Un maestro de la estirpe de los grandes teloneros
Lo que, en los primeros y oscuros a?os ochenta, hizo subir de pronto, en v¨¦rtigo, a las copas de las nubes, la popularidad de Antonio Ferrandis, que hasta entonces era en nuestro cine y teatro una recia y eminente prolongaci¨®n (pero no de alta audiencia) de sus geniales maestros Antonio Vico, Rafael Rivelles y Jos¨¦ Luis Alonso, fue un viejo y simple (o quiz¨¢s no tan simple) truco de c¨®mico astuto.Fue un truco inteligente, art¨ªsticamente leg¨ªtimo y sin duda muy sagaz, que consisti¨® en proponer a una Espa?a asustada por los inquietantes nubarrones que comenzaban a asomar en su horizonte; a una Espa?a urgida de un cuelgue en la h¨²meda tibieza de un ba?o de sonrisas y l¨¢grimas consoladoras; a una Espa?a propicia a la credulidad y necesitada de que le contasen cuentos muy terrenales pero blandos y rosas, un apabullante ejercicio de virtuosismo en el juego de la interpretaci¨®n sentimental, al borde del ternurismo.
Hizo Ferrandis su insuperable composici¨®n del personaje Chanquete con pasmosa facilidad, sin apenas esfuerzo ni riesgo. Tal como suena en la jerga, clav¨® de una vez el tipo; traz¨® con precisi¨®n de viejo maestro de las tarimas un abanico elemental de v¨ªas de conducta para ir desarroll¨¢ndolo paulatinamente sin hacerle perder capacidad de enganche y de encanto; defini¨® algunas variantes de situaci¨®n y de respuesta para que no se le agotase el repertorio gestual antes de tiempo y el guiso se le cortase con la intragable conversi¨®n de la dulzura bonachona de un viejo padre amigo en un no buscado empalago o, al rev¨¦s, en pura soser¨ªa. Y cerr¨® con una infalible guinda este, t¨¦cnicamente prodigioso, arco de oficio, introduciendo en la astuta serie televisiva Verano azul un toque perfecto de amigo padre arcang¨¦lico ante esa Espa?a fr¨¢gil, preocupada y boquiabierta, que comenzaba a sentir el vac¨ªo cordial de la orfandad.
Ferrandis se trag¨® de un gesto, tan brillante, y tan f¨¢cil para un superdotado de su estirpe, trabajo. No se mare¨® por la enormidad del ¨¦xito. Hizo de ¨¦l una cumbre ¨ªntima, pero no era su verdadera cumbre profesional, que hay que buscar entre incontables magistrales escenas del casi centenar de pel¨ªculas que film¨®, entre ellas nada menos que Marcelino, pan y vino y Carne de horca (L. Vajda), Pl¨¢cido, El verdugo y La escopeta nacional (L. G. Berlanga), Mi querida se?orita (J. Armi?¨¢n), Con el viento solano (M. Camus), La parranda (G. Su¨¢rez) y, entre muchas, Volver a empezar (J. L. Garci). Pero si hay un instante en que la delicada armon¨ªa que Ferrandis trenz¨® entre su en¨¦rgica t¨¦cnica gestual y la precisi¨®n casi matem¨¢tica de su dicci¨®n traspas¨® la frontera de lo com¨²n es en sus creaciones esc¨¦nicas, de las que traer¨¦ solo una, el seco y hondo golpe de genio que cre¨® movi¨¦ndose entre las deslumbradoras sombras esperp¨¦nticas y las negr¨ªsimas dificultades verbales de la palabra ind¨®mita de Valle Incl¨¢n en La rosa de papel.
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