C¨®rcega: jacobinos, no mat¨¦is la paz
Es cosa sabida: los franceses est¨¢n hartos de los problemas corsos. Lo que no quiere decir que est¨¦n hartos de los corsos, pero empezamos a difuminar, quiz¨¢ demasiado, la diferencia. Es tambi¨¦n cosa sabida: la justicia no debe ser d¨¦bil, ni la polic¨ªa. Los asesinos deben ser arrestados y castigados, y el Estado ha sido demasiado d¨¦bil. Dicho esto, yo estoy at¨®nito, y ahora muy alarmado, por muchos comentarios sobre este asunto. A menudo son peligrosos, porque son de naturaleza xen¨®foba. Los que lo niegan van a crear el pueblo corso por rechazo.?C¨®mo es posible imaginar que bastar¨ªa un proyecto de acuerdo para llevar de nuevo al buen camino a las varias decenas de asesinos, entre ellos muchos mafiosos, que para mantener su l¨ªnea de violencia demente est¨¢n obligados cada vez m¨¢s a perder el contacto con los troncos principales del "nacionalismo" corso? Desgraciadamente, en este proceso no se trata de parar con un solo acto toda violencia. Eso no est¨¢ al alcance de nadie. Se trata s¨®lo de acabar con el reclutamiento, pero esto es esencial y alg¨²n d¨ªa se llamar¨¢ paz. Ya no hace falta que los adolescentes y los j¨®venes corsos, en su b¨²squeda de la dignidad, descubran la historia de su regi¨®n como la de una opresi¨®n.
Yo no tengo ni una gota de sangre corsa, pero no me gustan que me cuenten cuentos, aunque sea en nombre de mi pa¨ªs. Yo, amigos jacobinos, estoy tan orgulloso como vosotros, si no m¨¢s, porque como eurodiputado valoro m¨¢s la fuerza y las diferencias con nuestros conciudadanos de Europa o del mundo, los principios que han hecho la Rep¨²blica francesa y que aseguran su unidad. Pero los principios de la Rep¨²blica pretenden ser liberadores, y no opresivos.
El derecho a resistirse a la opresi¨®n es incluso uno de los derechos fundamentales del hombre y del ciudadano. Porque ha habido opresi¨®n y a¨²n quedan muchos restos. Yo estoy a favor de la aplicaci¨®n de los principios, pero no a costa del olvido total del pasado.
Hay una revoluci¨®n corsa. No se puede esperar tratarla sin comprenderla. Sin embargo, ser¨ªa necesario recordar:
- Que cuando Luis XV compr¨® a la Rep¨²blica de G¨¦nova los derechos de soberan¨ªa feudal sobre C¨®rcega, hizo falta una guerra para tomar posesi¨®n del nuevo dominio. Francia perdi¨® m¨¢s hombres que en la guerra de Argelia.
- Que C¨®rcega ha sido "gobierno militar" hasta entrado el siglo XIX, con lo que implica en t¨¦rminos de legalidad republicana.
- Que durante la guerra de 1914-1918 se moviliz¨® en C¨®rcega, cosa que nadie se atrevi¨® a hacer jam¨¢s en el continente, hasta a los padres de seis hijos.
- Que de hecho, aun en 1919, no hab¨ªa pr¨¢cticamente hombres v¨¢lidos en C¨®rcega para retomar las explotaciones agrarias. Los muy j¨®venes no tuvieron tiempo de que se les transmitiera la forma de hacerlo. As¨ª, fueron empleados de correos y de aduanas.
- Que fue, pues, en ese momento cuando C¨®rcega se convirti¨® en una econom¨ªa asistida, lo que no era antes. La aparici¨®n de la "pereza corsa" en las bromas, las canciones y el folclore, datan de entonces. Antes no hay rastro.
- Que, por otra parte, el derecho sucesorio tradicional corso era muy diferente al c¨®digo civil. As¨ª los "metropolitanizados", corsos o no corsos, se apropiaron injustamente de tierras ancestrales. Es tambi¨¦n la raz¨®n principal por la que muchos agricultores corsos no tienen t¨ªtulos de propiedad que les permitan obtener un cr¨¦dito.
- Que, del mismo modo, el c¨®digo civil no prev¨¦, e incluso proh¨ªbe, la propiedad colectiva. Ahora bien, toda la ganader¨ªa corsa se hac¨ªa en los pastos colectivos.
- Que la matanza de Aleria, el 21 y 22 de agosto de 1975, se sinti¨® como el fin de toda esperanza de una mejora debida a las discusiones con el Gobierno de la Rep¨²blica y dio la se?al para recurrir a la violencia, porque todos los corsos entendieron muy bien que en Francia nunca se habr¨ªa podido dar una respuesta semejante a una ocupaci¨®n de tierras.
- Que, por otra parte, 13 a?os antes C¨®rcega hab¨ªa recibido del Gobierno franc¨¦s otra se?al peligrosa. Despu¨¦s de los incidentes ocurridos ya a finales de los a?os cincuenta, el Gobierno cre¨® la Sociedad de revalorizaci¨®n de C¨®rcega, Somivac. ?sta estaba encargada de volver a comprar las tierras disponibles, de concentrarlas, de trazar caminos, de llevar el riego en ciertos casos, y despu¨¦s venderlas a los campesinos corsos. Los 400 primeros lotes estuvieron preparados para la venta en 1962. De Par¨ªs lleg¨® la orden de reservar el 90% para los pieds- noirs que volv¨ªan de Argelia. ?El 90%, no el 15% o el 50%! Este porcentaje era una incitaci¨®n a la guerra civil.
- Que se hizo, en 1984, un descubrimiento extra?o. El presidente Giscard D'Estaing, hacia 1976 o 1977, tom¨® la sabia decisi¨®n de garantizar a C¨®rcega la "continuidad territorial"; es decir, el Estado se hac¨ªa cargo de todo coste adicional de transporte ligado a su insularidad. Siete u ocho a?os m¨¢s tarde -?es estupidez, falta de valor o concusi¨®n?- la administraci¨®n hab¨ªa asegurado la continuidad territorial para los transportes de personas y para los transportes de mercanc¨ªas de Francia a C¨®rcega, ?pero no viceversa! Las naranjas corsas segu¨ªan llegando a Marsella con gastos de transporte m¨¢s elevados que las que ven¨ªan de Israel. Para los vinos y la charcuter¨ªa supuso la muerte econ¨®mica.
- Y que C¨®rcega, como Martinica y Guadalupe, sufri¨® durante d¨¦cadas un monopolio de pabell¨®n mar¨ªtimo impuesto por el Estado, con las consecuencias asfixiantes que se adivinan.
Algunos han querido resumir todo este conjunto de hechos econ¨®micos en el concepto de colonialismo. Es un debate sem¨¢ntico y sin inter¨¦s, porque no tiene conclusi¨®n. La imbricaci¨®n profunda de la poblaci¨®n corsa en la poblaci¨®n francesa, y el gran n¨²mero de corsos que han servido magn¨ªficamente a Francia, como altos funcionarios, oficiales o ministros, niega tal concepto. Basta con saber que una opresi¨®n concreta ha debilitado gravemente la econom¨ªa corsa. Cuando la historia presenta esta cara, hace falta o mucha inconsciencia, o mucha indecencia para no decir a los corsos m¨¢s que: "Ya os hab¨¦is equivocado bastante. Calmaos y respetad las leyes de la Rep¨²blica. Entonces os beneficiar¨¦is plenamente de su generosidad". De esta aplicaci¨®n uniforme y leal, los corsos apenas han visto trazas en su historia.
Desde luego, hay una parte corsa en este l¨ªo. Y no es peque?a: violencia, divisi¨®n en clanes, corrupci¨®n. Naturalmente, hay que sancionar, y no se ha hecho. Pero tambi¨¦n hay que comprender c¨®mo el sistema se vuelve perenne. Aqu¨ª, la historia desemboca en la sociolog¨ªa. Es una evidencia mundial que toda sociedad autosuficiente es mucho m¨¢s resistente a la corrupci¨®n que cualquier sociedad asistida. Ahora bien, C¨®rcega lo es, en gran medida, por obra de Francia, desde hace varias d¨¦cadas. Desde entonces, no es sorprendente que esta potente instituci¨®n mediterr¨¢nea, la gran familia, la gens, se haya convertido en el instrumento casi exclusivo de la solidaridad y de la defensa colectiva. Todo empieza, claro est¨¢, por la tierra. A falta de una verdadera justicia territorial, la violencia se ha convertido en el instrumento de defensa de los derechos personales, y la ley del silencio, la omert¨¢, en la traducci¨®n inevitable de la solidaridad familiar que se ha dividido en clanes. Se ha pasado r¨¢pidamente de la tierra al conjunto de las actividades sociales. Adem¨¢s, all¨ª, como por otra parte en Francia, el Estado distribuye subvenciones, ya que entre nosotros, nuestra recaudaci¨®n fiscal, en lugar de utilizarse esencialmente en el lugar de origen, como en los Estados federales, sube al centro antes de volver a bajar para dar testimonio de la generosidad de la Rep¨²blica. En un universo cultural donde la legalidad y la equidad eran tan poco aparentes, casi no sorprende que los clanes se hayan organizado, violencia y ley del silencio incluidas, para controlar a cualquier precio los procesos electorales y los flujos financieros.
?ste es el l¨ªo del que ahora hay que salir. Las tres cuartas partes de los corsos, que ya est¨¢n hartos de violencia, se apoyan desesperadamente en el Estado central, a pesar de su gran impericia. El ¨²ltimo cuarto, que se defini¨® autonomista -como hoy nacionalista- no ha renunciado a ver por fin tratadas correctamente las pesadas peculiaridades de la situaci¨®n corsa. Est¨¢ dispuesto a buscar soluciones negociadas, y lo dice, as¨ª como a renunciar a la violencia. Por esto, algunos cientos de desesperados les han abandonado para hundirse en la violencia pura. Ya no obedecen a su mandato. ?C¨®mo culpar a los representantes elegidos de los movimientos?
?C¨®mo abordar esta necesidad de C¨®rcega de tener una parte mayor en el control de sus asuntos para dirigirlos en funci¨®n de sus caracter¨ªsticas? El hecho de que se haya podido evocar en el proyecto gubernamental de las "atribuciones legislativas" es suficiente para que estalle. A este respecto se plantean tres preguntas.
La primera: ?realmente se ha le¨ªdo el texto? El proyecto dispone que: "El Parlamento podr¨ªa as¨ª autorizar a la Asamblea territorial de C¨®rcega a adoptar, por sus deliberaciones en ciertos ¨¢mbitos precisamente determinados y en el respeto de los principios que se fijen, disposiciones legislativas ya en vigor o en curso de examen. Las deliberaciones adoptadas por la Asamblea de C¨®rcega en estas condiciones ser¨¢n, a reserva del ejercicio de votos de recurso ante la jurisdicci¨®n administrativa, ejecutorias. De valor reglamentario, ¨¦stas..." He aqu¨ª un "poder legislativo corso" enmarcado en el poder legislativo nacional. ?Y se teme realmente que el Consejo de Estado o los tribunales administrativos no dejen que se desmantele el Estado?
Segunda cuesti¨®n: ?realmente se ha le¨ªdo la Constituci¨®n? Nuestra ley fundamental, en su sabidur¨ªa, y sobre todo por su art¨ªculo 34, ratifica el problema y trata la existencia de una vasta zona geogr¨¢fica entre la majestuosidad y la generalidad de la ley, y las contingencias del reglamento. Lo s¨¦ por experiencia: para un gobierno que desea que se tome una medida importante, la elecci¨®n entre la ley y el decreto rara vez es evidente. Existe incluso en la Constituci¨®n un procedimiento que permite al Consejo constitucional denunciar el car¨¢cter legislativo de tal texto para remitir uno u otro al reglamento. ?Por qu¨¦ no iba a aplicarse a los asuntos corsos, con algunas grandes excepciones? Los argumentos de la actuaci¨®n constitucional casi no rigen. El ¨²nico argumento constitucional de peso es nuestra devoci¨®n por la uniformidad. Pero, en ese caso, es la historia la que habla, m¨¢s que el derecho. Esta es mi elecci¨®n: m¨¢s vale una diferencia reconocida que una falsa uniformidad opresiva.
Queda entonces la tercera cuesti¨®n. Si, verdaderamente, como aparentan nuestros jacobinos, y como yo mismo pienso, se cree en las virtudes exclusivas de la acci¨®n pol¨ªtica y de la democracia para asegurar a C¨®rcega un futuro de calma y de expansi¨®n, entonces ?por qu¨¦ excluir a los mismos corsos? La apuesta que se esboza consiste en pensar que los corsos orgullosos de serlo y que reivindican su identidad, una vez que se han vuelto m¨¢s netamente responsables, sabr¨¢n tratar las dificultades de la existencia de esta identidad mejor de lo que se ha hecho en el pasado. Rechazar esta apuesta es rechazar la democracia en su principio. Negarse a dar una amplia autonom¨ªa a la Asamblea de C¨®rcega es, en primer lugar, hacer el c¨¢lculo sorprendente de que los nacionalistas podr¨ªan ser muy pronto mayor¨ªa, algo que todo desmiente, pero sobre todo demostrar claramente que se desconf¨ªa de ellos, que no se cree en el aprendizaje de la responsabilidad ni en las virtudes de las reconciliaciones negociadas.
Lionel Jospin ha demostrado un gran valor en este asunto. Ser¨ªa una pena y ser¨ªa peligroso que una pusilanimidad republicana de corto alcance impidiera establecer entre Francia y C¨®rcega nuevas relaciones basadas en la confianza mutua. La Rep¨²blica saldr¨ªa con toda seguridad reforzada, mientras que la persistencia de la crisis la debilitar¨ªa gravemente.
Michel Rocard ha sido primer ministro de Francia y es diputado europeo. ? Le Monde
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