El visitante
Los aficionados al arte recuerdan la exposici¨®n dedicada a Vel¨¢zquez en el Museo del Prado que se convirti¨® en un aut¨¦ntico fen¨®meno de masas. Kilom¨¦tricas colas con sillas de tijera, aglomeraciones, reventa de entradas, reedici¨®n del cat¨¢logo. Lo parad¨®jico de la cuesti¨®n es que el grueso de la exposici¨®n lo constitu¨ªan los propios fondos del museo m¨¢s algunas piezas sueltas tra¨ªdas de Gran Breta?a y Estados Unidos. No obstante, la gente acud¨ªa desbocada y en tropel como si el propio Vel¨¢zquez estuviera, pincel en mano, dando unos retoques ¨²ltimos a Las Meninas. Cuando se clausur¨® la exposici¨®n, y a pesar de que la columna vertebral de los fondos permanec¨ªa y permanece en el mismo sitio, la gente desapareci¨® y los japoneses recobraron su abundante presencia. El recuerdo de este expresivo fen¨®meno de papanatismo cultural me ha sobrevolado en la cabeza este verano a prop¨®sito de diferentes ocasiones. La primera, cuando visit¨¦ a finales de julio la exposici¨®n sobre Sorolla y Benlliure que se exhib¨ªa en el Museo del Siglo XIX de Valencia. A pesar del fervor sorollista de nuestra ciudad, fervor que alcanz¨® cotas multitudinarias en la exposici¨®n dedicada a Sorolla en el IVAM, y a pesar de los destacados y abundantes fondos que compon¨ªan la muestra, la visit¨¦ exclusivamente acompa?ado por los guardias jurados que la custodiaban. La segunda ocasi¨®n surgi¨® en las salas de la "exposici¨®n del verano" franc¨¦s, el Picasso Sculpteur del Centro Pompidou en el horario nocturno de los jueves. Inmensa cola para entrar y abarrotada de un p¨²blico chic, principalmente franc¨¦s, que hab¨ªa convertido la cita en objeto de culto, cuando la casi totalidad de las piezas se exhiben permanentemente en el cercano Museo Picasso, poblado de nuevo por japoneses y lugar menos chic en el agosto parisino.Cuantificar el n¨²mero y analizar los intereses que llevan a las personas a los museos requiere cierto cuidado. As¨ª, la exposici¨®n que comparta cartel con la de El arte de la motocicleta que se exhibi¨® en el Guggenheim bilba¨ªno puede convertirse f¨¢cilmente en una de la m¨¢s visitadas del a?o. Un desembarco semejante acontecer¨¢ cuando esta primavera se inaugure en el mismo museo la exposici¨®n dedicada a Giorgio Armani que se abri¨® el pasado 20 de octubre en la sede del museo de la Quinta Avenida. El fen¨®meno no es nuevo y el vecino Metropolitan ya ha dedicado muestras a varios modistos, como Versace o Yves Saint-Laurent. Resulta obvio que la moda forma parte del universo creativo y que todos los grandes museos de arte tienen departamentos dedicados a la moda. Pero estas exposiciones est¨¢n m¨¢s pr¨®ximas a la campa?a publicitaria o al homenaje pagado que al tratamiento objetivo, distante y riguroso que se espera de un centro dedicado a la investigaci¨®n y difusi¨®n del arte. Y buena prueba de ello son los quince millones de d¨®lares que el afamado sastre italiano va a donar al museo neoyorquino.
La alianza de museos ansiosos de reventar la taquilla y empresas deseosas de perfumarse con el glamour cultural puede crear un c¨®ctel enga?oso que nada tiene que ver con el aut¨¦ntico mecenazgo regido por el valor de las cosas y no por las listas de audiencia. El visitante o consumidor cultural nunca responde a un patr¨®n ¨²nico y por ello es dif¨ªcil de retratar. En muchos casos las visitas a instituciones culturales forman parte de una especie de ritual que sirve para amortizar la estancia en una ciudad. Y puede darse el caso de intento de amortizaci¨®n m¨¢xima: el ritual cobra entonces tintes masoquistas y quienes lo practican aparecen por las salas de los museos a trote r¨¢pido, mirando desencajados de lado a lado, y con un aspecto m¨¢s pr¨®ximo al de un atleta del marat¨®n de los Faraones que al de un turista cultural. Por el contrario, resulta poco habitual la persona que se desplaza a una ciudad para visitar una exposici¨®n, la visita tranquilamente un par de veces, o tres, compra y lee el cat¨¢logo, y de paso y si sobra tiempo, y si apetece, hace otras cosas. Mientras que socialmente resulta aceptado, e incluso vanagloriado, viajar centenares de kil¨®metros para ver un partido de f¨²tbol, hacer lo mismo para visitar una exposici¨®n resulta, si no incomprensible, s¨ª un acto sospechoso a mitad de camino entre lo esnob y lo paranoico. En las estad¨ªsticas que tan ¨¢vidamente manejan las instituciones, tanto el turista de la turbo-visita como este segundo que selecciona y busca con cierto criterio son un mismo n¨²mero que se suman uno junto a otro. Evidentemente no son lo mismo. Por ello resulta triste e injusto valorar determinados aspectos de las pol¨ªticas culturales a la luz de criterios exclusivamente cuantitativos. Bien es cierto que tanto los escolares, los turistas, el indignado del "eso lo hace mi hijo de cinco a?os", los japoneses y los visitantes ocasionales de los museos son ciudadanos con los mismos derechos culturales que el resto, pero el criterio de la cantidad no debe ser el ¨²nico y no siempre tiene que coincidir con el de la calidad. Extraordinarias exposiciones son masivamente visitadas y extraordinarias exposiciones son minoritariamente visitadas. Lo que conviene es no prestarse a enga?os: aproximar a las personas a los museos y despertar la sensibilidad por el arte son tareas silenciosas de larga incubaci¨®n que no dependen de operaciones de mercadotecnia especial ni pasan por vulgarizar la difusi¨®n del arte. Los atajos en materia cultural tienen un precio muy alto: el de la banalizaci¨®n. Los museos, y especialmente los p¨²blicos, deben resistir la tentaci¨®n de caer bajo el monopolio aculturizante de las audiencias y el mercadeo cultural, tal y como sucede de manera masiva en la televisi¨®n y de manera creciente en otros ¨¢mbitos, como el de la literatura basura, acertadamente denominada no-literatura a prop¨®sito del famoso y reciente plagio. En cultura las minor¨ªas tambi¨¦n son importantes. Por esta raz¨®n Stephen King no es mejor literato que Eugenio Montale, a pesar de que el primero gana 11.700 millones al a?o de sus ventas entre sus incontables lectores, mientras que el segundo goza del exquisito olvido de los muchos y el fervor inconsolable de unos pocos.
Manuel Men¨¦ndez Alzamora es profesor de la Facultad de Ciencias Sociales y Jur¨ªdicas de la Universidad Cardenal Herrera-CEU.
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