Para una negociaci¨®n en Jesuitas
La dilataci¨®n de la historia del conocido c¨®mo solar de Jesuitas no gusta a nadie. Sus avatares urban¨ªsticos se remontan ya a tres d¨¦cadas y las amenazas tangibles de construirlo a m¨¢s de cinco a?os. Hoy parece que nada m¨¢s la postura del promotor de un hotel, a quien nadie le niega su derecho a edificarlo en alg¨²n punto de la ciudad, impide que el espacio ocupado por el antiguo patio de juego del Colegio de San Jos¨¦ pueda volver a ser definitivamente libre. Conviene recordarle a este se?or algunas cuestiones con la ¨²nica intenci¨®n de que se avenga a razones. La primera es que en el momento en que adquiri¨® su parte del solar ¨¦ste a¨²n no tenia asignada edificabilidad, estando c¨®mo estaba en redacci¨®n el Plan General de Valencia, de manera que hizo una apuesta especulativa de dudosa justificaci¨®n. La segunda es que, despu¨¦s del oneros¨ªsimo esfuerzo de la ciudad, la suya es la ¨²nica de las tres tristes torres cuya amenaza, corregida y aumentada (m¨¢s ocupaci¨®n, techo y volumen edificable), a¨²n subsiste. La tercera es que en el intervalo de los ¨²ltimos cinco a?os, en 1998, fue aprobada la Llei del Patrimoni Cultural Valenci¨¤ que tutela con mucho mayor rigor, conocimiento y extensi¨®n los bienes culturales valencianos, a los cuales se adscribe el conjunto formado por el Bot¨¢nico, el Colegio de San Jos¨¦ y la Iglesia de Sant Miquel i Sant Sebasti¨¤, de manera que las pretensiones de edificar en el solar se han hecho mucho m¨¢s problem¨¢ticas si cabe.Nadie niega al se?or Antoni Mestre lo que legalmente le corresponde, pero como ciudadano se le debe exigir una sensibilidad y un civismo acorde con la pretensi¨®n de construir un hotel que, l¨®gicamente, ha de respetar los propios atractivos paisaj¨ªsticos (y tur¨ªsticos) de la ciudad donde pretende situarse. Hay que observar el llamado solar de Jesuitas desde el otro margen del r¨ªo y como punto focal de la entrada de Ademuz: la masa arb¨®rea del Bot¨¢nico tiene su contrapunto vertical en la c¨²pula de Sant Miquel, que dota de profundidad al paisaje, constituyendo un conjunto en que predomina el vac¨ªo, la baja edificabilidad y la vegetaci¨®n. En este lugar se inicia la fachada hist¨®rica de la ciudad, la fachada septentrional que mira al cauce viejo del Turia, debiendo extremarse el respeto y el cuidado con este emplazamiento que, adem¨¢s, es contemplado (y disfrutado) diariamente por miles de ciudadanos que acceden a Valencia. Por eso no cabe aqu¨ª el hotel que se propone.
El mal llamado solar de Jesuitas es una pieza de estructura urbana coherente en s¨ª misma, en la cual es l¨®gico que se construya un jard¨ªn como el de las Hesp¨¦rides o que el Plan General propugne la reconstrucci¨®n del ala demolida del Colegio de San Jos¨¦, pero en la que no cuadra la construcci¨®n de una mole edificada, ni hotelera ni de otro signo. La ciudad, al configurar esta zona, parti¨® de un deseo de equilibrio: En 1802 implant¨® el Jard¨ªn Bot¨¢nico, un exponente ilustrado, una peque?a-gran joya urbana que pronto asumir¨ªan los ciudadanos como algo querido y apreciado. Anteriormente, en el siglo XVIII, este paisaje se inici¨® con la construcci¨®n de la Iglesia de Sant Miquel en el eje de la calle Quart, un elemento que demanda ser observado desde la lejan¨ªa. Finalmente, esa singular estructura urbana se complet¨®, en el XIX, con la edificaci¨®n del volumen en tridente del Colegio de San Jos¨¦, otra singularidad. El contrapunto de esa historia se produce cuando, a principios de la d¨¦cada de los setenta, el franquismo rechaza ampliar el Bot¨¢nico y aprueba una operaci¨®n que implicaba colmatar con torres toda la manzana de Jesuitas, superando los 200.000 metros cuadrados de edificaci¨®n: un magno urbanicidio. A continuaci¨®n los episodios se han sucedido en una especie de marcha hacia atr¨¢s, hacia el rescate de unos terrenos que nunca debieron de ser construibles: el primer consistorio democr¨¢tico reduce a 52.000 metros cuadrados lo edificable, que en 1995 se convierten en las tres torres famosas. En la actualidad nada m¨¢s queda, como ¨²nica y dolorosa amenaza, la posible construcci¨®n del hotel. Es como si la ciudad hubiese aprendido una lecci¨®n y quisiera rectificar un tremendo error, muy propio de los gestores pol¨ªticos de una dictadura. Es l¨®gico que una capital defienda su patrimonio y quiera preservar los valores naturales, arquitect¨®nicos y paisaj¨ªsticos que constituyen su ambiente, la prestigian y generan atractivos a?adidos. Comprender esto es lo que esperamos de un empresario que pretende hacer un negocio y que entienda que lo puede hacer construyendo su hotel en diversos emplazamientos (le han sido propuestos varios sin la menor receptividad por su parte). Pero lo que no es posible es cambiar la localizaci¨®n de un Bot¨¢nico y lo que no se debe es alterar una silueta valiosa e irrepetible.
Por nuestra parte no pensamos volver a contestar a las perlas que nos dedica el se?or Mestre en sus anuncios pagados, al tiempo que lamentamos la senda de querellante que ha emprendido. Lo ¨²nico que nos parece razonable es que negocie otro emplazamiento para su hotel, una negociaci¨®n justa sobre derechos y valores urban¨ªsticos reales y no sobre expectativas. As¨ª la ciudadan¨ªa, ¨¦l incluido, podr¨¢ conservar el disfrute de un distinguido paisaje urbano.
Trini Sim¨® es historiadora de la Arquitectura y Carles Dol? es arquitecto-urbanista.
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