Rehenes en Filipinas
La industria del secuestro conoce momentos de esplendor. Desde ?frica hasta Latinoam¨¦rica, pasando por Asia. En algunas partes del mundo, en general devastadas por la pobreza, ricas en armas y donde la vida no tiene valor, la captura de extranjeros o locales acaudalados y la posterior venta de su libertad se ha convertido en un medio de vida. Sucede en lugares tan distantes como Nigeria o Colombia, Sierra Leona o la India, Yemen o Filipinas. En este ¨²ltimo pa¨ªs, y tras cinco meses de contemporizar, el Gobierno ha lanzado una gran ofensiva -aviaci¨®n, artiller¨ªa, 4.000 soldados de infanter¨ªa- contra los separatistas musulmanes de Abu Sayyaf en la isla de Jol¨®, a 1.000 kil¨®metros al sur de Manila. Los secuestradores retienen en su huida a 19 cautivos: 13 filipinos, tres malaisios, un estadounidense y dos periodistas franceses.El caso filipino nunca habr¨ªa adquirido notoriedad si la mayor¨ªa de los rehenes iniciales no hubieran sido turistas europeos. El presidente Joseph Estrada ha favorecido durante meses la idea de negociar a cambio de dinero. As¨ª se ha ido produciendo, con la mediaci¨®n final de Libia, que busca ahora su rehabilitaci¨®n internacional. Se cree que los guerrilleros han obtenido con su bandidismo entre 15 y 20 millones de d¨®lares, destinados a la compra de armas y al reclutamiento de nuevos miembros. La lecci¨®n era clara: los rehenes manten¨ªan lejos al Ej¨¦rcito y el negocio segu¨ªa boyante capturando m¨¢s. Las facciones de Abu Sayyaf han ido reponiendo con nuevas v¨ªctimas su surtido y endureciendo las condiciones para su liberaci¨®n.
Al final, Estrada ha sucumbido a las presiones; la ofensiva de Jol¨® se ha iniciado justo despu¨¦s de su entrevista con el ministro estadounidense de Defensa. Est¨¢ por verse si ser¨¢n compatibles los objetivos de liberar a los rehenes y combatir a sus secuestradores, aunque los antecedentes del Ej¨¦rcito filipino no son precisamente alentadores.
El presidente franc¨¦s ha puesto el grito en el cielo por entender que se pone en peligro la vida de los dos periodistas. Es cierto que el ataque coloca en grave riesgo a los prisioneros. Y que Manila no es inocente en el largo deterioro de la situaci¨®n en el sur de Filipinas, como no suelen serlo los Gobiernos de los pa¨ªses donde el secuestro es una industria. Pero plegarse al c¨ªrculo vicioso de libertad por dinero alimenta indefinidamente una pr¨¢ctica repugnante -con los secuestrados como ¨²nicas v¨ªctimas- sin solucionar el contencioso original entre el poder establecido y los insurgentes de turno. A la larga, produce m¨¢s sufrimiento.
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