Junto al mar sin catarlo
Entrando a C¨¢diz por tierra, mejor dicho: entrando por la Avenida Cayetano del Toro, en su primer tercio y a la derecha queda la glorieta del Ingeniero La Cierva.Decir C¨¢diz es decir carnaval seg¨²n la propaganda tur¨ªstica. Bien, pues en esta plaza la fiesta tan pagana, orgi¨¢stica y divertida ni se huele. Aqu¨ª lo que se olfatea inmediatamente es el mar, pero -?oh, portento!- no se ve por ninguna parte. Ya puede percibirse el oleaje, si es que los coches de la avenida respetan el sem¨¢foro, ya se puede sentir el salitre en los labios transportado por la brisa marina, que del oc¨¦ano Atl¨¢ntico, ni glorias. El enigma no tardar¨¢ en ser resuelto.
Actualmente, en el Segundo Per¨ªodo Triunfal Populista, donde aparcaban unos cuantos coches -y hab¨ªa, poco, pero algo, de verde- es desde hace cuatro a?os un aparcamiento subterr¨¢neo en la profundidad. Por la superficie han crecido unos postes grises como el cielo gris, como un bigote que empezara a grisear, como la ¨¦poca que est¨¢ tocando vivir. Dichos postes est¨¢n rematados y unidos entre s¨ª por un a modo de toldos -grises- agujereados y abombados lo que se agradece en verano por el ahorro de sauna y en invierno por la abundancia de catarros.
El arquitecto municipal orden¨® poner un pavimento bastante anodino salpicado de bancos incomod¨ªsimos, lo que no es cortapisa para que las noches de jueves a domingos se llene de juventud y no tanto. Juventud que botell¨®n en ristre har¨¢ las delicias de propios y ajenos: los vecinos ven amenizadas sus tristes noches en el fin de semana, los empleados de los servicios municipales de limpieza ganar¨¢n con el sudor de sus nobles frentes el diario sustento y los arque¨®logos en el futuro sabr¨¢n las costumbres gaditanas del a?o 2000.
Si alguien un poco nost¨¢lgico desea tomar una cerveza con sardinitas en la antigua cervecer¨ªa El Barril, abandone toda esperanza; all¨ª, en aquella sacrosanta esquina lo que hallare ser¨¢ un McDonalds. S¨ª, pueblo doliente: una hamburgueser¨ªa. Lugar gracias al cual los ni?os y no tan ni?os se hacen adultos en colesterol, un devor¨®metro de carnes con un ¨ªndice graso y de subproductos animales en cantidades tales que rozan el delito. Que demandan un Torquemada nutricionista.
Soportando valerosamente el dolor que oprime su coraz¨®n, el visitante puede encaminar sus pasos hacia el quiosco-bar La Tacita de Plata donde penetrar¨¢ con paso vacilante pero esperanzado. All¨ª cambia el mundo; otra vez la humanidad, la sabidur¨ªa ancestral y hospitalidad generosa repartidos por el peque?o bar. Una docena larga de parroquianos charlan de sus cosas sin prisas. Entre ellos, con su gorra, cigarro y cachava, est¨¢ el due?o: Francisco. Dicharachero cordob¨¦s de Montilla que lleg¨® a C¨¢diz all¨¢ por los cincuenta para hacer la mili. Puso un bar y ahora dice ser "el archivo de C¨¢diz". "Por aqu¨ª ha pasado mucha gente: toreros, muchos. Artistas como Antonio Gades cuando vino para hacer El Amor Brujo, pol¨ªticos. Mire el caso que me ha ocurrido: estaba detr¨¢s de la barra, entran por esa puerta un grupo de se?oras y se?ores. Le serv¨ª lo que pidieron y la cara de uno de ellos me sonaba. Total, que voy al hombre y le digo: no se de qu¨¦, pero usted me es conocido. Me contesta: pues es la primera vez que vengo. Yo venga de insistir y el otro sin soltar prenda copa va y copa viene. En fin: que se van despidi¨¦ndose muy amables y yo con el mosqueo. Al otro d¨ªa viene un botones del hotel con una tarjeta que pon¨ªa: Fulanito Mart¨ªn Artajo. Ministro de Obras P¨²blicas. ?El que hac¨ªa los pantanos con Franco!" ?sta y otras muchas cosas contar¨¢ Francisco a quien quiera pasar un buen rato.
Otra vez en la barbaridad de plaza, pero reconfortado por el rato y la cervecita que ha invitado el montillano, habr¨¢ de fijarse el curioso en la mole del Hotel Victoria Playa. Anta?o fue un bonito edificio de estilo colonial, casino antes de hotel. Fue deterior¨¢ndose con el paso del tiempo, dice Pepe, el del quiosco de peri¨®dicos desde los setenta, hasta quedar pr¨¢cticamente inhabitable. Hace cuatro a?os, los mismos que tiene el aparcamiento subterr¨¢neo, la glotona piqueta se ocup¨® de demolerlo. En vez de hacer una restauraci¨®n, los arquitectos levantaron este tocho de cristales negros, con balcones laterales a lo marbell¨ª, tapando a¨²n m¨¢s la vista al mar que queda a sus espaldas.
El Victoria Playa incumple la Ley de Costas: no respeta esta construcci¨®n la distancia fijada por las mareas y se apropia de un terreno que es de los ciudadanos. Si fuera un chiringuito otro gallo cantar¨ªa.
Tras asomar la vista al mar un ratito, saldr¨¢ la visita bordeando la otra acera, ¨¦sta no ha variado a la plaza.
Pero no todo van a ser desdichas, la glorieta tal y como est¨¢ ahora es fea pero honrada; cuando viene el buen tiempo, que es casi siempre en la ciudad de la luz y el mar, sobre todo las c¨¢lidas ma?anas de oto?o a primavera, la plaza se puebla de ni?os y mayores. Los unos a buscar sus peri¨®dicos, sus loter¨ªas y sus cosas de gente adulta. Los m¨¢s mayores, puede que tomen un rato el sol y los chavales invaden el puesto de Pepe en busca de chucher¨ªas. Quiz¨¢ alguno traiga unos patines y otros alguna pelota, convirtiendo esta gris superficie en un lugar improvisado de juegos y ri?as sin importancia. Cuando lleguen los meses veraniegos un trasiego de carnes m¨¢s o menos morenas, m¨¢s o menos chamuscadas seg¨²n la melanina que cada uno aporte, da vida al ambiente. Se?oras y se?ores en diferentes estad¨ªos de macicismo, con o sin familia, llevando todo tipo de trastos multicolores para sus ni?os, novios o novias, borran, o casi borran, la sensaci¨®n de adefesio que se siente en un d¨ªa lluvioso y oscuro. Menos mal que la norma es el sol.
Alguien habr¨¢ que recuerde, en cualquier caso, que este aire lo respiraron personajes de la pol¨ªtica, las artes y los toros, como Cort¨¦s o Diego Puerta que se ech¨® aqu¨ª novia, hoy es su mujer: la hija del Algabe?o. Este torero ten¨ªa casa en el Paseo Mar¨ªtimo, a la vera de la Glorieta. Una historia de amor para ser contada al margen de tiempo y est¨¦tica urbana.
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