Doctorados pol¨ªticos
Hace ya setenta a?os que Ortega y Gasset argument¨® de forma irrebatible en su "Misi¨®n de la Universidad" que las dos ¨²nicas funciones de la Universidad deben ser -por este orden- ense?ar e investigar, idea que recoge el pre¨¢mbulo de la actual LRU. Si aplicamos este criterio a los doctorados "honoris causa", parece claro que s¨®lo deber¨ªan recibirlos o ilustres profesores o ilustres pensadores e investigadores, incluyendo en esta categor¨ªa a todas las personas que hayan contribuido a transformar nuestra percepci¨®n del mundo, como son los escritores y los artistas. Pero no se podr¨ªa incluir en ella a los "hombres de acci¨®n", como son los pol¨ªticos y los empresarios.Sin embargo, en todos los pa¨ªses hay una fuerte tradici¨®n de otorgar estos doctorados tanto a unos como a otros. En su favor se alega un buen ramillete de razones, que en un Estado democr¨¢tico se reconducen indefectiblemente a una: que el elegido haya contribuido a lograr una sociedad m¨¢s libre porque eso supone una aportaci¨®n indirecta a los fines de la Universidad. No en vano la Historia ha demostrado que la ciencia progresa mucho mejor en un clima de libertad. O por decirlo con palabras de Kelsen: s¨®lo la democracia garantiza que la ciencia pueda cumplir con su objetivo de buscar la verdad gracias al libre juego de argumentos y contraargumentos. Por eso, personalidades que han contribuido al avance de la democracia en el mundo, como Vaclav Havel, Desmont Tutu y el Rey Juan Carlos (con 31 doctorados, incluyendo a Harvard, Oxford y otras Universidades destacadas) son doctor honoris causa por un buen n¨²mero de Universidades.
As¨ª las cosas, no creo que haya que considerar un desprop¨®sito que la Universidad de Granada atribuya a una persona el grado de doctor por su actividad pol¨ªtica y no por sus m¨¦ritos cient¨ªficos. La cuesti¨®n ser¨¢ debatir si esa actividad ha sido lo suficientemente relevante a favor de la democracia como para merecer tal honor. Por eso, me parece fuera de lugar las descalificaciones generales contra la decisi¨®n del Claustro de la Universidad de Granada de otorgar esta distinci¨®n a Mohamed VI.
Evidentemente, el Rey de Marruecos no tiene m¨¦ritos acad¨¦micos para ello y quien se empe?e en lo contrario -por mucho que sea doctor por la Sorbona- corre el riesgo de hacer el rid¨ªculo, como se demuestra con la simple comparaci¨®n de su curr¨ªculum con el del Profesor H?berle, tambi¨¦n nombrado doctor honoris causa en la misma sesi¨®n del Claustro.
Centr¨¦monos, pues, en los m¨¦ritos aut¨¦nticos de Mohamed VI. ?Su actividad en favor de la democracia y la libertad es suficiente o no para otorgarle el doctorado? No se puede negar que en su primer a?o de reinado ha dado pasos muy importantes en esa direcci¨®n, como la destituci¨®n de Driss Basri, el sempiterno Ministro de Interior de su padre, y la autorizaci¨®n para el retorno de exiliados como Abraham Serfaty. Estas decisiones en favor de la democracia han sido consideradas suficientes para merecer el doctorado por la Junta de Gobierno de la Universidad de Granada (por unanimidad) y por el Claustro (98 contra 34 y 29 abstenciones). Sin embargo, sus cr¨ªticos se?alan que no ha hecho nada todav¨ªa en importantes ¨¢reas en las que Marruecos incumple los derechos humanos, como en el asunto de Sahara y en el tr¨¢fico de pateras.
No es f¨¢cil saber quien lleva raz¨®n porque, por parad¨®jico que parezca, el acierto del nombramiento s¨®lo se ver¨¢ dentro de algunos a?os: si el Rey de Marruecos sigue la senda de avance democr¨¢tico que ha iniciado tendr¨¢ m¨¢s que merecido el doctorado, mientras que ser¨¢ un fiasco si rectifica esta conducta, como hizo otro pol¨ªtico hoy en el candelero: el Papa Pio IX que, tras sus dos primeros a?os de gobierno liberal, tuvo treinta de autoritarismo. Personalmente, me inclino a favor del riesgo que ha tomado la Universidad de Granada porque me parece que es una forma -por m¨ªnima que sea- de apoyar la democratizaci¨®n de nuestro vecino del Sur, tal y como hizo la Universidad de Estrasburgo cuando en 1979 se convirti¨® en la primera Universidad democr¨¢tica que nombr¨® doctor honoris causa a Juan Carlos I.
Puede que en el futuro el Rey de Marruecos demuestre (como hizo el nuestro en el 23-F) que s¨ª se merece ese doctorado, o tal vez defraude la esperanza depositada en ¨¦l. A¨²n en ese caso, y en contra de los que se ha dicho, no creo que la posici¨®n de la Universidad de Granada fuera tan desairada como el de la Complutense en relaci¨®n con el doctorado honoris causa de Mario Conde porque ¨¦ste no recibi¨® esa distinci¨®n por su contribuci¨®n a la democracia, sino -por decirlo de forma suave- como contraprestaci¨®n al apoyo cremat¨ªstico que el Banesto estaba prestando a dicha Universidad. Si acaso, la situaci¨®n de la Universidad de Granada ser¨ªa similar a la de algunas Universidades occidentales que nombraron doctores honoris causa a ciertos l¨ªderes de Europa oriental que no persistieron en la l¨ªnea democr¨¢tica que hab¨ªan iniciado. Por dar un ejemplo, en el exclusivo club de doctores honoris causa por la Universidad de Harvard (73 personas en 250 a?os) aparece en 1991 Eduard Shevardnadze. Sin duda, esa distinci¨®n -que en su momento fue un reconocimiento y un apoyo a uno de los art¨ªfices de la perestroika- no se le otorgar¨ªa hoy, cuando conocemos su m¨¢s que discutible actuaci¨®n en Georgia. Sin embargo, no por eso se ha hundido la que posiblemente sea la mejor Universidad del Mundo.
Agust¨ªn Ruiz Robledo es profesor de Derecho Constitucional.
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