Los papeles de Altamira
Uno ha seguido lo publicado en la prensa sobre el legado de Rafael Altamira con una mezcla de perplejidad y bochorno. Este estado cambi¨® a verg¨¹enza al anunciar la Conseller¨ªa de Cultura que se har¨ªa cargo de la catalogaci¨®n de los papeles del jurista. La rapidez con la que Cultura respond¨ªa ahora, acuciada por las denuncias de la diputada Dolores Moy¨¢, contrasta con la pasividad mantenida durante los ¨²ltimos ocho a?os. En todo este tiempo, la documentaci¨®n de Altamira no mereci¨®, ni por un instante, la atenci¨®n de nuestras autoridades. Y ello, pese a las repetidas reclamaciones del instituto Jorge Juan, que guarda los documentos del pol¨ªtico alicantino. Cuando, a lo largo de estos a?os, las autoridades del centro demandaban un bibliotecario, ped¨ªan un especialista para ordenar y mantener los documentos de Altamira, la Conseller¨ªa enviaba, en el mejor de los casos, a un objetor de conciencia para auxiliar en la biblioteca (!).Ha manifestado el director general del Libro que ¨¦l ignoraba la existencia de estos papeles. Supon¨ªa Villaca?as que el archivo de Altamira hab¨ªa sido trasladado, en su totalidad, a a la Residencia de Estudiantes. Algo desordenadas deben andar las cosas por la direcci¨®n general del Libro, cuando ocho a?os de insistentes peticiones por parte de un instituto p¨²blico no figuran en ning¨²n documento. Aunque parece m¨¢s grave que el propio director general no tenga constancia del legado. Sobre todo, porque no hablamos de unas decenas de papeles, sino de varios armarios de documentos depositados en un centro oficial. Apreciamos el esfuerzo de Villaca?as al anunciar ahora que la catalogaci¨®n de estos fondos comenzar¨¢ en el pr¨®ximo mes de enero. Pero, nos tememos que, de no mediar la denuncia de Dolores Moy¨¢, estos papeles de Altamira hubieran acabado de banquete para las polillas.
Podemos gastarnos miles de millones de pesetas en una Biblioteca Valenciana, podemos construir un espectacular Museo de la Ciencia, pero somos incapaces de proteger el legado de uno de los juristas m¨¢s prestigiosos que ha tenido este pa¨ªs y que lleg¨® a presidir el Tribunal Internacional de La Haya. Uno ignora las razones del escaso aprecio que la figura de Rafael Altamira despierta entre los pol¨ªticos del Partido Popular de nuestra Comunidad. En su d¨ªa, ya se permiti¨® que el grueso de su archivo acabara en Madrid, cuando podr¨ªa haber permanecido en Alicante. No se actu¨® entonces con la eficacia debida. Se permiti¨® que la reci¨¦n creada Fundaci¨®n Altamira se disolviera, quiz¨¢ porque hab¨ªa sido una creaci¨®n de los socialistas. Cuesta comprender a esas personas alardean en defensa de la provincia alicantina y despu¨¦s someten a este maltrato a uno de sus hombres m¨¢s ilustres. Semanas atr¨¢s, en la inauguraci¨®n del Museo Arqueol¨®gico Provincial, el presidente de la Diputaci¨®n, Julio de Espa?a, repet¨ªa, una y otra vez, que s¨®lo conociendo nuestro pasado, podr¨ªamos comprender nuestro presente. Es una hermosa frase que obliga a preguntar si Rafael Altamira forma o no parte de ese pasado.
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