Un minero contra Hitler
Louis Piechota pas¨® cinco a?os en campos de concentraci¨®n nazi por no colaborar con el III Reich
,Aparentemente, Louis Pi¨¦chota, nacido en la ciudad alemana de Swierwich hace 83 a?os y de padres polacos, es hijo de un siglo que est¨¢ punto de desaparecer y de unos acontecimientos desgarradores que son s¨®lo historia. Pero eso es s¨®lo apariencia: sus vivencias durante cinco a?os en campos de concentraci¨®n nazis van seguir perteneciendo a las generaciones venideras porque un grupo de 150 testigos de Jehov¨¢ que sobrevivieron al infierno nazi se han empe?ado en divulgar y explicar su experiencia porque, como Thomas Man, creen que "el silencio s¨®lo servir¨ªa para fomentar la indiferencia moral del mundo", en un tiempo especialmente prolijo en indiferencias e inmoralidades. El otro apriorismo tambi¨¦n falla: las tentaciones racistas, las persecuciones ¨¦tnicas y religiosas no est¨¢n tan enterradas, como cabr¨ªa suponer, en la vieja Europa.
As¨ª opina Pi¨¦chota, quien con 22 a?os trabajaba como minero en una cuenca entre Francia y B¨¦lgica, una zona ocupada por Alemania. En coherencia con su religi¨®n, se neg¨® a extraer carb¨®n para la maquinar¨ªa b¨¦lica alemana. "Yo no pod¨ªa violar mi mentalidad cristiana: la guerra no sirve para nada", dice Pi¨¦chota, quien asisti¨® el viernes en C¨¢diz a la inauguraci¨®n de la muestra Memoria de un testimonio (1933-1945), "tengo mi conciencia en paz, y eso es lo importante". Su negativa lo sumergi¨® en un penoso proceso, de campo en campo de concentraci¨®n, de penitenciar¨ªa en penitenciar¨ªa. Cinco a?os estuvo sometido al r¨¦gimen "inhumano" que dispensaba el nazismo.
Primero fue conducido al campo de concentraci¨®n de Le Vernet, en el sur de Francia, pas¨® por el penal de Sanit Gilles (Bruselas), la fortaleza de Huy (Lieja) y fue remitido a otro campo: S?Hertogenbosch, en los Pa¨ªses Bajos, donde calzaban el pie desnudo en unos zuecos holandeses que les llagaban el pie y le produc¨ªan ampollas sangrantes. Si ca¨ªan al suelo, los guardias de la SS les ayudaban a levantarse a patadas. El camino hac¨ªa su nuevo campo, Sachsenhausen, dur¨® tres d¨ªas, sin comida ni agua, humillado y roto. All¨ª trabajar¨ªa "como esclavo", aunque lo peor estaba por llegar. En abril de 1945, junto a 26.000 prisioneros m¨¢s engros¨® la llamada marcha de la muerte. Las tropas rusas se acercaban a la zona y el r¨¦gimen decidi¨® eliminar a los prisioneros, que eran conducidos hacia el B¨¢ltico, donde los montaban en barcazas que despu¨¦s eran hundidas por los nazis en pleno mar. Murieron 10.700 prisioneros. Pi¨¦chota, como los 230 testigos de Jehov¨¢ que formaban su columna, sobrevivi¨®. "Fue gracias a la providencia divina", dice y entorna unos ojos azules que durante cinco a?os s¨®lo vieron el horror en estado puro. 12 d¨ªas despu¨¦s, todos los testigos de Jehov¨¢ -los bilberforscher- eran liberados.
Estos son los hechos de un testimonio, que como otros miles, ni se resume en unas l¨ªneas ni despliega en el papel su verdadera crudeza. Pero lo que preocupa a Piechota es que "Europa no ha aprendido la lecci¨®n del todo" y observa que hoy "55 a?os despu¨¦s, hay gente que empieza de nuevo con la intolerancia ¨¦tnica, racial y religiosa". Episodios como el de los Balcanes han sobrecogido a este veterano minero, que despu¨¦s trabaj¨® como comercial y que hoy reside cerca de Burdeos. Algunas teor¨ªas sobre la inexistencia de los campos de concentraci¨®n le hielan la sangre -"estamos aqu¨ª para que no se repita"- y sostiene que la memoria "ha sido una ventaja", que no le ha perturbado, sino que le ha ayudado a vivir: "Si no hubiera podido vivir con esto habr¨ªa sido un infeliz". En cualquier caso, invita a los responsables pol¨ªticos y a toda la sociedad "a esforzarse por mantener la unidad entre todos los pueblos, porque todos somos humanos y semejantes al pr¨®jimo". Lo dice Piechota, un superviviente.
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