Mi cena con Trudeau
En 1990 el Massey College de Toronto me invit¨® a una discusi¨®n con el gran novelista canadiense Robertson Davies. El tema: "?Existe una cultura com¨²n de Norteam¨¦rica?". El subtexto: "?C¨®mo ser canadiense, c¨®mo ser mexicano y vivir junto a los Estados Unidos?".Robertson Davies dio voz al muy extendido temor canadiense de que su poderoso vecino del sur imponga cultura, valores (o falta de los mismos), absorbiendo o desnaturalizando la identidad de Canad¨¢. Yo no tuve tales reparos. Por muy fuerte que sea el poder¨ªo de nuestro vecino del norte, y quiz¨¢s en parte gracias a ello, los mexicanos hemos afirmado (a veces exageradamente: "Como M¨¦xico no hay dos", etc¨¦tera) nuestra identidad. Es m¨¢s: la hemos exportado a los mism¨ªsimos EE UU. Los "gringos" ejercen una influencia no s¨®lo sobre M¨¦xico, sino mundial, que tiene muchos antecedentes en muchas ¨¦pocas. Pensemos en la influencia de Roma sobre el ¨¢rea mediterr¨¢nea durante siete siglos. Ello no priv¨® a Alejandr¨ªa, por ejemplo, de su fuerte personalidad cultural. Y en el siglo XIX, todo el mundo quer¨ªa seguir la moda, los gustos y hasta los vicios de los franceses...
Cuesti¨®n de modas, aunque tambi¨¦n de fecundo encuentro cultural. De Francia, lo importante no eran las boneter¨ªas sino los novelistas y los poetas. De los EE UU, lo importante no son los MacDonalds y los bluejeans, sino Faulkner y Louis Armstrong. Hay, pues, una influencia superficial y otra profunda. Siempre ha sido as¨ª. La influencia mexicana en los EE UU, no s¨®lo profunda sino cada vez m¨¢s extensa, va m¨¢s all¨¢ de la moda. Significa familia, religi¨®n, m¨²sica, cocina y lengua: treinta y cinco millones de hispanoparlantes en los EE UU. ?Cu¨¢ntos angloparlantes en M¨¦xico?
De todos modos, los canadienses no dejaron de cuestionarse y de cuestionarnos. ?C¨®mo era posible que un pa¨ªs fuerte, democr¨¢tico y rico como Canad¨¢ temiese m¨¢s a los EE UU que un pa¨ªs d¨¦bil, autoritario y pobre como M¨¦xico?
Presid¨ªa la sesi¨®n Pierre Eliott Trudeau. Primer Ministro de Canad¨¢ durante diecis¨¦is a?os, condujo el debate con gran serenidad, mucho humor y una pizca de iron¨ªa. Conoc¨ªa al mundo y aunque no estaba hechizado como en el poema de Quevedo, nada le asombraba pero todo le interesaba. Me toc¨® cenar a su lado esa noche. Hablamos en espa?ol, lengua que Trudeau conoc¨ªa a la perfecci¨®n. Pudimos hacerlo en griego o lat¨ªn, otras dos lenguas que nada ten¨ªan de muertas para una mente tan viva como la de Trudeau. Su conocimiento de las lenguas era, acaso, la base de su voluntad multicultural, que tanto bien le hizo, pol¨ªticamente, a un Canad¨¢ que, sin un estadista como ¨¦l, pudo seguir los tr¨¢gicos caminos del Pa¨ªs Vasco y de Irlanda.
Pero Trudeau conoc¨ªa algo m¨¢s que las lenguas. La amplitud de su cultura era impresionante. Educado por los jesuitas, por el fil¨®sofo cat¨®lico franc¨¦s Jacques Maritain en La Sorbona y por el socialista ingl¨¦s Harold Laski en la London School of Economics, Trudeau estaba armado de una inteligencia l¨®gica que casi -digo casi- disfrazaba la pasi¨®n enmascarada de sus sentimientos. Todo ello lo convert¨ªa en un hombre de atractivos misteriosos, tanto para las mujeres como para los hombres. El misterio de Trudeau era saber, en cada caso, si el seductor era ¨¦l, o si ¨¦l era quien se dejaba seducir.
Personalidad compleja y brillante como pocas en la vida pol¨ªtica, Trudeau proclam¨® un credo: la raz¨®n por delante de la pasi¨®n. Sus ojos verdes, a la vez chispeantes y velados, dejaban traducir una pasi¨®n contraria a la raz¨®n que proclamaban, pero tambi¨¦n una raz¨®n conductora de la pasi¨®n para convertirla en pol¨ªtica. Desde su revista de juventud, La Cit¨¦ Libre, Trudeau pugn¨® por la separaci¨®n de la iglesia y el estado y la reforma electoral. Elegido al Parlamento, su lucha se distingui¨® por la defensa de los derechos b¨¢sicos de la mujer (el aborto), de la pareja (el divorcio) y del sexo (el homosexualismo). Llegado al poder en 1968, su pol¨ªtica previ¨® uno de los dramas hist¨®ricos del presente: el separatismo, el terrorismo para alcanzarlo. Trudeau, reconociendo a Canad¨¢ como comunidad biling¨¹e y multicultural, se opuso sin embargo a los ghettos nacionalistas. "Ninguna parte de Canad¨¢ puede devorar a la otra", dijo. Defendi¨® el pluralismo. Construy¨® un "federalismo para ma?ana" que le evit¨® a Canad¨¢ pugnas sangrientas hoy rampantes en muchas partes del mundo.
No pudo evitar, en 1970, la ola de terrorismo separatista de los nacionalistas del Quebec franc¨®fono. No se anduvo por las ramas. Invoc¨® la Ley de Medidas de Guerra para combatir la violencia pero promovi¨®, para resolver el problema de fondo, pol¨ªticas de biling¨¹ismo y multiculturalismo sustentadas no s¨®lo en la buena voluntad y la lucidez mental, sino en medidas econ¨®micas y sociales para "una sociedad justa". La desigualdad canadiense es m¨¢s territorial que estructural. Trudeau oblig¨® a las provincias ricas, de Vancouver a Toronto y Montreal, a contribuir al desarrollo de las provincias pobres. Su arma: la reforma fiscal. Es como si Monterrey se ocupase de Oaxaca y Chihuahua de Chiapas.
Me dijo Trudeau aquella noche que la amenaza del terrorismo era convertir a sus v¨ªctimas en prisioneras no s¨®lo de la violencia, sino del absurdo. "El mal absurdo" fue su manera de calificar a la violencia que se cobra vidas inocentes en nombre de una causa que acaba perdiendo toda su nobleza y sigue asesinando para seguir existiendo. Federalismo, multiculturalismo, pol¨ªticas fiscales, voluntad de justicia. Con estas armas salv¨® Pierre Trudeau la unidad de Canad¨¢, que hoy nadie pone en duda. Su ejemplo de estadista es una advertencia para los pa¨ªses latinoamericanos que permiten la fosilizaci¨®n de dos naciones, una rica y otra pobre. Llevada al extremo la injusticia social puede convertirse en fractura territorial. Hasta ahora, Latinoam¨¦rica ha evitado la balcanizaci¨®n. Nuestras fronteras nacionales son pr¨¢cticamente las mismas de la Colonia y de la Independencia. ?Podremos mantenerlas si persiste el abandono de medio territorio por la otra mitad y la pobreza de la mayor¨ªa frente a la riqueza de la minor¨ªa? Trudeau actu¨® a tiempo, con energ¨ªa y con claridad mental. El Pa¨ªs Vasco, C¨®rcega, Irlanda... No hemos salido del laberinto que Trudeau supo abandonar a tiempo. Las pasiones privan sobre las razones. Hay demasiados terroristas que prefieren morir como mafia que vivir como ciudadanos. Hay demasiados cobardes que en vez de inmolarse a s¨ª mismos como kamikazes o bonzos, asesinan a los inocentes. Todo ello me hace pensar en Pierre Eliott Trudeau a la hora de su muerte.
Nunca olvidar¨¦ mi cena con ¨¦l. Era un verdadero estadista. Era un verdadero intelectual. Rara combinaci¨®n. Era un hombre verdadero. Me identifiqu¨¦ con ¨¦l por dos cosas compartidas: el amor por las mujeres y el dolor por los hijos. Descanse en paz.
Carlos Fuentes es escritor mexicano.
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