El naufragio de las pistas
Desde hace nueve a?os, Abdesalam Chmarki escruta infatigablemente todos los rostros magreb¨ªes que aparecen en los canales espa?oles de televisi¨®n con la esperanza de descubrir el de su hijo Abdellah. Lo sigue haciendo a pesar de que le cree muerto: "Si mi hijo, el ¨²nico que trabajaba para sacar adelante la familia, estuviera vivo, nos habr¨ªa enviado dinero".Chmarki es un anciano de 72 a?os al que sus nietos, Siham y Mohamed, confunden con un padre al que apenas recuerdan. En Ksar el Kebir, una localidad agr¨ªcola, a unos 150 kil¨®metros al Sur de T¨¢nger, la familia sal¨ªa adelante con lo que Abdellah ganaba transportando mercanc¨ªas en su carro.
El 7 de diciembre de 1991, despu¨¦s de vender el caballo por 8.000 dirhams (unas 140.000 pesetas) y coger los ahorros, abandon¨® su casa, aprovechando un viaje de su padre a Rabat. "Yo le hab¨ªa pedido que esperara a tener los papeles para irse a Espa?a", recuerda Abdesalam Chmarki. Jam¨¢s ha vuelto a saber de ¨¦l a ciencia cierta.
Mientras busca en la capucha de su chilaba una bolsa con la foto de su hijo, explica que algunos vecinos le aseguran que muri¨® en el mar y otros sostienen que est¨¢ detenido en Espa?a. Abdellah abandon¨® Ksar el Kebir junto a otros seis vecinos. Ninguno ha vuelto a contactar con sus hogares. El anciano Abdesalam no se resigna a perder su pista. Ha rastreado en todos los organismos oficiales marroqu¨ªes sin ¨¦xito y, pese a sus 72 a?os, quiere conseguir un visado para ir a Espa?a a proseguir la b¨²squeda. "Yo quiero el cuerpo de mi hijo de cualquier manera. Si est¨¢ vivo, para verlo y si est¨¢ muerto, para enterrarlo en su tierra".
?se ha sido el ¨²nico consuelo de Safia Bouzi. Una semana despu¨¦s de que se hijo Ahmed, de 28 a?os, partiese sin confesar a su familia que pretend¨ªa cruzar el Estrecho, el mar devolvi¨® el cad¨¢ver hasta una playa de T¨¢nger. El Chaullie Ahmed, casado, dos hijos, trabajaba de camarero en Ksar el Kebir. Un pariente le hab¨ªa ofrecido un empleo en un restaurante de Barcelona, pero en su casa le hab¨ªan aconsejado que emigrase legalmente. Por eso call¨® sus planes y no se despidi¨®. Su patera naufrag¨® a pocos kil¨®metros de la costa marroqu¨ª. Ahmed, como la mayor¨ªa de los habitantes de las zonas del interior de Marruecos que nutren el ¨¦xodo clandestino, no sab¨ªa nadar.
La muerte es algo en lo que los parientes no quieren pensar, pero que est¨¢ demasiado presente. El 2 de Noviembre de 1989, en lo que pareci¨® un sarc¨¢stico gui?o del D¨ªa de Difuntos, el mar escupi¨® el primer cuerpo de un africano en una playa de Tarifa (C¨¢diz). Desde entonces, el siniestro inventario no ha dejado de crecer. Cuando los cad¨¢veres llegan hasta la costa andaluza, el estado de descomposici¨®n y la falta de documentaci¨®n -se deshacen de ella para intentar burlar la expulsi¨®n en caso de ser detenidos- dificultan la identificaci¨®n.
El cementerio de Algeciras alberga el mayor n¨²mero, aunque en Tarifa se ha enterrado a una veintena y hay casos aislados en La L¨ªnea y Vejer. Desde agosto de 1995 se han enterrado 73 personas en Algeciras. Sobre el cemento lucen enormes D (de desconocidos) y el n¨²mero de las diligencias previas del juzgado. La asociaci¨®n de funerarias del Campo de Gibraltar se encarga de los entierros y pasa la factura al Ayuntamiento de Algeciras, que este verano exigi¨® colaboraci¨®n para sufragar los gastos.
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