La trampa en la que cay¨® Montesinos
En la soledad de su despacho, el jefe mira at¨®nito la pantalla del televisor. No da cr¨¦dito a lo que ve. El presidente de la Rep¨²blica anuncia la convocatoria de nuevas elecciones y la desactivaci¨®n del Servicio de Inteligencia Nacional (SIN), puntal del r¨¦gimen. Con el rostro demudado, abre la puerta y pregunta a sus colaboradores: "?Qu¨¦ opinan?". Por primera vez, Vladimiro Montesinos, el hombre mejor informado de Per¨² que maneja los hilos del poder desde los bastidores del SIN, ha sido pillado por sorpresa. Acaba de enterarse, al mismo tiempo que todos los peruanos, de la decisi¨®n del presidente Alberto Fujimori de prescindir de sus servicios.Montesinos no olvidar¨¢ aquella noche del 14 de septiembre. Los 10 d¨ªas siguientes, hasta el 23, Per¨² vive un terremoto pol¨ªtico que significa la muerte pol¨ªtica del binomio que ha cogobernado durante 10 a?os. Fujimori es hoy un presidente en funciones y el jefe de facto del SIN est¨¢ en Panam¨¢ como asilado pol¨ªtico. Pero antes de abandonar Lima elimina toda informaci¨®n comprometedora recopilada a lo largo de tantos a?os de espionaje; destruye v¨ªdeos y documentos y limpia los discos duros de todos los ordenadores. Sus m¨¢s estrechos colaboradores cesan en sus funciones y el contraalmirante Humberto Rozas, jefe nominal del servicio sin ning¨²n poder, pasa a ser el jefe real.
El divorcio entre Fujimori y Montesinos comienza en el ¨²ltimo tramo del segundo mandato presidencial, a finales de 1999. El poder desorbitante que acumula el asesor de inteligencia le convierte en un estorbo. As¨ª se lo hace ver al presidente su hermano Santiago Fujimori, quien regresa al entorno m¨¢s ¨ªntimo del primer mandatario tras una larga temporada alejado del poder. En los primeros a?os de Gobierno, Santiago hab¨ªa sido el asesor con m¨¢s influencia que, poco a poco, fue cediendo ante el avance de Montesinos. Despu¨¦s de perder la primera batalla con el jefe del SIN, el herman¨ªsimo vuelve con renovados br¨ªos. Entre otros resortes de poder controla actualmente la SUNAT, la poderosa autoridad tributaria que investiga las cuentas de los peruanos. Las dos personas m¨¢s pr¨®ximas al presidente, Santiago Fujimori y la hija Keiko Sof¨ªa, recomiendan la salida de Montesinos.
Hasta que llegan las elecciones de 2000, en las que gana Fujimori gracias al descarado manejo del tribunal electoral y el recuento de votos por parte del jefe del SIN. La OEA y EE UU dan por v¨¢lida la segunda reelecci¨®n consecutiva a pesar de la sospecha generalizada de fraude. La secretaria de Estado, Madeleine Albright, transmite un mensaje inequ¨ªvoco: Washington certifica la elecci¨®n, pero Fujimori tiene que reestructurar el servicio de inteligencia.
En agosto, la CIA informa al SIN de una operaci¨®n de tr¨¢fico de armas procedentes de Jordania con destino a la guerrilla colombiana de las FARC. ?Una colaboraci¨®n desinteresada de la agencia estadounidense? ?O una trampa para el jefe del SIN? La investigaci¨®n de Montesinos permite descubrir una banda de traficantes con ramificaciones de alto nivel. Ve la oportunidad de mejorar su deteriorada imagen y, para ello, decide dar la mayor publicidad a sus supuestos logros, en contra de la opini¨®n de sus m¨¢s estrechos colaboradores. Primero tiene que convencer al presidente de la necesidad de convocar a bombo y platillo una conferencia de prensa. La noticia ser¨¢ una bomba, le dice Montesinos a Fujimori.
El 21 de agosto, el presidente y su asesor, sentados junto a los m¨¢ximos jefes de inteligencia peruanos, anuncian la desarticulaci¨®n de una banda que suministraba armas nada menos que a la guerrilla colombiana. El supuesto ¨¦xito dura lo que un suspiro. Las autoridades colombianas dejan en entredicho a las peruanas al afirmar que conoc¨ªan el tr¨¢fico de armas desde hac¨ªa tiempo, lo que a la postre resulta ser falso. Por si no es suficiente, Jordania, pa¨ªs de origen de las armas, demuestra con documentos que la venta existi¨®, que fue legal y que el destino final era el Ej¨¦rcito peruano.
Washington dice tener conocimiento de un oficial de alta graduaci¨®n implicado en el tr¨¢fico de armas, que resulta ser el general de divisi¨®n Mayaute Ghezzi, agregado militar en la Embajada peruana en Par¨ªs. Montesinos comprueba que este general es el capo de la banda de mercenarios y ex oficiales, que act¨²an bajo la cobertura de Nippon Corporation, una empresa de suministros del Ej¨¦rcito peruano. Otro general, Roguer Burgos, jefe del Comando Log¨ªstico del Ej¨¦rcito, renueva el contrato a la empresa fantasma. Los peces chicos de la banda, ocho, caen en la red tendida por Montesinos, que los entrega a la Justicia militar, pero la investigaci¨®n no va m¨¢s arriba para no incomodar a la c¨²pula de las Fuerzas Armadas. El general Mayaute sigue en Par¨ªs, aunque tiene los d¨ªas contados.
Los hechos demuestran el fracaso de la rueda de prensa. Fujimori se siente enga?ado y empujado al rid¨ªculo por su asesor. En otras palabras, queda como c¨®mplice de Montesinos y de la operaci¨®n de tr¨¢fico de armas. Se produce una discusi¨®n de alto voltaje entre los dos hombres. Es la confirmaci¨®n de un distanciamiento que se ven¨ªa gestando. Fujimori reduce dr¨¢sticamente las llamadas a Montesinos y las visitas a la sede del SIN.
El asesor realiza un viaje a un pa¨ªs extranjero. Durante su ausencia, una mano desconocida se introduce en el santa santorum del SIN, en el mism¨ªsimo despacho del jefe supremo. Y de all¨ª desaparecen una, dos, tres... cintas de v¨ªdeo extremadamente comprometedoras. El 14 de septiembre, una de las cintas sale a la luz: Montesinos aparece sentado en una sala del SIN junto al diputado tr¨¢nsfuga Alberto Kouri a quien entrega 15.000 d¨®lares en billetes por pasarse de la oposici¨®n al oficialismo. Los peruanos ven con todo detalle c¨®mo se fragua un soborno en los despachos del SIN.
?Qui¨¦n sustrajo la cinta para entreg¨¢rsela al diputado opositor Fernando Olivera? Ni Montesinos lo sabe. Pudo ser cualquiera de los 60 agentes que cuidaban de su seguridad, pero, seg¨²n aseguran fuentes del SIN, el robo fue un descuido del propio Montesinos. No se explica de otro modo el hecho de que ning¨²n funcionario del servicio haya sido sancionado. Cuando comprueba la magnitud del despiste, el jefe del SIN no quiere saber m¨¢s. Est¨¢ agotado, f¨ªsica y ps¨ªquicamente. Toma gran cantidad de pastillas, se duerme en las reuniones, deja de acudir al gimnasio y de hacer jogging y empieza a padecer insomnio. A sus 55 a?os, la salud de Montesinos se resiente. Pero lo peor est¨¢ por venir.
En palacio de Gobierno, Fujimori re¨²ne a sus colaboradores civiles y militares para tratar diversos temas. Despu¨¦s, ante un c¨ªrculo m¨¢s reducido sin la presencia de los uniformados en el que est¨¢n Federico Salas, primer ministro, Alberto Bustamante, ministro de Justicia, Edgardo Mosqueira, ministro de Trabajo, Santiago Fujimori, Keiko Sof¨ªa y Carlos Orellana, director de Comunicaci¨®n, el presidente informa que la situaci¨®n provocada por el v¨ªdeo es insostenible por lo que piensa retirarse, convocar elecciones anticipadas y desactivar el SIN. Tiene preparado un comunicado redactado con la ayuda de Orellana, que lee poco despu¨¦s en directo en televisi¨®n.
El golpe es demoledor. Tras el desconcierto inicial, la maquinaria del SIN se pone a trabajar para preparar la dimisi¨®n del jefe. Sus colaboradores estiman en unos 30 d¨ªas el plazo para poner en pie el andamiaje protector, sobretodo el archivo de la investigaci¨®n judicial. En los despachos del SIN hay una vor¨¢gine de reuniones y Montesinos mantiene permanente contacto con la Fuerzas Armadas, a las que propone emitir un pronunciamiento en su apoyo. Los jefes militares toman distancias. De los cuatro de la c¨²pula, s¨®lo el general Villanueva Ruesta, jefe del Ej¨¦rcito y del Comando Conjunto, le expresa un apoyo sin fisuras. Como un reguero de p¨®lvora corren los rumores sobre el paradero desconocido de Montesinos y sobre los preparativos de un golpe de Estado. En los 10 diez d¨ªas no se mueve de la sede del SIN.
Los acontecimientos se suceden con rapidez y la ofensiva de la prensa y la oposici¨®n reduce el plazo para su retirada. Fujimori le llama a palacio y le comunica que tiene que irse al extranjero. "Puedo negociar con otros pa¨ªses", le dice. Montesinos quiere Brasil y el presidente propone Marruecos. El primer sondeo es un fracaso: Brasil no est¨¢ dispuesto a recibir al esp¨ªa peruano. La misma actitud adoptan otros pa¨ªses de la regi¨®n. Ante las dificultades, se habla incluso de China y Rusia. "Me dicen que San Petersburgo es muy bonito", comenta. El todopoderoso jefe del SIN est¨¢ cada vez m¨¢s solo.
Tras nuevas gestiones, Fujimori le transmite que Panam¨¢ acepta acogerle. Pero sin el contingente de seguridad con que pretende viajar. La presidenta Mireya Moscoso da largas y no confirma si le conceder¨¢ asilo. Montesinos est¨¢ al borde de un ataque de nervios. Llama al canciller Fernando de Trazegnies y le advierte que su estado de ¨¢nimo se agrava. "Estoy perdiendo el control y voy a verme obligado a actuar de otra manera", amenaza. El s¨¢bado 23, la presidenta paname?a acepta que Montesinos viaje s¨®lo con dos agentes de seguridad. Poco antes de medianoche, en la sede del SIN se despide de sus colaboradores, de su esposa y de sus dos hijas que le abrazan con l¨¢grimas en los ojos.
El Gobierno de Panam¨¢ puntualiza que a Montesinos se le concede un visado por 30 d¨ªas, renovable por 90 m¨¢s. Pero el ex asesor de Fujimori tiene buena parte de su fortuna -entre 100 y 200 millones de d¨®lares- en bancos paname?os, lo que es una raz¨®n de peso para obtener el asilo. El sha de Ir¨¢n pag¨® en su d¨ªa ocho millones de d¨®lares para refugiarse en el pa¨ªs centroamericano.
EE UU y la OEA presionan con fuerza para convencer a Panam¨¢, que s¨®lo cede, de mala gana, cuando recibe la petici¨®n firmada por los mandatarios latinoamericanos. Cuando Montesinos ve que ning¨²n pa¨ªs de Am¨¦rica Latina le quiere, comprueba que no conserva ning¨²n prestigio por ¨¦xitos del pasado, como la derrota del terrorismo o la paz con Ecuador. Desde Panam¨¢ mantiene el sue?o de seguir manejando los hilos del SIN, que pasar¨¢ a llamarse Central Nacional de Investigaciones. Pero esta vez, los lazos entre Montesinos y Fujimori se cortaron antes de que el avi¨®n que traslad¨® al asesor despegara de la capital peruana, y es m¨¢s que probable que aquella noche iniciara un viaje sin retorno.
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