Nacionalcatolicismo y secularizaci¨®n
En EL PA?S del 13 de agosto ven¨ªan unas pertinentes reflexiones de Eduardo Haro Tecglen sobre el "nacionalcatolicismo". Como de alguna manera se trata de un hijo m¨ªo, lo le¨ª reposadamente, lo aprob¨¦ y me dio qu¨¦ pensar y escribir sobre el tema. Y digo hijo porque esa denominaci¨®n -nacionalcatolicismo- se me ocurri¨® precisamente a m¨ª, cuando en los a?os sesenta, despu¨¦s de concluido el Concilio Vaticano II, un periodista del semanario franc¨¦s progresista T¨¦moignage Chr¨¦tien me hizo una entrevista sobre la temperatura del catolicismo espa?ol dentro de la dictadura franquista y pasado ya el Concilio. Recuerdo que en un momento de luz me vino a las mientes la expresi¨®n germana hitleriana "nacionalcatolicismo" y pens¨¦ que una aplicaci¨®n -eso s¨ª, relativa- a la situaci¨®n del catolicismo espa?ol era oportuna. Poco despu¨¦s, charlando con el profesor L¨®pez Aranguren, ¨¦ste qued¨® entusiasmado con la expresi¨®n, la extendi¨® por doquier hasta convertirse en parte esencial del l¨¦xico hist¨®rico.La fotograf¨ªa que comenta Haro Tecglen es verdaderamente esperp¨¦ntica: "Quiz¨¢ sea el p¨¢rroco de San Jos¨¦ el que est¨¢ con la cruz alzada en la calle de Alcal¨¢, frente a su templo, esperando la llegada de la imagen en procesi¨®n, que un clero infinito, perdido en el fondo, espera de rodillas, con los blandones encendidos en la mano derecha". Seg¨²n la descripci¨®n y el tenor de la fotograf¨ªa, se tratar¨ªa de la procesi¨®n del Corpus.
En realidad, esa visi¨®n gr¨¢fica del nacionalcatolicismo causa compasi¨®n no s¨®lo a los no creyentes, sino a los mismos can¨®nigos contempor¨¢neos, como el que esto escribe. De entonces a hoy parece que han pasado varios siglos.
Haro Tecglen refiere lo que, sin ton ni son, se ha dicho hasta en los manuales escolares de historia, o sea, que la II Rep¨²blica se perdi¨® por su anticlericalismo: por el "Espa?a ha dejado de ser cat¨®lica", que dijo Aza?a. Pero no fue as¨ª, ni mucho menos. El anticlericalismo, como su nombre lo indica, presupone un clericalismo; y el clericalismo se confunde m¨¢s o menos con el nacionalcatolicismo. ?ste fue fundado nada menos que por el emperador romano Constantino I en el siglo IV. La fusi¨®n entre religi¨®n y pol¨ªtica era lo com¨²n en los "Estados" de entonces. Las religiones pod¨ªan ser "l¨ªcitas" si se acoplaban a la ideolog¨ªa del poder reinante; pero si tomaban una postura "prof¨¦tica" cr¨ªtica frente al poder se convert¨ªan en religi¨®n "il¨ªcita". El cristianismo naci¨® y empez¨® a difundirse como religi¨®n il¨ªcita, lo cual tuvo que pagar con la sangre de sus m¨¢rtires. Constantino, como un ¨®ptimo hombre de Estado, pens¨® que lo mejor ser¨ªa integrar el cristianismo en el Imperio, hasta que llegara a ser la religi¨®n oficial y ¨²nica.
En Espa?a fue el rey Recaredo el que unific¨® el cristianismo y lo convirti¨® en catolicismo ¨²nico obligatorio. Esta situaci¨®n ha estado pr¨¢cticamente vigente hasta el Concilio Vaticano II, que sobre todo en dos constituciones -Gaudium et spes y Dignitatis humanae- desacraliz¨® el cristianismo y lo seculariz¨®. Jes¨²s fue un seglar; sus disc¨ªpulos no fueron llamados sacerdotes hasta bien entrado el siglo II, y esto por contagio con el juda¨ªsmo y el paganismo grecorromano. De varias constituciones del Vaticano II se sigue claramente que en la Iglesia cristiana no debe haber dos clases: la jerarqu¨ªa, que habla, y el laicado, que escucha. Todos deben tener derecho a la palabra, incluso en los concilios, en las enc¨ªclicas y en el magisterio. Naturalmente, la puesta en pr¨¢ctica de este modelo de secularizaci¨®n va encontrando serias dificultades, porque dejar el poder es muy dif¨ªcil para los que han gozado de ¨¦l durante 16 siglos.
Aludiendo al hecho pintoresco de que a la dictadura franquista se llamase "Sagrada Cruzada Nacional", Haro Tecglen refiere una sabrosa an¨¦cdota, referida por Julius Ruiz, investigador en Oxford. Se trata de la fotocopia de una sentencia de muerte tras un juicio en que el acusado es condenado a muerte por destacarse en "la injuria y calumnia de la Sagrada Cruzada Nacional".
Aunque ya est¨¢ lejos, no dejo de recordar con cierto repel¨²s el ¨²ltimo juicio del extinto Tribunal de Orden P¨²blico al que fui sometido. Se me acusaba de que en un art¨ªculo del semanal S¨¢bado Gr¨¢fico yo hab¨ªa dicho algo as¨ª: "Cuando las guerras civiles se llaman cruzadas". Cuando hablaba previamente con el juez, ¨¦ste me dec¨ªa: "Aqu¨ª se refiere usted a nuestra guerra". Pero yo le respond¨ªa: "?Por qu¨¦, se?or juez? Hubo m¨¢s guerras civiles que se llamaron cruzada. Sin ir m¨¢s lejos, la cruzada contra los albigenses: s¨²bditos del reino de Arag¨®n contra s¨²bditos del reino de Arag¨®n". El juez me miraba con ojos perdidos y me despidi¨®. A lo mejor era la primera vez que o¨ªa hablar de los albigenses.
No he le¨ªdo todav¨ªa la Historia de la guerra civil espa?ola de Paul Preston. Sospecho que le da un buen enfoque a pesar de su indudable condici¨®n laber¨ªntica. Los j¨®venes nos miran con cara de extra?eza, dudando de que nuestros relatos coincidan con la verdad.
Eso s¨ª: los que luchamos contra el nacionalcatolicismo no nos callaremos ante brotes de micronacionalismos cat¨®licos, de nacionalsocialismos, de nacionalneonazismos et sic de caeteris.
Queremos tener la cabeza despejada y ser libres frente a toda ideolog¨ªa, incluso frente a una posible "ideolog¨ªa" cat¨®lica.
Jos¨¦ Mar¨ªa Gonz¨¢lez Ruiz es can¨®nigo lectoral de la catedral de M¨¢laga.
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