LA CR?NICA Mequinenza ya se inund¨® PAU VIDAL
"Si Dubl¨ªn fuese destruida, se podr¨ªa reconstruir gracias a las minuciosas descripciones que hizo de ella Joyce; con Mequinenza pasa lo mismo: se podr¨ªa levantar otra vez, tanto la real como la ideal, a partir de los libros de Jes¨²s Moncada". Esa Mequinenza, como es sabido, no ha sufrido las inundaciones debidas a la crecida del Ebro de este fin de semana, pues lleva 40 a?os bajo las aguas del pantano del mismo nombre. Las poblaciones afectadas, como Miravet, en la Ribera d'Ebre, o Tortosa, quedan aguas abajo, muy abajo, desde la perspectiva de un mequinenzano, tanto que son cosa de otro pa¨ªs.Tambi¨¦n quedan lejos, pues, para Jes¨²s Moncada, a quien el azar hizo subir a una tarima (cosa que se permite en rar¨ªsimas ocasiones) precisamente la semana en que el r¨ªo de su vida y de su obra se sali¨® de madre. En la multipremiada Cam¨ª de sirga, el escritor recrea los viajes de los la¨²des por el Ebro desde Mequinenza hasta el delta, pasando tambi¨¦n por Miravet y Tortosa. Pero el pasado mi¨¦rcoles, en el Instituto de Cultura de Barcelona, reiter¨® una vez m¨¢s que su relaci¨®n con el r¨ªo termin¨® en 1959, cuando el pantano liquid¨® para siempre la navegaci¨®n fluvial. A Moncada, la Mequinenza que le interesa es la anterior a esa fecha. Lo malo (o lo bueno, seg¨²n como se mire) es que la asociaci¨®n entre el escritor y su microcosmos literario (a pesar de que su segunda novela, La galeria de les est¨¤tues, no transcurre all¨ª, sino en Torrelloba, una ciudad con un sorprendente parecido a Zaragoza) ha terminado por convertirse para ¨¦l en una especie de estigma: all¨¢ donde va encuentra alg¨²n mequinenzano dispuesto a corregirle sobre las andanzas de tal o cual personaje.
Porque eso, identificar a las personas reales que inspiran los personajes moncadianos, se ha convertido en el deporte nacional de su pueblo. El mi¨¦rcoles, Moncada acudi¨® a la Virreina y se dej¨® inundar (empantanar, en este caso) por los elogios del presentador: su colega Xavier Moret trat¨® por todos los medios de integrarle en la alta literatura europea (como demuestra la frase que encabeza estas lineas), subray¨® que es el escritor catal¨¢n actual m¨¢s traducido e incluso recurri¨® a aquello de ser local para ser universal. ?Hasta "cl¨¢sico viviente", le llam¨®! Pero nada, la sala estaba llena de mequinenzanos (mequinenzanas, m¨¢s bien: el 80% de las cartas que recibe de lectores son lectoras), y hab¨ªan acudido a o¨ªr hablar de su pueblo. Encabezadas por la madre del escritor, con quien ¨¦ste convive, le oyeron relatar an¨¦cdotas derivadas del estigma, que de todos modos ¨¦l se toma con muy buen humor. De hecho, se lo pasa bomba. Como aquella vez en Girona, donde una se?ora le ri?¨® por asegurar que un personaje no correspond¨ªa al original que todos le atribu¨ªan. O aquella otra que se top¨® en la calle con un paisano que hab¨ªa regresado de estudiar en Madrid, donde se hab¨ªa afiliado a Fuerza Nueva, que le confes¨® haber terminado ya el Cam¨ª de sirga antes de soltarle: "?Y ya tengo la lista de todas las cosas por las cuales te pasaremos cuentas el d¨ªa que esto cambie!". Y la mejor: encontr¨¢ndose casualmente en el pueblo durante el funeral por un paisano ilustre, un conocido se le acerc¨® para darle el p¨¦same: "Seg¨²n ¨¦l yo era tan cercano al difunto como la familia misma". "Lo mejor", se tronchaba el autor, "es que, con algunos a?os de retraso, esa persona muri¨® exactamente del modo como yo describ¨ªa en el libro".
Pero no todo son quinielas inocentes. En un lugar tan y tan peque?o hay quien, por razones de apellido, llega a avergonzarse de un hecho luctuoso ocurrido... ?120 a?os antes! Y cuando viene a saber que un escritor trata de meter las narices en ello (Estremida mem¨°ria, su tercera novela, se basa en unos tr¨¢gicos sucesos cuya descripci¨®n escrita le lleg¨® a Moncada a trav¨¦s de un mequinenzano que a su vez la recibi¨® de un abogado de Caspe, el cual la descubri¨® por azar en los juzgados), pues intenta hacerle desistir a base de an¨®nimos o llamadas telef¨®nicas. Claro que, en compensaci¨®n, se produce tambi¨¦n el efecto contrario: alguna voz depositaria de la at¨¢vica transmisi¨®n oral le facilita informaci¨®n fidedigna a cambio del anonimato. ?l, con todo, asegura que de novela hist¨®rica nada: "Yo soy un novelista, no un cronista". Pero dir¨ªa que se le escapa la risa.
Si no, escuchen la ¨²ltima. Por fin, tras 33 a?os de residencia en Barcelona, Moncada se ha decidido a ambientar su pr¨®ximo libro en la ciudad. Esconde con gran celo el argumento (si quieren saber de qu¨¦ va, yo de ustedes le preguntar¨ªa a Moret), pero el otro d¨ªa revel¨® al menos el nombre del protagonista. ?A que no lo adivinan? No, claro, c¨®mo van a adivinarlo. Pues se llama ni m¨¢s ni menos que An¨¤tocles, el masculino de una de las santas mequinenzanas, Santa Anat¨°clia. Si eso no es alimentar el estigma... ?l mismo zanja la cuesti¨®n con una ocurrencia muy propia de su car¨¢cter irremediablemente rojo y comecuras: "Lo cierto es que, a pesar de la veneraci¨®n que dicen que le tienen, ning¨²n mequinenzano le ha puesto ese nombre a su hija".
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