Un tranv¨ªa a toda m¨¢quina MARCOS ORD??EZ
- 1. Voces lejanas, todav¨ªa vivas. Solness sigue habl¨¢ndonos, desde lo alto de su torre; Blanche Dubois sigue habl¨¢ndonos. ?No oyen sus voces? ?Sus risas, sus gritos? Claro que las o¨ªmos. Eso es el teatro: voces que siguen habl¨¢ndonos por encima del tiempo, por encima de todo; voces que resuenan muy adentro. Son nuestras mayores esperanzas o nuestros peores temores, todo lo que duerme en nosotros, cubierto por el ruido de cada d¨ªa, hasta que llega el arte para desvelarlo. ?Saben a qu¨¦ obedecen los grandes silencios del p¨²blico en el teatro, esos silencios casi eucar¨ªsticos? A que estamos escuchando a los actores y escuchamos, al mismo tiempo, esas voces en el interior de nosotros. Solness y Hilde y Aline, en el Nacional; Tubal hablando de su amigo Shylock en el Malic; Iv¨¢n y Marcos y Sergio en el T¨ªvoli; Amanda Pryne y Elliot Chase en el Borr¨¢s; Blanche y Stella y Stanley en el Romea.Un tramv¨ªa anomenat Desig, en el Romea. Dirige Manel Dueso, tras su ¨¦xito de la temporada pasada, La presa, de Conor McPherson. Yo soy un pesimista nato. Ll¨¢menme pesimista o ll¨¢menme desconfiado: cuando me dijeron que Dueso iba a dirigir La presa, (The Weir), que acab¨¢bamos de ver en Londres, pens¨¦: "Eso es dificil¨ªsimo de montar 'aqu¨ª". (Con "aqu¨ª" quer¨ªa decir: en Barcelona, sin actores irlandeses, sin la atm¨®sfera irlandesa). Es una objecci¨®n idiota, ya lo s¨¦: Seg¨²n eso, Macbeth s¨®lo podr¨ªa funcionar en Escocia. Bien; el caso es que La presa, dirigida por Dueso, me gust¨® todav¨ªa m¨¢s que el montaje -con segunda compa?¨ªa: la primera estaba en Broadway- del Royal Court.
Pasa un a?o y Calixto Bieito me dice: "Vamos a abrir temporada con el Tranv¨ªa". Mi respuesta: "Est¨¢is locos". Si La presa era "dif¨ªcil", el Tranv¨ªa me parec¨ªa llena de "many rivers to cross", como cantaba Jimmy Cliff. Demasiados r¨ªos que cruzar, y demasiados pesos. El peso de la pel¨ªcula. El peso de los "grandes nombres": Kazan, Brando, Vivien Leigh. El peso del "cl¨¢sico". La mejor obra "cl¨¢sica" americana, despu¨¦s del Largo viaje de O'Neill, o "ex aequo", seg¨²n los gustos. Una obra "cl¨¢sica", como todos sabemos, es aquella de la que todos hablamos pero que apenas recordamos. "Hombre, claro, el Tranv¨ªa...". ?Qu¨¦ recordamos del Tranv¨ªa? Clich¨¦s. Yo por lo menos. Stanley aullando "Stellaaaa", Stanley sac¨¢ndose la camiseta, Blanche diciendo lo de la bondad de los extra?os... De hecho ?cu¨¢nto tiempo hac¨ªa que no la rele¨ªamos, en ingl¨¦s o en la edici¨®n de Losada? Y en cuanto a "verla"... Dice el "dossier": "Segons diverses fonts consultades, no es t¨¦ constancia de cap posada en escena professional en catal¨¢". Y en Madrid pasaron treinta a?os, desde el 61, con la compa?¨ªa de Asunci¨®n Sancho en el Reina Victoria, hasta que Tamayo la mont¨® en el Bellas Artes, en oto?o del 93, con Abel Folk, Natalia Dicenta y Ana Marzoa. El Tranv¨ªa, est¨¢ claro, "impone". Piensas, en el fondo: "?Se habr¨¢ quedado viejo el Tranv¨ªa? ?Estar¨¢ clavado en una v¨ªa muerta de los a?os cincuenta, con demasiados s¨ªmbolos 'po¨¦ticos' y psicologismos de manual y viejos coups de th¨¦atre lastr¨¢ndole las ruedas, como, por ejemplo, De repente el ¨²ltimo verano?". No, amigos: Tennessee vive, el Tranv¨ªa sigue circulando. Y, en el Romea, a toda m¨¢quina. Olviden la pel¨ªcula (la olvidar¨¢n). La olvidar¨¢n gracias a la fuerza y la emoci¨®n de sus voces; de esas voces que vuelven a resonar en nosotros. Gracias a Tennessee, a sus actores catalanes, a su traductor catal¨¢n, Joan Sellent, a Alfons Flores, su escen¨®grafo, a su director.
- 2. Bombillas desnudas, farolillos japoneses. El Tranv¨ªa (A Streetcar named Desire, 1947) es, a) la cr¨®nica de un devastador "estado" de angustia, b) un autorretrato simb¨®lico de su autor - "Blanche c'est moi", escribi¨®-, y c) una tragedia moderna. Como El rey Lear, es una tragedia sobre la ceguera: Nadie ve al otro como es en realidad. Tennessee Williams no puede ser m¨¢s claro en la carta que le escribe a Kazan antes de empezar los ensayos en el Barrymore Theatre, con Jessica Tandy como Blanche, Kim Hunter como Stella y el joven Brando como Stanley Kowalski: "No hay 'buenos' ni 'malos' en esta obra. Algunos son un poco mejores o poco peores, pero todos se mueven no por maldad sino por malentendidos; por la ceguera para ver lo que pasa en el coraz¨®n del otro. Stanley no ve a Blanche como una criatura desesperada y perdida, con la espalda contra la pared, haciendo un desesperado esfuerzo por salvarse, sino como una bruja calculadora". Y acaba con esta frase sobre su propia mirada, la mirada del artista: "Es como si un fantasma se situara por encima de todos los asuntos humanos, las distorsiones del ego, la vanidad, el miedo, el deseo, para anotar lo que 'realmente' pasa".
Blanche no tiene nada, no le queda nada, s¨®lo el deseo; el deseo de aferrarse a la vida, de seguir creyendo en una magia enga?osa, m¨ªnima, pero que le ayuda a seguir viviendo. Para Blanche, la magia es colocar un farolillo japon¨¦s de 50 peniques sobre la bombilla desnuda de la casa de su hermana Stella y su marido Stanley; pero Stanley ha venido a este mundo para arrancar los farolillos japoneses de 50 peniques porque prefiere las bombillas desnudas. ?sa es la ra¨ªz, la "oscura ra¨ªz" del conflicto. Pero, para que haya aut¨¦ntico conflicto, hace falta que "todos tengan sus razones", como ped¨ªa Renoir de cualquier obra de arte. Para Stanley, Blanche es la intrusa, la que vuelve para interponerse entre ¨¦l y su esposa (y tiene raz¨®n) para llenar la cabeza de Stella con las viejas quimeras de un Sur glorioso que no es m¨¢s que "representaci¨®n", farolillo japon¨¦s para una fiesta muerta. Pero Blanche tambi¨¦n tiene raz¨®n en seguir creyendo en magias m¨ªnimas y enga?osas. En medio est¨¢ Stella, que ama a ambos, que intenta comprender a los dos. La primera parte del Tranv¨ªa es el dibujo de un pat¨¦tico n¨²mero de magia al borde de la nada; la segunda parte es la cruel y minuciosa cr¨®nica de una demolici¨®n. Al final, cuando el ni?o Stanley le ha arrancado las alas a la polilla para demostrar que no era una mariposa, s¨®lo queda la desolaci¨®n, el vac¨ªo: por eso es una tragedia, porque nadie se salva.
En el montaje de Manel Dueso hay algunos problemas; casi todos se concentran en la primera parte y no emborronan el poderos¨ªsimo trazo de la segunda, ni el eco de su detonaci¨®n final. Al principio, Eunice (Daniela Feixas) y su vecina (Carme Abril) resultan demasiado cloqueantes, como si estuvieran haciendo una mala versi¨®n de West Side Story, y tambi¨¦n resulta sobreactuado, para mi gusto, el primer encuentro entre Blanche (Emma Vilarasau) y Stella (?urea M¨¢rquez), con demasiadas risitas de colegiala sure?a. Pero son apenas cinco minutos. Pasados esos cinco minutos, el Tranv¨ªa encuentra su ra¨ªl, y las actrices sus l¨ªneas de fuerza, su verdad respectiva. Dir¨¦ de Emma Vilarasau lo que le dice Michael Corleone a su hermano Fredo en El Padrino II: "?Me partiste el coraz¨®n!". Espl¨¦ndida, espl¨¦ndida Emma Vilarasau, puro Broadway. Una Blanche inusual, por edad, por tipo f¨ªsico, pero tan bien matizada, tan aut¨¦ntica, tan rebosante de sensualidad y de miedo, tan apegada a su m¨ªnima magia, con un coraz¨®n tan fr¨¢gil y un abanico de mentiras tan quebradizo... Es un trabajo dificil¨ªsimo el de Emma Vilarasau, una danza constante al borde del precipicio, y al final, en la terrible escena ¨²ltima, podr¨ªa jurar que no queda un ojo seco en toda la sala; mi mujer y yo lloramos como becerros, y no somos de l¨¢grima f¨¢cil. Marc Mart¨ªnez es un Stanley Kowalski tremendamente ni?o, con la crueldad y la fuerza destructiva y el secreto desamparo de los ni?os; nunca hab¨ªa visto yo as¨ª al personaje, y tambi¨¦n me lo creo, totalmente; un Marc Mart¨ªnez que recuerda a un joven James Caan, lleno de rabia contenida, explosivo, cre¨ªble, verdadero. Y ?urea M¨¢rquez es una Stella perfecta, mitad Baby Doll crecida, mitad Lolita, la Lolita de Nabokov, viviendo en el suburbio y ya con un hijo en la tripa. Me cre¨ª menos, especialmente en la primera parte, al Mitch de Jordi Figueras; me result¨® demasiado lerdo, casi bordeando el clich¨¦ de garrulo, casi Buddy Ebsen en Desayuno en Tiffany's, pero Figueras es un actor que se crece, como le pas¨® en L'h¨¦roe, en este mismo teatro, y en la segunda parte "clava" todo el dolor y la impotencia de su personaje, y te olvidas de la "composici¨®n" excesiva, externa, del principio, como olvidas el mal arranque de Daniela Feixas, que cuando quiere pisa fuerte y con autoridad (a¨²n recuerdo su Lavinia de Titus Andr¨®nic), y el lado un tanto caricaturesco, "pintoresco", dir¨ªa, de los compa?eros de partida de Stanley: Steve (Xavier Ruano) y Pablo (Armand Vill¨¦n). Me "queda" un problema en esa primera parte: El flirteo de Blanche con el joven cobrador (Gerard Iravedra), una escena que carece del misterio del original. Iravedra est¨¢ aqu¨ª m¨¢s cerca del joven estudiante t¨ªmido de T¨¦ y simpat¨ªa, y no hay corriente el¨¦ctrica entre los dos, como deber¨ªa. En la segunda parte, cuando todos los conflictos estallan y el Tranv¨ªa avanza, a toda m¨¢quina, hacia la desolaci¨®n, todo me parece perfecto, y perfecta la idea escenogr¨¢fica de Alfons Flores, que culmina en una impresionante imagen final, que no contar¨¦ aqu¨ª. Una gran obra y un gran trabajo de equipo, que va a llenar - merecidamente- el Romea, porque es un pedazo de espect¨¢culo, un poderoso y emocionante espect¨¢culo.
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