Caza de brujas
Puede parecer un tema menor si se compara con el drama que sufren cotidianamente las v¨ªctimas de la violencia terrorista. Sin embargo, constituye una cuesti¨®n que puede acabar afectando gravemente a la salud pol¨ªtica de nuestra maltratada sociedad vasca. Me refiero a la caza de brujas que, desde distintos ¨¢mbitos, se lleva a cabo contra gentes que discrepan del pensamiento oficial, sea ¨¦ste cual sea en cada momento.Adem¨¢s de sus irreparables consecuencias humanas; adem¨¢s de su brutal impacto en la vida cotidiana de nuestra sociedad; adem¨¢s de su desoladora irrupci¨®n en nuestras mentes, en nuestras prioridades y anhelos; adem¨¢s de todo ello y de muchas cosas m¨¢s, la violencia de ETA genera algunos efectos colaterales impropios de una sociedad supuestamente madura para el contraste de pareceres y el debate abierto de las ideas. Me refiero a algunos tipos de reacci¨®n frente al terror que pretenden meter en el mismo saco a todos quienes, por unas u otras razones, expresan opiniones que puedan coincidir, siquiera tangencialmente, con parte del discurso -m¨¢s o menos oportunista- del entorno del MLNV.
El movimiento ecologista vasco fue el primero en sufrir las consecuencias de ese disparate. Poco import¨® que ETA considerara en un primer momento las centrales nucleares algo positivo para lograr la "independencia energ¨¦tica". Poco import¨® que HB apoyara en sus inicios la autov¨ªa del Leizar¨¢n para as¨ª poder acercar m¨¢s Navarra a la CAV. Bast¨® en cambio que variaran su posici¨®n contraria al discurso ecologista, y que ETA irrumpiera en dichos conflictos, para que todos los opositores a Lem¨®niz o a la autov¨ªa del Leizar¨¢n quedaran bajo sospecha, lo que, sobre todo en el caso de la central nuclear, fue utilizado entonces por el PNV sin ning¨²n recato.
Desde entonces hasta ahora, diversos sectores de la sociedad vasca han sido v¨ªctimas de esa caza de brujas llevada a cabo por parte de unos o de otros. Ser¨ªa absurdo no ser consciente del efecto perverso que ETA y su entorno han ejercido y ejercen muchas veces sobre reivindicaciones leg¨ªtimas: la defensa democr¨¢tica de la autodeterminaci¨®n, o del acercamiento de los presos, constituyen ejemplos de ello. Pero, siendo eso as¨ª, no es menos cierto que personas de intachable trayectoria pacifista, que desde hace muchos a?os han expresado en la calle su rechazo a la violencia, han visto c¨®mo eran reprendidas, e incluso increpadas, por coincidir -muchas veces a su pesar- en dicha defensa con gentes del ¨¢mbito de HB.
Lo sucedido estos d¨ªas con el alcalde Od¨®n Elorza representa un salto cualitativo en esta din¨¢mica absurda de pretender confundirlo todo, y supone utilizar la lucha contra ETA para todo tipo de intereses partidistas, sin pararse ante nada ni ante nadie. No ser¨¦ yo quien se atreva a entrar en la vida personal de Elorza y en los motivos que tuvo para estar en otro lugar el pasado s¨¢bado. Si se equivoc¨® o no s¨®lo ¨¦l lo sabe y, en todo caso, su responsabilidad como representante pol¨ªtico ser¨¢n los ciudadanos de Donosti quienes la valoren en su momento. Pero me parece pat¨¦tico que un cargo p¨²blico que tuvo el valor de enfrentarse abiertamente en la calle a los violentos tenga que pedir disculpas o dar explicaciones s¨®lo porque algunos han decidido airear una ausencia que probablemente hab¨ªa pasado inadvertida para el 99,9% de los habitantes de este pa¨ªs. Lo de tratar de explicarla insinuando que Elorza es miembro de Gesto por la Paz o de Elkarri raya ya la paranoia.
Esta sociedad necesita imperiosamente fortalecer su conciencia c¨ªvica frente a la violencia. Pero esa conciencia debe forjarse desde el reconocimiento de su pluralidad interna y desde el respeto a las opciones personales de sus gentes, m¨¢xime cuando ¨¦stas han dado muestras inequ¨ªvocas de su beligerancia frente al terror. Lo contrario solo sirve para debilitar la tan reclamada unidad, y para desatar los recelos de algunos sectores -especialmente entre los j¨®venes- a alinearse con quienes a veces dan la impresi¨®n de querer imponer una ¨²nica manera de entender todos y cada uno de los aspectos de la realidad que nos rodea.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.