Sangre de caballo
El ¨²ltimo toro le peg¨® un terrible cornad¨®n al caballo de rejonear que cabalgaba Diego Ventura. ?Suele decir la jerga taurina cornada de caballo? Pues eso.En un principio no trascendi¨®. Disolv¨ªan toro y caballo la reuni¨®n en banderillas y el toro llevaba prendido el palo mientras el caballo parec¨ªa ileso. Pero he aqu¨ª que por la tripa empez¨® a asomar sangre, y se precpitaron al redondel rejoneadores y banderilleros, que corr¨ªan al caballo para taponar la herida de donde manaba. Uno de los peones meti¨® una toalla y la sac¨® ensangrentada, qu¨¦ horror.
No es la sangre del caballo igual que la sangre humana -qu¨¦ vamos a contar que no se sepa- mas verla borbotar, con el animalito all¨ª sufriendo indefenso las consecuencias de la cornada, provocaba sentimientos de piedad. El p¨²blico estaba consternado.
Puerta / Seis rejoneadores
Cinco toros exageradamente mochos para rejoneo de Julio de la Puerta y 5?, cornal¨®n, tambi¨¦n muy despuntado, de Osborne Domecq, que dieron juego.Leonardo Hern¨¢ndez: rej¨®n muy bajo saliendo arrollado el caballo (palmas). Ferm¨ªn Boh¨®rquez: rej¨®n bajo (oreja). Mart¨ªn Gonz¨¢lez Porras: rej¨®n trasero bajo, pinchazo, rej¨®n muy bajo, rueda de peones y, pie a tierra, descabello (silencio). Miguel Garc¨ªa: pinchazo, otro hondo trasero y, pie a tierra, descabello (petici¨®n y dos vueltas). Andy Cartagena: rej¨®n trasero ca¨ªdo (palmas). Diego Ventura: rej¨®n bajo (oreja). Plaza de Guadalajara, 13 de septiembre. 1? corrida de feria. Dos tercios de entrada.
La vida sigue, no obstante, la lidia tambi¨¦n. Y Diego Ventura cambi¨® el caballo herido por otro en plenitud, volvi¨® al redondel, rejone¨® con recrecido entusiasmo, se super¨® en la ejecuci¨®n de las suertes y cort¨® una de las dos ¨²nicas orejas que se concedieron en la tarde.
Una funci¨®n de rejoneo con dos ¨²nicas orejas parece surrealista, tal como se las gastan los p¨²blicos en las triunfalistas y mal llamadas corridas de rejones. Ahora, bien, el coso donde se celebraba y la afici¨®n que asist¨ªa se deben tener en cuenta. Y result¨® que la plaza, que ya tiene su historia, y la afici¨®n, advertida y experta, de triunfalistas, nada. Por lo menos en la mal llamada corrida de rejones. Y no se dejaron encandilar por los excesos histri¨®nicos de algunos de los rejoneadores.
A los que se pasan de histriones los llaman ahora sobreactuados. No est¨¢ mal. A fin de cuentas, representan un papel cargando las tintas. De donde se podr¨ªa llamar sobreactuados -o sobreactuantes- a Leonardo Hern¨¢ndez y Mart¨ªn Gonz¨¢lez Porras, consumados int¨¦rpretes de la versi¨®n histri¨®nica del arte de Marialva.
Ahora bien, no sobreact¨²an el toreo sino su apariencia. Y se la pasan pegando sombrerazos, haciendo aspavientos, corriendo al galope para enardecer a los espectadores m¨¢s impresionables. Los excesos de Leonardo Hern¨¢ndez y Mart¨ªn Gonz¨¢lez Porras iban parejos a la escasa calidad de sus intervenciones. Sobre todo Mart¨ªn Gonz¨¢lez Porras, experto en arengar multitudes, que se ha convertido en la caricatura de s¨ª mismo; y cuanto m¨¢s vulgares le sal¨ªan las suertes, m¨¢s la emprend¨ªa a gritos, manotazos, sombrerazos, caballazos. De todos modos el resultado que obtuvieron ambos rejoneadores despu¨¦s de tanto esfuerzo d¨¢ndole coba al p¨²blico fue desalentador: Leonardo Hern¨¢ndez, unas palmitas; Mart¨ªn Gonz¨¢lez Porras, un silencio sepulcral.
Los restantes rejoneadores ya hac¨ªan mejor honor al toreo ecuestre. Ferm¨ªn Boh¨®rquez realiz¨® un rejoneo de calidad, toreando con dominio, reuniendo sin trampa ni cart¨®n, y cort¨® una merecida oreja. Miguel Garc¨ªa no la cort¨® y esto indign¨® a una parte del p¨²blico.
Miguel Garc¨ªa es de Guadalajara, ya puede imaginarse. Claro que adem¨¢s de ser de Guadalajara hizo un toreo sobrio, lo cual, despu¨¦s de aquellas histri¨®nicas intervenciones, era muy de agradecer. Tran-tran a su aire -aire torero, justo es precisar- tore¨®, banderille¨®, y s¨®lo le falt¨® estar a la misma altura con los rejones de muerte. Hubo estruendosa petici¨®n de oreja lo cual no significa que fuese mayoritaria. Y el presidente no se dej¨® presionar ni por quienes gritaban, ni por quienes aduc¨ªan el argumento capital para que concediera la oreja: "?D¨¢sela, que es paisano!".
Parecer¨¢ mentira pero la mal llamada corrida de rejones no necesit¨® caer en el triunfalismo para resultar entretenida. No cuenta el lance del pobre caballo corneado y chorreando sangre (un incidente que nadie hubiese querido ver), sino las bellas suertes, que hubo; la nobleza de los toros; la casta de uno de ellos que nada m¨¢s salir se puso a derrotar la barrera y romperla, espantando a quienes estaban dentro, rejoneadores incluidos. La fiesta, en fin.
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