmida. Es inteligente y simp¨¢tica. Despu¨¦s de una fiesta en un restaurante en donde se conservaba, incrustada en una pared, una bala de ca?¨®n lanzada por los turcos, prueba palpable del humor entre ingenuo y malicioso de los vieneses, nos quedamos solos. Entonces me dijo que la catedral de San Esteban estaba secretamente dedicada al demonio y luego me cont¨® su vida. Hablamos de Juan Pascoe, que fue su primer editor en M¨¦xico y tambi¨¦n el m¨ªo, de Ver¨®nica Volkow, la bisnieta de Trotski, de Mario Santiago, que hab¨ªa estado algunas veces en su casa, de nuestros respectivos hijos.
Tras dejarla en su hotel volv¨ª caminando al Graben y esa noche me visit¨® o so?¨¦ que me visitaba Kafka, o Brod, y los vi a ambos, uno en mi habitaci¨®n y el otro en la habitaci¨®n contigua, haciendo o deshaciendo maletas y silbando una melod¨ªa pegajosa que a la ma?ana siguiente yo tambi¨¦n silbaba.
Nuestra siguiente excursi¨®n fue al Danubio, al que llegamos en metro. Boullosa estaba a¨²n m¨¢s guapa que la noche anterior. Nos pusimos a caminar en direcci¨®n a Hungr¨ªa y durante el trayecto vimos a un par de patinadores, a una mujer sentada que miraba el r¨ªo, a una mujer de pie que lloraba silenciosamente y a unos patos rar¨ªsimos, unos negros y otros marrones claros, y cada pato negro se emparejaba con uno marr¨®n claro, lo que llev¨® a Boullosa a pensar que los contrarios se atraen, a menos que los patos negros fueran los padres y los marrones claros las cr¨ªas.
Y luego todo discurri¨® de la mejor manera posible. Kafka y Brod se marcharon del hotel, Helmut Niederle, un vien¨¦s magn¨ªfico, me cont¨® la historia del famoso zapatero de Viena que inclu¨ª en un libro, cenamos en la embajada mexicana, en donde la simp¨¢tica embajadora, a instancias de Boullosa, supongo, me trat¨® como si yo fuera mexicano, insult¨¦ sin querer a un nazi, no me atrev¨ª a entrar en la catedral de San Esteban, conoc¨ª a Labarca, un excelente novelista chileno, y a dos chicas latinoamericanas que cada a?o realizan un festival beatnik en Viena, y sobre todo pase¨¦ y convers¨¦ hasta la extenuaci¨®n con Carmen Boullosa, la mejor escritora de M¨¦xico.
Roberto Bola?o (Santiago de Chile, 1953) es autor, entre otros t¨ªtulos, de Los detectives salvajes y Amuleto, ambos en Anagrama.
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