Los Monegros: la otra belleza
La comarca aragonesa de Los Monegros ha sufrido, desde hace siglos, una valoraci¨®n injustamente negativa que ha hecho mella, sin duda, en el imaginario de nuestras preferencias viajeras. Esta zona es tan desconocida como rica en atractivos. Su denostada aridez, forjadora de paisajes de gran inter¨¦s, es una condici¨®n omnipresente que labra, con s¨ªlabas de polvo, un paisaje descarnado y singular. Aunque no hay que olvidar que, anta?o, los sabinares cubr¨ªan toda la regi¨®n, otorgando al terreno un color negruzco que explica su actual etimolog¨ªa.?sta es una comarca para ver sin prisas. Lo que de ella se intuye a trav¨¦s de la carretera es s¨®lo una porci¨®n, poco representativa, de lo que encierra esta parcela ind¨®mita que consigue romper, de manera implacable, los arquetipos que solemos manejar acerca de lo bello. En Los Monegros, la aspereza nos subyuga; la luz nos deslumbra y la vastedad de los oteros nos extrav¨ªa en una totalidad que, s¨®lo en apariencia, es nada.
Los Monegros presentan las condiciones propias de un subdesierto. El invierno es fr¨ªo, los veranos t¨®rridos y las lluvias escasas. Un panorama, pues, tendente a la aridez. Sin embargo, esta comarca aragonesa, a caballo entre las provincias de Huesca y Zaragoza, cuenta con zonas muy diferenciadas entre s¨ª que incluyen bosques, cultivos de secano y de regad¨ªo, estepas, matorrales e incluso lagunas. Una diversidad que desmiente los t¨®picos e invita a conocer estos parajes sin prejuicios ni ideas preconcebidas.
Los l¨ªmites de Los Monegros son vagos e imprecisos. A grandes rasgos abarcan, de Poniente a Levante, la zona comprendida entre el r¨ªo G¨¢llego y el Cinca; y, de Norte a Sur, el abanico de tierras que se inicia en Tardienta y desciende hasta las orillas del Ebro. Una amplia regi¨®n que se divide en Monegros oscenses y zaragozanos.
Los Monegros oscenses poseen una gran variedad de paisajes que van desde la aridez de la estepa (o pseudoestepa) al verdor de los carrizos. Castej¨®n de Monegros, al pie de la sierra de Alcubierre, es un punto estrat¨¦gico para adentrarse en la regi¨®n. El paisaje es llano y, doquiera, las tolvaneras se deslizan entre soplidos quejumbrosos. La carretera, de amplias panor¨¢micas, conduce entre secanos a la poblaci¨®n de Pallaruelo. En el camino, atravesando la sierra hom¨®nima, se divisa una espectacular vista hacia el Norte que incluye parajes adehesados y sabinas centenarias. La sabina es un ¨¢rbol de la familia de las cupres¨¢ceas (la misma que el cipr¨¦s com¨²n), totalmente adaptado al clima de tendencia continental y que cuenta, aqu¨ª, con ejemplares centenarios.
Sari?ena ser¨¢ la siguiente parada del periplo oscense. Su laguna constituye un Refugio de Fauna Silvestre que cuenta con importantes poblaciones de aves acu¨¢ticas como el ¨¢nade, la avoceta, la garza imperial o la polla de agua. Esta laguna era, anta?o, una muestra de salada endorreica. En la actualidad, sin embargo, se ha visto alterada por los regad¨ªos, redundando en una p¨¦rdida de personalidad que ha favorecido, de forma parad¨®jica, la instalaci¨®n de una rica fauna av¨ªcola.
Desde Sari?ena una amplia carretera conduce a Lanaja, poblaci¨®n con casas notables y una iglesia g¨®tica, La Asunci¨®n, cuyo campanario acoge algunas cig¨¹e?as de elegante porte. Sentados al sol, unos cuantos hombres me hablan, con la socarrona sabidur¨ªa de los habitantes de la comarca, de la sierra de Alcubierre: un rinc¨®n de sabinares y ermitas, de pinares y altozanos, de parideras y secanos. Los hombres me explican que, hoy en d¨ªa, los campos de Lanaja se dedican al trigo, los cultivos forrajeros, el ma¨ªz y el arroz. Con cierta exageraci¨®n uno de los presentes afirma que "aqu¨ª se cultiva m¨¢s arroz que en Valencia". El regad¨ªo en Los Monegros hace milagros. Pero esta verde mutaci¨®n no est¨¢ exenta de pol¨¦mica por su posible impacto sobre los ecosistemas de la regi¨®n. Una cuesti¨®n, sin duda, que despierta recelos. En un momento de la conversaci¨®n pregunto por la cercana cartuja de Nuestra Se?ora de las Fuentes. La respuesta de uno de los hombres es tajante: "No existe". Ante mi estupor, me explica que la cartuja (con importantes frescos de Manuel Bayeu, uno de los famosos hermanos) pertenece a dos ancianas que lo utilizan para acoger ganado. La entrada est¨¢ vedada al p¨²blico y s¨®lo se abre una vez al a?o: el 15 de mayo. Un corto desv¨ªo, situado en la carretera que une Lanaja y Pallaruelo conduce a la Cartuja. Una vez all¨ª, el cierzo inclina las retamas y acrecienta la sensaci¨®n de soledad. Los muros del edificio, de un color parduzco, son interminables. Y aunque el edificio no se pueda visitar por dentro, merece la pena acercarse a ¨¦l. Su bello exterior existe: doy fe de ello.
De retorno a Castej¨®n resta dirigirse a la poblaci¨®n zaragozana de Bujaraloz. Antes, es recomendable tomar la carretera que, atravesando la sierra de Alcubierre, une Castej¨®n con Monegrillo: aqu¨ª los verdes pinares y los coscojales desmienten, una vez m¨¢s, todos los lugares comunes sobre el car¨¢cter exclusivamente des¨¦rtico de la comarca.
La poblaci¨®n de Bujaraloz es el inicio de un itinerario triangular, con algunas ramificaciones, que permite conocer los lugares m¨¢s interesantes del sur de Los Monegros. Una vez en La Almolda, la carretera que conduce a Monegrillo nos sit¨²a en las estribaciones meridionales de Alcubierre y en la inmensidad cultivada de la llanura que baja hacia el Ebro. Un paisaje, sin duda, vasto y peculiar. Cerca de Monegrillo, en direcci¨®n a Osera, se puede contemplar un magn¨ªfico sabinar que cuenta con ejemplares notables. La ruta entre Monegrillo y Osera alberga contrastes muy vivos: de los retazos de sabinar se pasa a los cultivos y, de all¨ª, a la inh¨®spita faz de la estepa, donde no es raro ver algun ¨¢guila sobrevolando los desnudos sasos. La vegetaci¨®n est¨¦pica de Los Monegros tiene afinidades con la existente en el norte de ?frica, Rusia y el suroeste asi¨¢tico. El esparto, o albard¨ªn, y la retama son algunas de las especies que la caracterizan.
Desde Osera, la N-II nos conduce de nuevo a Bujaraloz. Los que quieran adentrarse en la regi¨®n pueden tomar una pista que parte de la carretera de Gelsa y que accede a la Retuerta de Pina, uno de los enclaves de sabina y pino m¨¢s importantes de Los Monegros.
De vuelta a Bujaraloz resta visitar uno de los puntos m¨¢s sorprendentes y bellos del viaje: las saladas. Estas formaciones endorreicas, provocadas por la erosi¨®n, se llenan de agua mediante aportes subterr¨¢neos y pluviales. En verano suelen secarse, provocando espejismos similares a los de un desierto. Una de las saladas m¨¢s espectaculares y accesibles es la Laguna de la Playa. Situada a la izquierda de la carretera que conduce a S¨¢stago, esta laguna ofrece un paisaje asombroso y sobrecogedor. Se trata de una gran cubeta rodeada de un silencio espectral, con huesos de oveja por doquier, reflejos salinos y una tierra movediza y fr¨¢gil, salpicada de charcos, donde las aguas se evaporan lentamente. El sol ilumina, con infinita calma, la laguna y su vegetaci¨®n salina. ?ste es un lugar donde el crep¨²sculo se al¨ªa con la luz, donde los horizontes infinitos rebotan en el agua y donde la extra?eza ante lo desconocido fascina y atemoriza a la vez. Los Monegros, aqu¨ª, resplandecen m¨¢s all¨¢ de la belleza. Y en este fin del mundo, solar e inacabable, est¨¢ el inicio.
Llu¨ªs Calvo naci¨® en 1963 y es autor de Aconitum (Edicions 62, 1999).
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