Una regi¨®n perpleja de recuerdos
14 de septiembre de 1920: nace el escritor uruguayo Mario Benedetti, quien posiblemente sea el poeta m¨¢s le¨ªdo actualmente en lengua espa?ola."Hoy llegaron los primeros ejemplares de Benedetti", me dijo Germ¨¢n Dehesa en la librer¨ªa El Juglar, que abrimos hace 26 a?os en la avenida de la Revoluci¨®n de la Ciudad de M¨¦xico. Me entreg¨® un ejemplar de Poemas de otros, que tom¨¦ no s¨¦ si con pasi¨®n o desconcierto. No lo conoc¨ªa, pero s¨®lo el sonido de su nombre, Mario Benedetti, me cautiv¨®. El libro pertenec¨ªa a las viejas ediciones de la editorial Arca, la primera editorial uruguaya que public¨® los poemas de Mario, y ten¨ªa esa calidad artesanal, amorosa de las ediciones de los ¨²ltimos a?os cincuenta.
A?os despu¨¦s, en un recital que ofreci¨® en la sala Ponce de Bellas Artes, con motivo de la publicaci¨®n de Cotidianas, escuchar¨ªa a Mario leer sus poemas por primera vez. Su voz, la tersura de su voz, me dejaron cautivado, pero m¨¢s que eso, me sedujo el entusiasmo y devoci¨®n con que el p¨²blico lo escuchaba. Benedetti me parece, desde entonces, uno de esos caballeros de modales antiguos que saltan de alguna novela rom¨¢ntica, con sus trajes estrechos, el nudo de la corbata bien hecho, y la bondad pintada en el arco de sus cejas. La materia de sus poemas, sin embargo, siempre ha sido fragorosa, dura, peleonera, curiosamente amasada con un poco de nostalgia y un mucho de vida cotidiana. Hoy todav¨ªa recuerdo un verso suelto de aquella tarde que a¨²n me admira y me acompa?a sin que pueda decir por qu¨¦: "Una regi¨®n perpleja de recuerdos". Quiz¨¢ eso ha sido para m¨ª su literatura, la emoci¨®n de su literatura: una regi¨®n perpleja de recuerdos; quiz¨¢, porque no s¨®lo al leerlo, sino cuando me encuentro con Mario, siento que en la cotidianidad que lo rodea est¨¢ a punto de saltar algo sorpresivo -una frase, una mirada, o la voz de Luz, su mujer- que me dejar¨¢ perplejo.
Lo conoc¨ª, al fin, una noche de la remota d¨¦cada de los setenta, cuando vino a M¨¦xico para participar en el espect¨¢culo po¨¦tico musical de Nacha Guevara y Favero. Mario le¨ªa sus poemas en el escenario del teatro de la ciudad, con aquel garbo y apostura de su figura de fin de siglo, con la voz ronca y melanc¨®lica que desgranaba papeles de oficinas y pendones socialistas. Benedetti era un rapsoda, un poeta del pueblo, un escritor que canta al o¨ªdo y a las masas, que se apodera de la imagen precisa y le da a su verso el ritmo melodioso de una canci¨®n popular, que se vuelve popular porque dice y escucha lo que otros dicen. A veces, sus poemas no necesitaban m¨²sica, ¨¦l mismo, con sus nostalgias a cuestas, le daba el ritmo con su lectura. Benedetti es, quiz¨¢ -como Jaime Sabines, Rafael Alberti o Pablo Neruda-, m¨¢s un poeta para ser dicho en voz alta que para leerse en silencio, o mejor: para que en silencio sus versos suenen en voz alta. Por eso mismo, tal vez, sus versos entran tan bien en la m¨²sica que le han puesto tantos compositores. A?os despu¨¦s, en una cena que hicimos en un boliche, como ¨¦l llama a los restaurantitos del bonaerense barrio de Palermo, hablamos de sus poemas hechos canciones, y me confes¨® que le gustaban, que le gustaba incluso trabajar al 1ado del m¨²sico y el cantante. Me dijo, tambi¨¦n, que a algunos les reconoc¨ªa el ritmo que ¨¦l mismo persegu¨ªa mientras los perge?aba.
Recordamos esa noche de Palermo hace poco tiempo, en mi casa, cuando me entreg¨® el manuscrito de su reciente libro de poemas: La vida ese par¨¦ntesis. Est¨¢bamos con un grupo de amigos mutuos, cantando, riendo, diciendo chistes y evocando an¨¦cdotas. Tania Libertad engarzaba boleros con su voz de ¨¢ngel, y Benedetti le dijo, nos pidi¨® a todos, que le permiti¨¦ramos leer, para compensarnos de tanta alegr¨ªa, algunos de esos poemas nuevos. Ley¨® Papel mojado, y Tania le dijo, le pidi¨® tambi¨¦n, que la dejara musicalizarlo. Era la magia del encuentro, del hallazgo del ritmo con su voz. Fue el prodigio de la amistad que reinventamos esa noche la que impuls¨® a Tania a hacer un disco sin par donde los poemas de Mario se vuelven tangos, candombes, boleros y hasta una guaracha, sin perder un ¨¢pice de esa simplicidad, de ese ritmo cotidiano que sus lectores tanto aprecian, de esa entra?able regi¨®n perpleja de recuerdos que toma cuerpo en la canci¨®n Papel mojado con que se abre, ese papel mojado en que, al fin y al cabo, se convierten todos los poemas y todos los recuerdos.
Sealtiel Alatriste es escritor.
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