Cuatro corazones en el atasco
"Te dicen de todo"
Hay d¨ªas en los que la ciudad fabrica el atasco perfecto. El mi¨¦rcoles pasado fue uno de ellos: salida de puente festivo, aguacero y v¨ªspera del desfile de las Fuerzas Armadas en el paseo de la Castellana. En esos d¨ªas, en Madrid hay puntos clave para la circulaci¨®n que act¨²an como im¨¢n, como embudo o como ratonera de los veh¨ªculos; son cruces que absorben m¨¢s coches que otros. Por ejemplo: Cibeles, la Gran V¨ªa o la plaza de Espa?a. Y all¨ª, en lo peor de lo peor, en el epicentro del atasco, cuatro polic¨ªas, en distintos puestos, aguantaron insultos y retuvieron de forma milagrosa la marea de coches empe?ados en salir de la trampa. Coinciden en una cosa. Aseguran que lo m¨¢s dif¨ªcil de aguantar "es a la gente". Fingen indiferencia. Pero tienen su corazoncito.
"Con el tiempo te inmunizas"
Fernando, de 28 a?os, pertenece a las ¨²ltimas promociones de la Polic¨ªa Municipal. Es a¨²n uno de los novatos. Por eso, generalmente, est¨¢ pegado al cruce. El mi¨¦rcoles, a las cinco y media de la tarde, a la hora en que todo Madrid se puso de acuerdo para llegar a casa a la vez, le toc¨® estar en Cibeles. Fue uno de los polic¨ªas encargados de poner orden, a pie de calle, a una estampida sobre ruedas.Los coches bufan en el cruce de Cibeles con Castellana, a 100 metros de Correos. Llueve a mares, nadie entiende nada. La cercana parada de autobuses dificulta las cosas: de vez en cuando uno de estos monstruos rojos se pone en marcha y hay que dejarle paso. Cada vez que el sem¨¢foro se pone en verde, los automovilistas aprietan el acelerador y el ruido se vuelve insoportable. Los conductores ven el sem¨¢foro, piensan en meter la primera, suponen que van a salir de ah¨ª, aunque sea unos metros. Da igual, as¨ª tambi¨¦n se llega a casa, a trompicones. Pero el guardia del chubasquero amarillo les detiene, en medio de la calle, con las manos extendidas, como un penitente. Nadie puede seguir.
"Los peatones se abalanzan sobre los coches"
Un conductor, a 10 metros del polic¨ªa, pita: "Puuuuuu". El otro, a cinco metros, le responde: "Maaaaaaaaaac". El tercero, a dos metros, se suma: "Poooooooc". El polic¨ªa, convertido en estatua amarilla fluorescente, con el agua resbal¨¢ndole por la gorra, sigue sin permitir circular a nadie. Y el cuarto automovilista, y el quinto, y el sexto, y todos a la vez, se unen para abroncar al que impide el paso: "Piiiiii-maaaaaaac-pooooooc". Como la mayor¨ªa de los automovilistas lleva la ventanilla abierta, no se oyen insultos. Por fin, el polic¨ªa se aparta a un lado y da paso a la marabunta, que enmudece de repente, respira, y se pone en marcha en tropel. Cuatro minutos de respiro. Hasta que el agente tenga que detener de nuevo el aluvi¨®n. Hay otros tres polic¨ªas apostados en Cibeles. Todos dentro de una escena id¨¦ntica.
"Ya ni oyes el ruido"
Fernando tiene claro el peor d¨ªa de su vida profesional. No es ¨¦ste. "En diciembre, una tarde, el a?o pasado, en la Gran V¨ªa, con todos los aparcamientos llenos, y todo atascado, con los coches dando vueltas por el centro de la ciudad, sin poder detenerse en ning¨²n sitio. Aquello fue espantoso, la gente venga a dar vueltas en coche y nosotros en medio. ?Qu¨¦ pod¨ªamos hacer? Es m¨¢s, me estoy preparando para el pr¨®ximo diciembre, porque seguro que me tocar¨¢".
Fernando, a pesar de todo, asegura que le gusta su trabajo: "La calle es entretenida. A cada rato pasa algo nuevo". Lo peor, los insultos: "Algunos te dicen de todo. Se meten con toda tu familia. Muchas veces, a todas horas. Pero yo me hago la idea de que insultan al uniforme, no a m¨ª. Si no, me podr¨ªa volver loco. No puedes dejar que esto te influya, tienes que hacer un trabajo. Tambi¨¦n hay que decir que hay mucha gente buena, que no grita, que acepta las normas y te hace caso si la amonestas", a?ade. "No entienden que si les dejamos pasar con el sem¨¢foro en verde, el atasco que se formar¨ªa en Cibeles ser¨ªa monumental, se quedar¨ªan todos parados en medio de la plaza, y eso es lo que tratamos de evitar, porque entonces todo ser¨ªa peor, tienen que cumplir nuestras indicaciones, no lo hacemos por gusto, lo hacemos por su bien, para que todo este l¨ªo acabe pronto". Han pasado los cinco minutos, la manada de autom¨®viles est¨¢ de nuevo ah¨ª, en el cruce. Tranquila a¨²n porque el sem¨¢foro est¨¢ en rojo...
Antonio, de 35 a?os, se aposta en medio de la plaza. Son las seis de la tarde. El embotellamiento, lejos de remitir, engorda. ?l ya no vigila la calle desde un cruce. Se ocupa de coordinar, de acudir a los sitios m¨¢s necesitados. En seguida se hace cargo de la situaci¨®n: "Han cortado un carril en la Castellana por la preparaci¨®n del D¨ªa de las Fuerzas Armadas; por eso, el agente del cruce necesita retener los coches m¨¢s tiempo. Si no lo hiciera, se atascar¨ªan todos en la Castellana. Si Antonio tuviera tiempo de explicar eso a los cientos y cientos de conductores que se sienten prisioneros dentro de su autom¨®vil... Pero no es posible. As¨ª que la sinfon¨ªa de piiiii-maaaaaac-poooooooc se reproduce en las cuatro esquinas de la plaza. Para colmo, no para de llover. Antonio, que lleva m¨¢s de 12 a?os regulando el tr¨¢fico en las calles de Madrid, asegura que la plaza de Cibeles "tiene muchos secretos, pero en d¨ªas como ¨¦ste...". ?l habla tambi¨¦n de los insultos y las pitadas: "Con el tiempo te inmunizas", afirma, resignado.
Un poquito m¨¢s arriba est¨¢ la plaza de Callao. Es el puesto de Javier, de 37 a?os. Le gusta lo que hace. Y se nota. El mi¨¦rcoles, en 15 minutos, amonest¨® a un automovilista que llevaba el parachoques suelto, se enfad¨® a un par de viandantes que se jugaron el tipo cruzando por donde no deb¨ªan y detuvo a un inmigrante nigeriano que conduc¨ªa con un carn¨¦ falsificado. Todo eso mientras daba paso a cientos de automovilistas metidos en coches que a su vez estaban metidos en uno de esos embotellamientos que parecen organizados por el diablo. "Al nigeriano no le pasar¨¢ nada, porque tiene todos los otros papeles en regla, pero deber¨¢ sacarse el carn¨¦ de conducir espa?ol. Entre otras cosas, porque no tiene ni idea. Ha hecho un giro fatal. Por eso lo he descubierto. Es que esas cosas no se deben hacer", comenta Javier.Callao tiene sus peculiaridades. Los peatones se lanzan a cruzar en cuanto ven un hueco, sin importarles nada lo que indica el sem¨¢foro. La lluvia, que sigue cayendo, mete m¨¢s prisa a todos. Los coches se detienen a un metro de un peat¨®n que va por donde no debe. Decenas de viandantes salen detr¨¢s de ¨¦l, como hipnotizados. Los de los coches, rodeados de repente por peatones, pitan. Los viandantes siguen. Javier intenta poner orden: "Aqu¨ª tienes que estar tan atento a los coches como a los transe¨²ntes. Los que van andando no respetan el sem¨¢foro y se abalanzan sobre los coches. Y si les atropellan, t¨² eres el responsable en el fondo".
Si se le pregunta si ha multado a viandantes, este polic¨ªa responde: "Pues s¨ª, claro, con 5.000 pesetas. Por cruzar corriendo y jugarse la vida". Javier es nervioso, diligente, inmune al chaparr¨®n. Recorre la plaza sin parar, mientras una voz met¨¢lica le alerta a trav¨¦s del radio-transmisor del aluvi¨®n de veh¨ªculos que le llega desde plaza de Espa?a, la llave de la ciudad, la que abre o cierra otro compa?ero que tambi¨¦n estar¨¢ aguantando all¨¢ abajo lo suyo. Javier sigue. Contesta sin dejar de mover la mano. Recibe instrucciones con palabras cifradas, con frases llenas de "palmas" y "deltas" [indicativos de las diversas unidades]. Responde con un "cambio". Luego concluye: "No digo corto porque aqu¨ª nunca se corta".
Los coches que le llegan a Javier desde la plaza de Espa?a los reenv¨ªa con aspavientos acelerados, como el que se deshace de un enjambre de abejas, hacia Cibeles. All¨ª, en el cruce de Alcal¨¢, los recibe, entre otros, Jos¨¦ Antonio, de 37 a?os, 12 de ellos en la calle. M¨¢s tranquilo que sus compa?eros, m¨¢s veterano tambi¨¦n, ha desarrollado cierta filosof¨ªa que le ayuda a soportar la avalancha. "Ya, ni oyes el ruido. Cuando llueve o hace fr¨ªo te pones camisetas o jers¨¦is debajo de la camisa reglamentaria. Est¨¢ permitido. Lo malo es cuando hace sol. Entonces no hay nada. S¨®lo esperar que un compa?ero te releve", cuenta.Para retransmitir el D¨ªa de las Fuerzas Armadas, Televisi¨®n Espa?ola instala una gr¨²a en medio de la plaza. Hay unidades m¨®viles y operarios que complican a¨²n m¨¢s la tarde. Sale de nuevo otro autob¨²s. No deja de llover. Son, m¨¢s o menos, las siete de la tarde. Siguen llegando batallones de coches de Atocha. Anochece, pero queda mucho hasta las once. S¨®lo entonces estos cuatro polic¨ªas podr¨¢n hacer lo que hacen todos los que les abroncan desde el coche: irse a su casa.
Un cruce, 170.000 pesetas al mes
Los polic¨ªas municipales que regulan los cruces de Cibeles ven pasar cada d¨ªa una media de 200.000 coches. En una jornada complicada, como la del mi¨¦rcoles, la cifra puede incrementarse incluso. En la plaza de Callao, el n¨²mero de veh¨ªculos ronda los 70.000 diarios, seg¨²n el Ayuntamiento.La Polic¨ªa Municipal cuenta con una plantilla de 5.000 efectivos. En los pr¨®ximos meses se incorporar¨¢n 600 m¨¢s. ?Cu¨¢ntos de ellos se ocupan de vigilar el tr¨¢fico? "Es dif¨ªcil responder", apunta un portavoz de la Polic¨ªa Municipal, "ya que eso depende de los d¨ªas, de las intensidades de la circulaci¨®n, de los atascos...".
Este portavoz, de cualquier forma, asegura que "el tr¨¢fico es la principal misi¨®n de la Polic¨ªa Municipal, y todo est¨¢ supeditado a eso". "No s¨®lo los que est¨¢n en los cruces se encargan del tr¨¢fico: tambi¨¦n est¨¢n para que mejore la circulaci¨®n los que se ocupan de mantener despejados los carriles-bus, los que van con la gr¨²a...". Los polic¨ªas que se apostan en los cruces, generalmente reci¨¦n salidos de la academia, cobran, aproximadamente, 170.000 pesetas al mes.
No hay puestos fijos. Cada polic¨ªa se entera al llegar a su unidad del destino que cubrir¨¢ esa tarde. Hay agentes que d¨ªa tras d¨ªa se colocan en el mismo cruce, pero esto no es lo normal.
"A?os atr¨¢s, un polic¨ªa que se colocaba en la Gran V¨ªa fue famoso porque permaneci¨® all¨ª durante mucho tiempo: los taxistas le saludaban y los conductores de autobuses. Tambi¨¦n fue muy conocida una polic¨ªa que durante bastantes a?os se situ¨® en Cibeles", explica Jos¨¦ Antonio, un polic¨ªa municipal especializado en tr¨¢fico. "Pero eso ya no pasa ahora. Hay muchos coches y, quitando los de las tiendas, nadie te conoce: lo de Manolo, guardia urbano es historia".
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