Vigilantes
Nunca sabemos qui¨¦nes nos rodean. La Biblia dej¨® dicho que est¨¢bamos viviendo entre ¨¢ngeles, pero no los reconoc¨ªamos, que la vida se nos mostraba llena de indicios y signos, pero que en nuestra ignorancia no encontr¨¢bamos tiempo para leerlos. Sin embargo, hay algo inquietante en esa creencia, la sensaci¨®n de que si nos rodean los ¨¢ngeles, por fuerza han de encontrar f¨¢ciles caminos a nuestra realidad los demonios.Que hay malvados ocultos entre nosotros es una creencia ampliamente asumida en el Pa¨ªs Vasco. Como los demonios, aparecen precedidos o seguidos de fulgurantes explosiones de azufre y fuego, de dolor y muerte. Nunca hemos sido tan conscientes, sin embargo, de que hubiera ayudas invisibles; nos las hemos arreglado entre nosotros, hemos sido siempre tan conscientes y orgullosos que hemos clamado por la resoluci¨®n de nuestro problema, sin interferencias ni manos ajenas.
Pero ah¨ª est¨¢n. A ra¨ªz de los ¨²ltimos ataques a periodistas y miembros del mundo de la comunicaci¨®n, varios directores y periodistas extranjeros han hecho p¨²blico una declaraci¨®n de principios en la que afirman que se mantendr¨¢n "vigilantes en defensa de su vida e independencia". Y siguen distintos nombres, algunos populares, otros desconocidos.
Un peri¨®dico, un periodista, contin¨²a siendo una voz. Cuando la suya no basta, el pueblo clama, si a¨²n no le han aterrorizado lo suficiente. Cuando la voz del periodista desaparece, el pueblo calla: no son l¨ªderes, no son gu¨ªas, pero marcan el tono. Dirigen los coros, orquestan los instrumentos, y sin directores los coros no son m¨¢s que conjuntos de voces sin empastar.
Cuando se pasa alg¨²n tiempo en el extranjero, la recepci¨®n del problema vasco sorprende y conmociona a los que apenas concebimos la vida sin esa amenaza constante. Deformado, minimizado, o simplemente olvidado, no supone sino una noticia m¨¢s de violencia, un atentado o una bomba m¨¢s. Problemas ajenos, muertes lejanas y constantes, como en cualquier otra parte del mundo, ni m¨¢s ni menos.
Por eso sorprende y conmueve una manifestaci¨®n tan clara, tan elocuente, de apoyo y reconocimiento. Porque son nombres extra?os, ex¨®ticos. James H. Ottaway Jr. no controla, como las series americanas nos llevar¨ªan a creer, explotaciones petrol¨ªferas en Texas, sino el Comit¨¦ Mundial de la Libertad de Prensa. Conocidos fot¨®grafos, maestros de la realidad en blanco y negro, testigos de desgracias y miserias sin duda m¨¢s acuciantes y m¨¢s sangrientas que la nuestra, han dedicado una mirada y se han comprometido a delatar el peligro.
?Qui¨¦nes ser¨¢n? ?Y qu¨¦ importa? Resulta f¨¢cil imaginar a extranjeros en una brumosa y desdibujada Escandinavia, desayunando en una cocina amueblada por Ikea, con un peri¨®dico abierto, conmovidos e indignados por los ¨²ltimos desmanes en Bilbao, o en San Sebasti¨¢n, o en Madrid. O entre los colores brillantes de M¨¦xico, o perdidos en las inh¨®spitas ciudades centroeuropeas. ?De qu¨¦ nos podr¨ªan servir sus fuerzas, su apoyo o su furia cuando somos nosotros los que sufrimos, cuando nada, ni las buenas palabras, ni los mejores comunicados logran alejar el miedo y la angustia? ?No es todo in¨²til?
No. Las voces nunca son in¨²tiles. En todos los idiomas, en tonos diversos, cuando hablan de injusticia y cuando denuncian muertes sirven por s¨ª mismas. Ni siquiera es precisa una utilidad posterior. Basta con ser conscientes de que en M¨¦xico, en Bogot¨¢, en Bruselas o en Varsovia alguien sabe, alguien comprende, alguien ha dedicado un momento a la compasi¨®n, la rabia o la solidaridad.
Los ¨¢ngeles, incluso en la Biblia, arreglaban poco la vida, solucionaban pocas papeletas comprometidas. Gabriel anunciaba buenas nuevas, o nuevas que hab¨ªan de ser tomadas como buenas. Miguel se luci¨® m¨¢s: guerreaba contra el demonio, y en alguna ocasi¨®n logr¨® vencerlo. Rafael acompa?aba y aconsejaba a los que se perd¨ªan. Sirvan de algo sus artes o no, logremos reconocerlos o no, est¨¢n entre nosotros.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
Archivado En
- Huelgas hambre
- Amenazas periodistas
- Gente
- Opini¨®n
- Amenazas
- Actos protesta
- Amenazas terroristas
- Agresiones f¨ªsicas
- Orden p¨²blico
- Periodistas
- Protestas sociales
- Libertad expresi¨®n
- Seguridad ciudadana
- Malestar social
- Integridad personal
- Periodismo
- ETA
- Grupos terroristas
- Sucesos
- Delitos
- Terrorismo
- Medios comunicaci¨®n
- Problemas sociales
- Espa?a
- Sociedad