'Gudaris' sin nadie enfrente
Son muchas ya las voces que, desde el reinicio de la actividad terrorista, insisten en la idea de que los dem¨®cratas estamos en peor situaci¨®n que nunca. Desde luego, es enorme la distancia que media entre la sensaci¨®n de hast¨ªo con que hoy se recibe cada noticia de un nuevo atentado y el clima que se viv¨ªa desde finales de los ochenta, cuando el Pacto de Ajuria Enea, por un lado, y ¨¦xitos policiales como los de Sokoa o Bidart, por otro, llevaron a la convicci¨®n de que la violencia etarra empezaba a ser un fen¨®meno en v¨ªas de extinci¨®n. Con un menor n¨²mero de asesinatos que entonces, con una aplastante mayor¨ªa de ciudadanos que se declaran sin tibieza contra los asesinos y, adem¨¢s, alejados definitivamente los riesgos de involuci¨®n que -record¨¦moslo- eran parte sustancial del poder de los terroristas hasta fecha no demasiado lejana, no deber¨ªa en principio prosperar el des¨¢nimo ante una violencia que es ahora m¨¢s ensimismada e in¨²til de lo que lo ha sido jam¨¢s.El hast¨ªo, el des¨¢nimo, est¨¢n, con todo, ah¨ª, y tal vez haya llegado el momento de reconocer en voz alta lo que, por el bien de nuestra democracia, no deber¨ªa ser silenciado en nombre de un consenso que se rompi¨® hace ya mucho: se est¨¢n cometiendo graves errores en la conducci¨®n de la pol¨ªtica antiterrorista. Para empezar, cabe dudar de que, a decir verdad, el Gobierno disponga a estas alturas de alguna pol¨ªtica antiterrorista, no de una simple bater¨ªa de gestos de sustituci¨®n, estridentes pero vac¨ªos. En este sentido, la ret¨®rica cargada de tintes amenazantes y apote¨®sicos con que el jefe de Gobierno despacha cada una de sus declaraciones sobre el Pa¨ªs Vasco puede reconfortar moment¨¢neamente a quienes est¨¢n en el punto de mira de los asesinos, o a quienes llevan demasiado tiempo esperando que algunos representantes nacionalistas digan algo distinto de lo que han dicho hasta hace poco. Puede reconfortar, en definitiva, a quienes con toda la raz¨®n y toda la justicia de su parte desean o¨ªr que se llama asesinato a lo que es un asesinato y no un contencioso, o que se considere a las v¨ªctimas como lo que son, v¨ªctimas inocentes del delirio criminal de una minor¨ªa.
Ahora bien, apelar a los sentimientos de esos conciudadanos que sufren en primera l¨ªnea la brutalidad del terrorismo, proclamando a la menor ocasi¨®n que los pistoleros tienen motivos para temblar o que est¨¢n tratando de contagiarnos su propia desesperaci¨®n -como se hace una y otra vez desde el Gobierno-, no son piezas de ninguna pol¨ªtica antiterrorista, movimientos que eviten un solo atentado o a¨ªslen a quienes practican o justifican la violencia. Por el contrario, una m¨ªnima sensibilidad pol¨ªtica deber¨ªa llevar a comprender que es ¨¦sa, precisamente, la ret¨®rica que m¨¢s puede reafirmar a los asesinos, porque es la que m¨¢s verosimilitud ofrece a su fantas¨ªa de vivir en guerra contra un ej¨¦rcito que no est¨¢ compuesto, en realidad, m¨¢s que de pac¨ªficos viandantes que acaban de comprar la prensa del domingo o de modestos comerciantes, afanados tras un mostrador de golosinas. Y ese mismo juicio cabr¨ªa hacer cada vez que la televisi¨®n p¨²blica -una televisi¨®n manipulada hasta la n¨¢usea- pretende convertir hallazgos policiales fortuitos en victorias del Gobierno, como cuando retransmiti¨® la noticia del coche bomba averiado en Benabarre diciendo "hoy los terroristas disponen de cien kilos de dinamita menos para cometer atentados". ?Nadie pens¨® que esa forma de presentar la informaci¨®n animaba a una respuesta previsible por parte de los asesinos, como era la de hacer patente que todav¨ªa disponen de muchos kilos m¨¢s?
Pero si grave es el error de no emplear una ret¨®rica pol¨ªtica intransitiva, una ret¨®rica que no responda ni deje lugar para la respuesta de los terroristas y que acabe, por tanto, coloc¨¢ndolos ante su aberrante mon¨®logo criminal, m¨¢s grave puede llegar a ser el de pretender competir con ellos en la calle, como empieza a suceder cada vez que tiene lugar un atentado. Es claro que ning¨²n dem¨®crata dudar¨¢ en sumarse a cuantas manifestaciones sea preciso para protestar contra una barbarie que le conmueve en lo m¨¢s hondo, y la gigantesca movilizaci¨®n con motivo del asesinato de Miguel ?ngel Blanco y otras posteriores dan claro testimonio de ello. Sin embargo, conviene recordar que el terreno de las expresiones pol¨ªticas en democracia son las instituciones, y que prolongar una situaci¨®n como la actual, en la que los dirigentes que encabezan manifestaciones y protestas no pueden sino guardar silencio en los parlamentos, debido a la discordia general entre partidos, ofrece una vez m¨¢s verosimilitud a las truculentas convicciones de los terroristas: la representaci¨®n pol¨ªtica no sirve y lo que mejor encarna la voluntad popular es lo fuerte que se grite o lo intensamente que se calle, las muchas avenidas que se ocupen en silencio o vociferando a coro una consigna.
Resulta il¨®gico que los dem¨®cratas tengan que avergonzarse de los esfuerzos que hacen los reporteros gr¨¢ficos para ocultar, mediante tomas atentamente medidas, lo que es un secreto a voces: que las acciones de repulsa de los atentados convocan a unas decenas de ciudadanos admirables que deben hacer acopio de todo su coraje, mientras que las manifestaciones de apoyo a los asesinos movilizan a una multitud que se pasea con la despreocupaci¨®n de quien se sabe amparado por el Estado de derecho. Resulta, en efecto, il¨®gico y, adem¨¢s, absurdo, porque no son los dem¨®cratas quienes deben dejarse arrastrar al patr¨®n de legitimidad de los terroristas, arriesgando adem¨¢s su tranquilidad y hasta su vida, sino los terroristas quienes deben hacer frente al hecho incontrovertible de que toda su altaner¨ªa callejera, toda su parafernalia necrol¨®gica a cielo abierto, no se traduce m¨¢s que en una minor¨ªa de votos y, por tanto, de cargos electos. Retribuidos y amparados por la inmunidad, son ¨¦stos quienes deber¨ªan rendir cuentas de sus atrocidades en las instituciones, y no, en las calles, ciudadanos indefensos y expuestos a la brutalidad de pandilleros fascistas.
Un ¨²ltimo error, tal vez m¨¢s grave que los anteriores por las consecuencias imprevistas que puede acarrear, es el de destilar la idea de que la soluci¨®n al terrorismo s¨®lo puede venir de la mano de un lehendakari no nacionalista. El mensaje expl¨ªcito de esta formulaci¨®n es sencillamente un juicio sin fundamento: la eficacia de la acci¨®n institucional contra los violentos no guarda relaci¨®n con el car¨¢cter nacionalista o no de quien resida en Ajuria Enea, sino con la pol¨ªtica que quiera -o que pueda- aplicar. El ejemplo de Ibarretxe, con sus muchas sombras y sus espor¨¢dicas luces, apunta en un sentido; el ejemplo de Ardanza, cuya independencia de criterio tanto hizo por la pacificaci¨®n del Pa¨ªs Vasco, apunta en el sentido contrario. Es, sin embargo, en el mensaje impl¨ªcito, en la asociaci¨®n subliminal entre nacionalismo y violencia que subyace a esa idea de que s¨®lo un lehendakari no nacionalista podr¨¢ acabar con el terror, donde puede dar comienzo una deriva pol¨ªtica dif¨ªcil de reorientar a medio plazo.
Por supuesto, el prop¨®sito inmediato de quienes se esfuerzan por identificar nacionalismo y violencia no es otro que el que ya se ha se?alado muchas veces, el de hacer que cada atentado tenga un coste electoral para la fuerza m¨¢s votada en el Pa¨ªs Vasco, el PNV, y poder as¨ª desbancarla. Se trata, sin duda, de un prop¨®sito leg¨ªtimo para cualquier partido que concurra a unas elecciones. Y todav¨ªa m¨¢s: existen muchas y muy s¨®lidas razones para querer desplazar a los nacionalistas del palacio de Ajuria Enea, desde donde la direcci¨®n de la Ertzaintza o de los programas educativos de las ikastolas ha sumido en la perplejidad a muchos ciudadanos vascos. Ahora bien, la ¨²nica raz¨®n que no deber¨ªa emplearse es la que m¨¢s se obstinan en emplear el Gobierno y su presidente: la de que se le quiere desplazar porque es nacionalista y el nacionalismo engendra la violencia, una materia que, como bien sabe nuestro primer ministro, permite, bien usada, inclinar balanzas electorales. Y no debe usarse porque plantear una victoria electoral conservadora o socialista -y no digamos de una coalici¨®n entre ambas fuerzas- como una derrota de todo el nacionalismo sin distinci¨®n, como una suerte de refer¨¦ndum encubierto en el que en un lado se ponen la paz y la Constituci¨®n y en el otro el soberanismo y la violencia, equivale a sentar las bases para que una nueva victoria del nacionalismo en futuros comicios se interprete tambi¨¦n como un refer¨¦ndum, s¨®lo que en este caso ser¨¢n la paz y el soberanismo los que queden a un lado, y al otro, la violencia y la Constituci¨®n.
No es cierto que los dem¨®cratas estemos peor que nunca. Y no lo es porque, a d¨ªa de hoy, el sufrimiento que produce la locura terrorista es lo que ya era en los comienzos de la transici¨®n, sufrimiento atroz e indecible, pero, a diferencia de entonces, un sufrimiento incapaz de hacer avanzar un solo mil¨ªmetro las pretensiones de quienes imaginan que hacen pol¨ªtica con dinamita y con pistolas. Sin militares aventureros, sin los pistoleros que se embarcaron en la guerra sucia entre 1974 y 1986, sin tan siquiera nacionalistas que est¨¦n dispuestos a emprender ning¨²n viaje hacia la independencia si se intenta imponer a tiros, los terroristas se hallan metidos en un laberinto sin salida, convertidos en la m¨¢s pat¨¦tica de las figuras: en gudaris sin nadie enfrente. Por ello, si la sensaci¨®n de hast¨ªo y des¨¢nimo persiste entre los ciudadanos es porque quien est¨¢ obligado a liderar a los dem¨®cratas no s¨®lo no transmite la tranquilidad que debiera, no s¨®lo se complace en llamar pusil¨¢nimes y cobardes a cuantos disienten de sus exabruptos y baladronadas, sino que, adem¨¢s, esos exabruptos y baladronadas parecen agotar el cat¨¢logo de medidas que est¨¢ en condiciones de emprender. Ning¨²n dem¨®crata deber¨ªa responsabilizar al Gobierno, a ¨¦ste o cualquier otro, porque se produzcan atentados, y eso ha valido para el coche bomba en la plaza de Callao en el 2000, como deb¨ªa haber valido, y no vali¨®, para el coche bomba en la plaza de Callao en 1995. De lo que s¨ª cabe exigir responsabilidades es de la manera en que un Gobierno -¨¦ste en concreto- est¨¢ gestionando una situaci¨®n pol¨ªtica que, repleta de posibilidades para los dem¨®cratas frente al terrorismo, ha llegado, sin embargo, a parecer calamitosa e insostenible.
Jos¨¦ Mar¨ªa Ridao es diplom¨¢tico.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.