Entre amigos (3)
El teniente Natividad Carmona ten¨ªa opiniones definidas:-Si masticas, piensas mejor -me tendi¨® un paquete de chicles sabor grosella. Tom¨¦ uno aunque no quer¨ªa.
Un regusto artificial me acompa?¨® en la patrulla. Desde el asiento del copiloto, Mart¨ªn Palencia le inform¨® a su compa?ero:
-El Tamal ya mam¨®.
Carmona no hizo el menor comentario. Yo no sab¨ªa qui¨¦n era el Tamal pero me aterr¨® que su muerte se recibiera con tal indiferencia.
Hab¨ªa tardado en reaccionar ante el secuestro de Kramer. Eso pasa cuando uno lleva coca¨ªna en el bolsillo. ?C¨®mo actuar entre tantos curiosos? Pancho estaba surtiendo un material fin¨ªsimo; tirarlo era un crimen. Regres¨¦ al Oxxo y me dirig¨ª a las latas de leche en polvo. Escog¨ª una para lactantes con reflujo, de la marca que salv¨® a Tania en sus primeros meses. Desprend¨ª la tapa de pl¨¢stico y coloqu¨¦ el papel entre la tapa y la superficie met¨¢lica. Con suerte, la recuperar¨ªa al d¨ªa siguiente.
Al regresar a mi coche, encontr¨¦ a dos polic¨ªas a cargo de la escena. Hab¨ªan puesto una bolsita con marihuana en mi cajuela de guantes. Pod¨ªan llevarme a la delegaci¨®n como testigo sin ese artilugio, pero la fuerza de la costumbre o el deseo de un soborno los impuls¨® a sembrar un motivo adicional. Iba a sacrificar mi ¨²ltimo billete (con rastros a¨²n m¨¢s incriminatorios), cuando una patrulla reluciente fren¨® ante nosotros con ese rechinido que los coches nunca producen en el cine mexicano.
As¨ª conoc¨ª a los judiciales Natividad Carmona y Mart¨ªn Palencia. Ten¨ªan pelo de hur¨®n y u?as manicureadas. Revisaron el auto con moroso deleite mientras los curiosos distingu¨ªan una cicatriz en la frente de Carmona y un Rolex en la mu?eca de Palencia. Los polic¨ªas de uniforme les merec¨ªan absoluto desprecio. Los obligaron a irse con su bolsita de marihuana y sus ¨¢nimos de extorsi¨®n a otra parte. Luego se comunicaron con el hotel de Kramer, Interpol, la DEA, un puesto de guardia en la Embajada. Esta eficiencia se volvi¨® preocupante al combinarse con la frase:
-Vamos a los separos.
Sub¨ª a la patrulla. Ol¨ªa a nuevo. El tablero parec¨ªa tener m¨¢s botones de los necesarios.
-?Era muy amigo de Kramer? -pregunt¨® Carmona.
Contest¨¦ lo que sab¨ªa, en forma atropellada, esperando que mi suerte fuera inversa a la del ignoto Tamal. Ellos parec¨ªan no o¨ªr o esperar que el trayecto activara otra respuesta.
Pasamos por una colonia de casas bajas. Hab¨ªa llovido en esa parte de la ciudad. Cada vez que nos deten¨ªamos junto a un auto, el conductor fing¨ªa no vernos. ?D¨®nde estar¨ªa Kramer? ?En una barriada miserable, en una casa de seguridad? Lo imagin¨¦ arrastrado por sus secuestradores, una espalda que avanzaba hacia una niebla sucia, un cuerpo que empezaba a ser an¨®nimo, inexplicable, una v¨ªctima sin cara, producto de un azar profundo, un cad¨¢ver lamido con ansias por los perros callejeros. Le atribu¨ª un destino atroz para no pensar en el m¨ªo. 36 a?os en la ciudad bastan para saber que un viaje a los separos no siempre tiene retorno. Aunque hay excepciones, gente que sobrevive una semana en una ca?ada, con quince heridas de picahielo, electrocutados en tinas de agua fr¨ªa que regresan para contarlo y que nadie les crea. Pens¨¦ esto para darme ¨¢nimos. Me vi deforme y vivo, listo para asustar a Tania con mis caricias. Me pregunt¨¦ si Renata llorar¨ªa en mi funeral. No; ni siquiera ir¨ªa al velatorio; no soportar¨ªa que mi madre la abrazara y le dijera palabras tiernas y tristes que revelaban que en el fondo las dos eran culpables de mi muerte.
Quiz¨¢ lo que me orillaba al melodrama era la ausencia de una amenaza abierta. La patrulla ol¨ªa bien, yo masticaba un chicle de grosella, avanz¨¢bamos sin prisa, respetando las se?ales.
-?Conque usted es cineasta? -dijo de pronto Mart¨ªn Palencia.
-Escribo guiones.
-Le quiero hacer una pregunta: ese Bu?uel le entraba a todo, ?no? Tengo chingos de v¨ªdeos en mi casa, de los que decomisamos en Tepito. Con todo respeto, pero yo digo que Bu?uel se met¨ªa de todo. Clarito se ve que era bien drogote, bien visionudo. Para m¨ª es el Jefe -Palencia mov¨ªa mucho las manos, sus ojos brillaban, como si llevara mucho tiempo tratando de exponer el tema-. ?Que un viejito como ¨¦se se meta todo lo que quiera! Yo siempre digo: "Shakespeare era puto y a m¨ª qu¨¦". Esos cabrones est¨¢n creando, creando, creando -movi¨® la cabeza con fuerza, a uno y otro lado, un gesto que suger¨ªa coca o anfetaminas-. ?Se acuerda de esa de Bu?uel en que dos viejas son una sola? ?Est¨¢n tan chulas las cabronas! No se parecen ni madres, pero el pinche anciano las confunde y ninguna le afloja. Yo tambi¨¦n las confundir¨ªa, verdad de Dios. As¨ª es el surrealismo, ?no? ?Puta, c¨®mo me encantar¨ªa vivir bien surrealista! -hizo una pausa, luego de un hondo suspiro, me pregunt¨®-: Entonces qu¨¦, ?a qu¨¦ le entraba el maestro Bu?uel?
-Le gustaban los martinis.
-?Te lo dije, pareja! -Palencia palme¨® a Carmona.
Despu¨¦s de una hora eterna, los oficiales juzgaron que ten¨ªan suficiente informaci¨®n y me dejaron en el Ministerio P¨²blico. Un licenciado me hizo unas cincuenta preguntas, entre ellas si hab¨ªa tenido comercio sexual con Kramer o discrepancias que pudieran llevarme al asesinato. Nadie que deseara protegerse confesar¨ªa en forma tan directa. Pero la fuerza del cuestionario era de m¨¦todo. Al terminar, el licenciado repiti¨® las preguntas en otro orden. En esta nueva secuencia, algunas interrogantes cambiaban de sentido, me hac¨ªan ver como si yo supiera ciertas cosas antes de que ocurrieran y las hubiese entrevisto o aun planeado.
Contest¨¦ como pude. Al llegar a mi departamento me desplom¨¦ en la cama. No pod¨ªa olvidar la coca¨ªna que escond¨ª en el Oxxo. Pens¨¦ que no iba a poder dormir, pero ca¨ª en un sue?o profundo donde, de tanto en tanto, sent¨ªa el tenue roce de una aleta.
Despert¨¦ a las 8 de la ma?ana. Me asom¨¦ a ver los corredores que circundaban el Parque de la Bola. La contestadora ten¨ªa dos mensajes. Uno de Katy: "?Qu¨¦ maravilla de sinopsis! Eres genial. Ya s¨¦ que los elogios no est¨¢n de moda, no te ofendas, pero contigo dan ganas de ser anticuad¨ªsima. Me muero de ganas de verte. Un besito, bueno: mil". Katy estaba exultante. Yo no sab¨ªa que Gonzalo Erdioz¨¢bal le hubiera enviado el texto ni recordaba haberle dado el fax de Katy. Aunque, la verdad sea dicha, recordaba muy pocas cosas. El segundo mensaje dec¨ªa: "Tienes que venir. Tania est¨¢ hecha un alarido", mi ex mujer me habla como si nuestra hija fuera un incendio y yo una central de alarmas.
Desayun¨¦ una dona y un cigarro y sal¨ª a casa de Renata. En el trayecto pens¨¦ en Katy, su voz entusiasta, su deseo de ser anticuad¨ªsima, algo magn¨ªfico en un presente desastroso. Gonzalo era un amigo impar.
Encontr¨¦ a Tania bastante tranquila pero Renata me vio como si calculara las noches que llevo sin dormir. Me explic¨® el problema: Lobito, el hamster de Tania, se hab¨ªa perdido en el Chevrolet, el vejestorio que causa tantos problemas y demuestra que mi pensi¨®n es raqu¨ªtica.
Busqu¨¦ al hamster en el Chevrolet y s¨®lo encontr¨¦ un broche de carey entre las vestiduras, en forma de signo del infinito. Renata lo usaba cuando la conoc¨ª. Me pareci¨® tan incre¨ªble que ese delgado material transl¨²cido proviniera de una tortuga como que mis dedos lo hubieran desabrochado alguna vez. Ahora el mecanismo se hab¨ªa trabado (o mis dedos perd¨ªan facultades). Decid¨ª que Lobito fuera buscado por especialistas. Tania me acompa?¨® al Chevrolet. Un mec¨¢nico de bata blanca recibi¨® mi solicitud con apat¨ªa, como si todos los clientes llegaran con roedores perdidos. Quiz¨¢ los gases t¨®xicos otorgan esa cansada eficiencia:
-Esperen en Atenci¨®n a Clientes -se?al¨® un rect¨¢ngulo acristalado, donde un televisor transmit¨ªa un comercial del Gobierno que me da especial repugnancia porque yo lo escrib¨ª. Durante un minuto se promueve un pa¨ªs donde cuatro paredes prefabricadas califican como un aula y como un logro; la pobreza parece resuelta e imbatible al mismo tiempo: "Ya hicimos lo poco que se pod¨ªa", se interpreta en la ¨²ltima toma, cuando un ni?o de ojos extraviados abre la boca ante un gotero. Cerr¨¦ los ojos hasta que Tania me jal¨® del pantal¨®n.
El hombre de bata blanca ten¨ªa a Lobito en sus manos:
-Tuvimos que desmontar el asiento trasero. Tambi¨¦n encontramos esto -me tendi¨® una pelota de tenis, que hab¨ªa perdido su fulgor verde en la cavidad del auto.
La tom¨¦ con manos temblorosas. Supe, por el contacto velludo y los recuerdos que activaba, que el infame Erdi¨®zabal me hab¨ªa traicionado.
Continuar¨¢
Juan Villoro (M¨¦xico, 1956) es autor de El disparo de Arg¨®n y La casa pierde (Alfaguara)
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