?A qui¨¦n le interesa el Parlament? JOSEP MARIA VALL?S
Tras la pausa estival y casi un a?o despu¨¦s del arranque de la legislatura, el Parlament ha reanudado sus sesiones. Ocho meses en el Palau de la Ciutadella permiten que un diputado novel se pregunte m¨¢s de una vez si lo que all¨ª se hace interesa a la ciudadan¨ªa. La pregunta no es ret¨®rica. Al fin y al cabo, es la ciudadan¨ªa la que ha encomendado su tarea a diputados y diputadas. Si esta tarea no despierta demasiado inter¨¦s, algo funciona mal en la relaci¨®n entre representado -el ciudadano- y representante -el diputado-. Y, efectivamente, algo o bastante deja que desear la actividad parlamentaria, tal como sigue concebida a las puertas del siglo XXI. En otros pa¨ªses con mayor tradici¨®n democr¨¢tica, las asambleas perdieron hace ya tiempo la posici¨®n pol¨ªtica central que ocuparon en los a?os anteriores a la Primera Guerra Mundial. Se ha escrito con raz¨®n que gobiernos y administraciones se han adaptado aceptablemente a los cambios sociales y t¨¦cnicos del siglo XX, mientras que las asambleas -y tambi¨¦n los tribunales de justicia- siguen anclados en procedimientos concebidos para el siglo XIX. En t¨¦rminos de caricatura, puede decirse que los parlamentos funcionan a ritmo de diligencia en la era de Internet.?Tiene, pues, raz¨®n de ser la instituci¨®n parlamentaria? La tiene, sobre todo y especialmente, porque deber¨ªa constituir un ¨¢mbito p¨²blico de control del gobierno y de sus pol¨ªticas. Un ¨¢mbito p¨²blico -y no privado- de vigilancia constante sobre el Ejecutivo, obligado a rendir cuentas a la ciudadan¨ªa. Un ¨¢mbito donde la publicidad distingue este ejercicio de otros controles opacos: a saber, el control -o la presi¨®n- que ejercen sobre los gobiernos otros poderes econ¨®micos y sociales, del pa¨ªs y transnacionales. Un espacio donde esta posibilidad de supervisi¨®n no queda limitada a las grandes corrientes de opini¨®n, sino abierta tambi¨¦n a voces minoritarias, legitimadas por el encargo que han recibido de electores que nunca ser¨¢n atendidos en un despacho oficial o raramente podr¨¢n acceder a los grandes medios de comunicaci¨®n. Si el Parlamento no ejerce con eficiencia este cometido, es f¨¢cil llegar a la conclusi¨®n de que se trata de una instituci¨®n superflua: los medios de comunicaci¨®n y los grupos de presi¨®n se bastar¨ªan para desarrollar -a su manera, tantas veces discutida- esta acci¨®n de control sobre los gobiernos.
A todo parlamento, pues, le toca justificarse constantemente ante sus electores presentando unos resultados razonables: en la exigencia y difusi¨®n de informaci¨®n de inter¨¦s p¨²blico, en la apertura a los grupos y actores sociales m¨¢s alejados de las instituciones para que expongan sus puntos de vista, en la capacidad para examinar pol¨ªticas alternativas a las que ofrece el gobierno de turno, etc¨¦tera. ?Lo est¨¢ haciendo as¨ª el Parlamento de Catalu?a? La legislatura que arranc¨® despu¨¦s de las elecciones de 1999 est¨¢ siendo -seg¨²n algunos- m¨¢s vivaz y din¨¢mica que las anteriores. A ello han contribuido el peso num¨¦rico equilibrado entre mayor¨ªa y oposici¨®n, la mayor atenci¨®n a las propuestas que surgen de la alternativa PSC-CPC o el clima de final de ciclo pol¨ªtico que se ha instalado en la conciencia de todos.
Pero, a tenor de lo que indican las encuestas, la vida parlamentaria no tiene todav¨ªa un gran impacto sobre la opini¨®n. Aun contando con la voluntad indiscutible de los diputados, su misi¨®n es de dif¨ªcil cumplimiento en las condiciones actuales. Con un presupuesto que est¨¢ por debajo del que disponen algunas direcciones generales: baste se?alar que Gobierno y Administraci¨®n cuentan con un presupuesto m¨¢s de cuatrocientas veces superior al del parlamento que debe controlarlos. Con un personal entregado, pero escaso en n¨²mero y especializaci¨®n. Con instalaciones solemnes, pero nada funcionales. Y con un reglamento muy poco acorde con la din¨¢mica pol¨ªtica del siglo XXI.
En el anterior periodo de sesiones, se han tomado medidas en la direcci¨®n adecuada: bajo el impulso del presidente de la c¨¢mara y con el apoyo de todos los grupos, empiezan a cubrirse d¨¦ficit elementales de infraestructura. En el periodo de sesiones que comienza, hay que acometer sin dilaci¨®n la reforma del reglamento y adecuarlo a lo que es el papel central del Parlamento en nuestro tiempo: un control p¨²blico, diligente y eficaz de la acci¨®n gubernamental. Para ello, es necesario simplificar y acelerar procedimientos, posibilitar la intervenci¨®n de ciudadanos y actores sociales en algunos de ellos, eliminar los l¨ªmites que la mayor¨ªa de gobierno puede imponer a las minor¨ªas en la acci¨®n de control que les corresponde, dotar a la c¨¢mara de personal que preste a los parlamentarios la asistencia experta que el gobierno obtiene de sus propios servicios. En suma, contribuir a que la acci¨®n parlamentaria rinda el servicio que el ciudadano espera de ella: a saber, supervisar de manera p¨²blica y continua -no opaca, no superficial- las orientaciones y las pol¨ªticas de un gobierno y su administraci¨®n.
La reforma del reglamento es un cambio necesario. A corto plazo, presenta poca espectacularidad y escaso atractivo para los medios. A medio plazo, puede dinamizar el parlamento y hacerlo m¨¢s accesible y comprensible. Es una transformaci¨®n que esperan no s¨®lo los ciudadanos que apuestan por el cambio -y, entre ellos, los ciutadans pel canvi-, sino tambi¨¦n otros grupos pol¨ªticos que admiten la necesidad de perfeccionar sin pausa los mecanismos de nuestra democracia con el fin de alejar la tentaci¨®n de aislamiento de su entorno social que siempre amenaza a los parlamentarios. Un observador acad¨¦mico escribi¨® que sol¨ªa haber m¨¢s puntos de contacto entre dos diputados de diferentes partidos que entre un diputado y un votante de un mismo partido. Cuando tales puntos de contacto sirven para facilitar la contradicci¨®n respetuosa y la discusi¨®n civilizada, bienvenidos sean. Pero si son reflejo de la complicidad corporativa de los representantes y de su divorcio de los representados, la instituci¨®n parlamentaria estar¨ªa traicionando la misma idea que justifica su existencia.
Josep M. Vall¨¨s es miembro de Ciutadans pel Canvi ciutadans@pelcanvi.com
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