Supervivencia ta¨ªna
La asociaci¨®n Art M¨®n busca apoyo para un proyecto de artesan¨ªa con fines solidarios en la Rep¨²blica Dominicana
Ahora, la cer¨¢mica ta¨ªna est¨¢ de moda en Estados Unidos. Pero durante siglos s¨®lo algunos antrop¨®logos underground se preocuparon de rastrear los vestigios de una etnia que se extingui¨® en la colonizaci¨®n espa?ola de la Rep¨²blica Dominicana y que ten¨ªa una historia tan gloriosa como la de los mayas o los incas.La recuperaci¨®n de piezas originales ha sido casi un milagro. En Valencia, pudieron verse algunas de las rescatadas junto a otras con el mismo esp¨ªritu creativo pero hechas hace escasos meses y expuestas con el pretexto hist¨®rico y el objetivo de ayudar al desarrollo.
La responsable fue ?ngels Tello, una valenciana, de 49 a?os, ceramista, testaruda, atrevida, ut¨®pica y persuasiva que inici¨® hace cinco a?os una de sus aventuras creativas m¨¢s visceral.
?ngels se propuso sacar del olvido el arte en barro de un pueblo ind¨ªgena que era un canto al equilibrio y un retrato a un modo de entender la vida basado en la armon¨ªa. ?Para qu¨¦? Para que un grupo de mujeres an¨®nimas que a duras penas sobreviven en la zona m¨¢s pobre de la Rep¨²blica Dominicana logren cambiar su vida.
?sa es la esencia de un proyecto que se articula desde Art M¨®n, una asociaci¨®n que trabaja el arte con y para las mujeres en cualquier parte del mundo.
?ngels pasa largas temporadas adentrada en una zona abrupta de la isla caribe?a. En los ¨²ltimos tres meses ha trabajado duro para convertir una barraca en una escuela que m¨¢s tarde pueda ser taller de producci¨®n de cer¨¢mica ta¨ªna. Lo ha hecho teniendo que caminar cada d¨ªa m¨¢s de dos horas desde el lugar en el que duerme, una caba?a en la hacienda de los Ram¨ªrez, hasta el alto de la colina.
En su andar, atraviesa los cafetales que enriquecen a unos pocos, que dan color a un paisaje de naturaleza en explosi¨®n pero que no da de comer a los lugare?os porque los propietarios prefieren contratar haitianos, mano de obra a¨²n m¨¢s barata. Est¨¢ en la cordillera central de la Rep¨²blica Dominicana, a 900 metros de altura, en la comunidad de Los Marranitos.
All¨ª viven entre 40 y 50 familias que sostienen mujeres que a los 16 a?os ya pueden tener hasta tres hijos. Lo habitual es que sean madres de hasta una decena de criaturas. Trabajan de sol a sol en el campo, cobrando mucho menos que los hombres. Su vida afectiva est¨¢ marcada por el abandono que consiente una tradici¨®n en la que la familia es un concepto y una pr¨¢ctica femenina.
El escenario se compone de un sarpullido de casuchas, chiquiller¨ªa desatendida, dominaci¨®n masculina, marginaci¨®n femenina, escasez, autoestima nula, futuro inconjugable y un presente doloroso. No hay escuelas, no hay formaci¨®n. No hay recursos. Marcharse a la ciudad es casi tan dif¨ªcil y arriesgado como viajar al extranjero.
Esas circunstancias, esa comunidad es la misma de la que llegan a Espa?a dominicanas que entran en el servicio dom¨¦stico hipotecando sus d¨ªas por el af¨¢n de enviar dinero a los suyos. ?ngels ha sido capaz de convencerlas de que pueden vivir de otra manera sin abandonar su tierra, sin soportar las duras labores del campo para casi nada.
En unos meses, con sus propios recursos, ?ngels ha hecho ya una aproximaci¨®n con las mujeres del lugar. Ellas, rob¨¢ndole horas al d¨ªa, han probado ya la actividad creativa que les hab¨ªa sido heredada sin que lo supieran. En una chabola de escasas dimensiones y con las herramientas m¨¢s b¨¢sicas, se han estrenado en la emulaci¨®n de una cer¨¢mica que puede traerles algo m¨¢s que la supervivencia.
A pocos kil¨®metros de Los Marranitos se levantan hoteles de cinco estrellas a orillas de playas de arena blanca y aguas cristalinas estampadas en folletos tur¨ªsticos que dan la vuelta al mundo.
Es ah¨ª a donde llegan visitantes capaces de encapricharse de una jarra, un plato, una taza o una vasija de inspiraci¨®n ta¨ªna. S¨®lo hace falta pon¨¦rselo al alcance de la mano.
En el camino de ida, las piezas se venden. En el de vuelta, se trae dinero y comida. La log¨ªstica de distribuci¨®n precisa de poco m¨¢s que un veh¨ªculo capaz de transitar por pistas abandonadas y en muchos tramos cerradas.
Las exigencias de fabricaci¨®n pasan por poco m¨¢s que un lugar a cubierto y algunas herramientas que permitan trabajar a la vez a una veintena de mujeres. El barro y la imaginaci¨®n ya existen.
?ngels ha hecho un par¨¦ntesis para venir a Valencia a pedir ayuda para su proyecto. Volver¨¢ a Los Marranitos en pocas semanas. Conf¨ªa en que alguna de las subvenciones que anuncia la Generalitat sea para Art M¨®n. Ya le ronda por la cabeza alg¨²n otro lugar caribe?o en el que desarrollar un taller similar. Mientras tanto, las mujeres de los cafetales dominicanos fantasean con las estampaciones ta¨ªnas que cambiar¨¢n su vida. Se afanan en acondicionar la caba?a de la colina para lo que ya entienden que es una oportunidad de futuro.
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