Por qu¨¦ no son felices los estadounidenses
La econom¨ªa estadounidense es m¨¢s pr¨®spera de lo que ha sido en una generaci¨®n y es fuente de noticias muy buenas en los ¨²ltimos a?os. La renta media de las familias crece con regularidad desde 1993, y en 1997 el salario medio empez¨® a aumentar por primera vez en un cuarto de siglo.Si bien las diferencias de ingresos han seguido aumentando, los salarios bajos tambi¨¦n subieron en Estados Unidos. Las cifras del paro est¨¢n en su nivel m¨¢s bajo a nivel nacional desde 1969, al igual que la pobreza, inferior en 1999 a lo que fue durante varias d¨¦cadas. Esta fuerte progresi¨®n econ¨®mica que se prolonga ha transformado profundamente las finanzas p¨²blicas, al pasar de unos d¨¦ficit que parec¨ªan no tener fin a unos excedentes que tampoco parecen acabarse nunca. Adem¨¢s, la tasa de delincuencia se ha reducido en m¨¢s de un tercio desde 1993, el n¨²mero de embarazos de menores desciende y la estabilidad de los matrimonios aumenta. Estos signos tangibles de una mejora material de la vida de la poblaci¨®n deben ser tomados en consideraci¨®n. La prosperidad, p¨²blica y privada, es una condici¨®n necesaria para el progreso social. De hecho, se podr¨ªa imaginar que unas noticias tan buenas hacen que un pa¨ªs se sienta plenamente satisfecho de su Gobierno y, a la vez, de las buenas perspectivas que tiene ante s¨ª. Pero esta coyuntura econ¨®mica favorable est¨¢ acompa?ada en EE UU de un descontento latente en la opini¨®n p¨²blica. En realidad, las medidas para evaluar la felicidad dan hoy unas cifras inferiores a las que hab¨ªa hace una generaci¨®n, cuando la renta per c¨¢pita real se elevaba apenas a dos tercios de su nivel actual. En su mayor¨ªa, los estadounidenses consideran que el "clima moral" de la naci¨®n va "cuesta abajo". El n¨²mero de depresiones cl¨ªnicas se ha multiplicado por 10 en el transcurso de dos generaciones. El pa¨ªs est¨¢ profundamente inquieto por el estado de sus comunidades y por su sentido moral. As¨ª, los actuales l¨ªderes est¨¢n en una posici¨®n mucho peor que si la opini¨®n p¨²blica se preocupase ¨²nicamente por la econom¨ªa.
S¨ª, los estadounidenses trabajan m¨¢s y consumen m¨¢s que nunca. Y ello en detrimento del tiempo que pasan unos con otros, en actos pol¨ªticos o c¨ªvicos, en actividades sociales organizadas o espont¨¢neas e incluso a la hora de cenar. Este elemento es crucial para comprender la raz¨®n de este descontento en un periodo de prosperidad econ¨®mica. En resumen, la felicidad de los individuos tiene m¨¢s que ver con la solidez de las relaciones sociales (familia, amigos, v¨ªnculos comunitarios) que con cualquier otro factor (incluida la renta). El estudio detallado de las costumbres y actividades diarias de los estadounidenses revela los cambios espectaculares que se han producido en 30 a?os.
As¨ª, la participaci¨®n de la poblaci¨®n en la pol¨ªtica se ha reducido. El n¨²mero de estadounidenses que dedican tiempo a un partido pol¨ªtico ha descendido casi un 50% entre 1968 y 1996. El n¨²mero de quienes han tomado parte en una reuni¨®n p¨²blica o en un acto pol¨ªtico ha disminuido casi un tercio entre 1974 y 1994. Por ¨²ltimo, el n¨²mero de estadounidenses que han firmado una petici¨®n o han escrito a un representante del Congreso ha bajado m¨¢s de un 20% durante ese mismo periodo. La participaci¨®n electoral tambi¨¦n ha disminuido un 25% en 30 a?os, en gran parte debido a que las j¨®venes generaciones han votado mucho menos que las que nacieron en los a?os veinte y treinta.
Asimismo, los estadounidenses se implican en un grado menor en otros tipos de actividades c¨ªvicas. En los a?os 1975 y 1976, los hombres y mujeres participaban en una media de 12 reuniones asociativas al a?o (es decir, una al mes). Esta cifra se ha reducido casi a la mitad, de modo que en 1996 tomaban parte s¨®lo en cinco reuniones de este tipo al a?o. Las informaciones que proporcionan las agendas personales muestran que, como media, en 1965, el 7% de los estadounidenses dedicaba tiempo a una organizaci¨®n comunitaria. Sin embargo, en 1999, esta cifra cay¨® por debajo del 3%. La asistencia a oficios religiosos tambi¨¦n ha disminuido entre un 10% y un 12% desde mediados de los a?os setenta.
Los estadounidenses se re¨²nen menos entre s¨ª que antes. Reciben menos en su casa (un descenso de alrededor del 45% desde los a?os setenta) y las visitas a los amigos se han reducido. Otras actividades sociales informales, como las partidas de cartas o acudir a bares, tambi¨¦n han registrado un descenso acusado, al igual que la pr¨¢ctica de los deportes de equipo.
La vida familiar se ha visto afectada. Los estadounidenses cenan en familia un 33% menos que en los a?os setenta y, en comparaci¨®n con la generaci¨®n anterior, la probabilidad de que los padres se vayan de vacaciones con sus hijos, vean la televisi¨®n o sencillamente charlen con ellos se ha reducido en un tercio.
Desde un punto de vista colectivo, estos cambios representan un descenso del "capital social" estadounidense. El capital social est¨¢ formado por las redes existentes dentro de la sociedad y por las reglas de reciprocidad y confianza que aqu¨¦llas engendran (en definitiva, por el grado de relaci¨®n entre la gente). El capital social tiene unos efectos sobre la sociedad, que van desde el buen funcionamiento de las instituciones pol¨ªticas hasta la duraci¨®n de la vida de los individuos. Su declive representa una amenaza para la democracia -y para la calidad de vida de los ciudadanos- tan grave como una p¨¦rdida brutal en el capital f¨ªsico o financiero. As¨ª, supongamos que EE UU hubiese entrado en una recesi¨®n econ¨®mica en 1975 y nunca hubiera salido de ella. Este tipo de declive continuado es una buena met¨¢fora de lo que se ha producido con el capital social estadounidense en un cuarto de siglo.
La respuesta que se debe aportar es dar prioridad al debate pol¨ªtico en el pa¨ªs (y dudamos de que la cuesti¨®n de la consolidaci¨®n de las relaciones sociales pueda ser silenciada por mucho tiempo en las dem¨¢s democracias). Sin embargo, hay una soluci¨®n que, desde el principio, puede descartarse en EE UU: por s¨ª solos, la prosperidad y el dinero no restablecer¨¢n los v¨ªnculos familiares, de amigos y comunitarios. En realidad, el r¨¢pido crecimiento econ¨®mico tal vez sea lo que impide que se forje el capital social, cuando un mayor n¨²mero de estadounidenses aprovecha la prosperidad para realizar horas extras o conseguir varios empleos. La cifra media de semanas trabajadas por familia pas¨® de 68,3 en 1969 a 82,6 en 1999, a?o en el que cerca de ocho millones de nuestros conciudadanos acumulaban dos empleos o m¨¢s. Querer combatir el
d¨¦ficit de capital social mediante un crecimiento econ¨®mico mayor ser¨ªa como poner una cataplasma a una pata de palo.
El verdadero debate p¨²blico sobre los medios que se deben emplear para reconstituir las reservas de capital social debe ir m¨¢s all¨¢ del concepto limitado de la expansi¨®n econ¨®mica como objetivo absoluto. Este debate debe abordar la forma de:
- Reorganizar el trabajo para que los trabajadores sean respetados y valorados y para que se tomen compromisos en relaci¨®n con la familia y la comunidad; procurar que la jornada laboral no reduzca el tiempo dedicado al compromiso c¨ªvico, social o pol¨ªtico.
- Inculcar mejor unos h¨¢bitos c¨ªvicos y pol¨ªticos a los ni?os y a los adolescentes para preparar una nueva generaci¨®n de responsables con esp¨ªritu ciudadano.
- Detener las pol¨ªticas de ocupaci¨®n de suelos y de transporte que han contribuido a la proliferaci¨®n de ciudades "tentaculares" en EE UU. La expansi¨®n urbana ha llevado a que la gente pase m¨¢s tiempo en coche (sola, por lo general) y ha reducido la participaci¨®n en la vida c¨ªvica y pol¨ªtica.
- Utilizar las nuevas tecnolog¨ªas de la comunicaci¨®n (como Internet) para incitar a involucrarse en la comunidad, a participar en pol¨ªtica y a reforzar los v¨ªnculos sociales y, a su vez, reducir el tiempo que la gente pasa sola en un di¨¢logo pasivo con la pantalla del ordenador.
- Asegurarse de que las transformaciones y los cambios econ¨®micos (como la desindustrializaci¨®n permanente y las recesiones futuras) no destruyan las preciadas redes sociales que existen en la actualidad y la organizaci¨®n comunitaria en las ciudades, grandes y peque?as.
Cada uno de estos temas candentes (y no son los ¨²nicos importantes) merece un debate p¨²blico preciso, en el que deben participar sabios y periodistas, pero tambi¨¦n candidatos y cargos electos. En efecto, estamos convencidos de que un intercambio serio sobre estos temas con motivo de los foros relacionados con la campa?a presidencial, por ejemplo, podr¨ªan haber contribuido a corregir otra tendencia adicional de la democracia estadounidense que incita a la reflexi¨®n. Se trata de la ca¨ªda -cerca del 20% desde los a?os setenta- del inter¨¦s de los ciudadanos por los asuntos p¨²blicos. Opinamos que los electores estadounidenses estar¨ªan m¨¢s interesados en escuchar a los candidatos a la presidencia tratar con seriedad este tipo de cuestiones que verse inundados bajo un diluvio de estad¨ªsticas y de proyecciones econ¨®micas como las que vertieron Al Gore y George W. Bush en los ¨²ltimos debates.
Con toda seguridad, atacar de frente el declive del capital social de EE UU ser¨ªa innovador desde el punto de vista del discurso pol¨ªtico, un paso que podr¨ªa resultar pol¨ªticamente arriesgado para determinados candidatos. Pero es cierto que una prosperidad econ¨®mica relativa supone un momento muy propicio para ampliar el debate p¨²blico. La buena salud pol¨ªtica, social e incluso econ¨®mica de EE UU a largo plazo tal vez dependa de la rapidez con que los hombres en el poder se muestren deseosos de pasar menos tiempo discutiendo el tama?o de la econom¨ªa estadounidense y m¨¢s debatiendo con total honestidad sobre el valor de la democracia. No es de extra?ar que, a semejanza de las personas que gozan de una buena situaci¨®n, las democracias no s¨®lo vivan de pan, una verdad eterna que este a?o electoral confirma en medio del parad¨®jico malestar de un EE UU en plena prosperidad.
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