Chillida
A veces, cuando pasea por la playa de la Concha, alza sus pies sobre el suelo y simula que ataja un bal¨®n; le gusta jugar as¨ª, en solitario, en medio del paseo principal de su ciudad, que ¨¦l ha culminado rindiendo un homenaje al viento que peina desde ni?o la paz de sus sue?os. Donosti: ahora abre all¨ª su museo. Un d¨ªa nos lo ense?¨®, en medio del silencio de Euskadi, como si fuera su contribuci¨®n a su sue?o mayor: la paz del mundo en el que tambi¨¦n fue un ni?o. Tocaba los ¨¢rboles y las maderas reci¨¦n cortadas con la ilusi¨®n del que acaba de descubrir un juguete antiguo escondido como los tesoros. Fue, en esa visita, el emocionado adolescente que de s¨²bito se halla no s¨®lo ante su pasado, el de su arte, sino ante el porvenir de su propia ciudadan¨ªa, la que busca a trav¨¦s de los sue?os la paz de la gente. Es un so?ador, es sobre todo un so?ador al que la vida situ¨® en medio de las preguntas sin fin de guerras grandes y chicas. En medio de esa derrota que la violencia arroja sobre la raz¨®n, a veces se alza con rabia e impotencia, como si ante el terrorismo o la maldad el arte fuera s¨®lo el suspiro sin porvenir del hombre. Una noche se desvel¨® y vio, en medio de la oscuridad en la que dibuja el tiempo, una gran monta?a que se abr¨ªa para hacerle sitio al aire; al d¨ªa siguiente la dibuj¨® y la busc¨®, y la hall¨® en Fuerteventura, la isla donde otro gran so?ador, Miguel de Unamuno, dedic¨® su destierro a imaginar viajes. De aquel sue?o los pol¨ªticos hicieron luego ovillos, y ¨¦l se guard¨® la melancol¨ªa de la frustraci¨®n so?ando otras monta?as tan leves como el aire. No es extra?o que su poeta haya sido, por ejemplo, Jorge Guill¨¦n, y no es tampoco extravagante que sus fil¨®sofos sean Kierkegaard o Heidegger, porque su ser est¨¢ hecho de amor y tiempo, lo que sus manos contienen. Su silueta se recorta en el cielo como un s¨ªmbolo que tiene en su interior la rabia irreprimible de Euskadi, tan hermoso, tan martirizado. Fue un buen portero, y tiene las manos abiertas como para atrapar el aire que llega antes que el bal¨®n y que pesa, como los sue?os, lo que la imaginaci¨®n quiere. Su casa est¨¢ llena de madera, y desde ella se ve la inmensa paz del mar de Euskadi, donde alimenta sus sue?os, la levedad poderosa de sus esculturas. Ver¨¢ la paz, siempre lo quiso, ¨¦se es su museo.
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