Esta casa ya no es para toda la vida
Los nuevos tratamientos contra el sida han llevado la esperanza a la residencia que acoge a enfermos en Bilbao
Los verdaderos protagonistas de esta historia son diez personas temerosas de que alguien les reconozca por sus palabras o por sus im¨¢genes. Padecer el sida es a¨²n hoy un estigma, pero ellos acarrean algunos m¨¢s. Eran el desamparo en persona. Ahora viven en dos casas granates que se alzan en una colina de Bilbao. Casi todos llegaron de la calle, la droga era "su ¨²nica novia", por ella abandonaron familias desestructuradas y faltas de dinero. La hero¨ªna y el sida les causaron grave deterioro f¨ªsico y ps¨ªquico. Un d¨ªa, la primera casa de acogida para enfermos de sida que abri¨® sus puertas en Espa?a se convirti¨® en su hogar.Once a?os han pasado desde la llegada de los primeros inquilinos a Bietxeak (las dos casas). Y lo que antes fue un hogar salpicada por la tristeza, hoy es reflejo de esperanza. Antes las despedidas eran a menudo entierros, hoy son despedidas a secas. Son el comienzo de nuevas vidas; se van enfermos a¨²n, quiz¨¢ enganchados a la metadona, pero con nuevas y alentadoras perspectivas.
"Tradicionalmente, ¨¦sta ha sido una casa en las que los trabajadores ayud¨¢bamos a la gente a morirse". As¨ª era cuando la psic¨®loga Ana Sanz lleg¨® a Bietxeak. Fue hace s¨®lo tres a?os. El cambio ha sido radical. Los tratamientos retrovirales contra el sida han cambiado la vida de miles de enfermos en todo el mundo. Y, por supuesto, la de quienes ¨²ltimamente han ido llegando a esta casa. Hace mucho que no ven morir a un compa?ero. El ¨²ltimo fue "el 31 de marzo de 1999", dice de memoria sor Julita G¨®mez, directora de Bietxeak y monja de las Hijas de la Caridad.
"Ahora nunca les hablamos de Bietxeak como su casa de por vida, pero antes s¨ª", comenta sor Julita. Pr¨¢cticamente la mitad de los 116 hombres y mujeres que desde 1989 han ingresado en la casa murieron all¨ª. Otros no pudieron aguantar, regresaron a la calle y a las drogas, alguno m¨¢s fue expulsado. Pero desde el a?o pasado, sor Julita y Ana han vivido algo nuevo. Han visto a algunos de sus chicos y chicas regresar con sus familias o reiniciar otras vidas con amigos.
Los diez acogidos, ocho hombres y dos mujeres, est¨¢n ocupados desde el minuto en que se levantan hasta que se acuestan. Tienen m¨²ltiples talleres para ocupar el tiempo y que no piensen en el mundo que dejaron atr¨¢s ni en las drogas -"les anestesiaron la personalidad durante a?os", dice Julita-. Pintar vidrio, construir maquetas o el resto de las actividades les ayudan a recuperar la memoria, tolerar la frustraci¨®n y sentirse ¨²tiles. "Uno nos contaba: 'Antes no me miraba al espejo porque era un pepele. Ahora, me miro y me admiro, ?mira que guapo!", relata la monja que dirige este centro del Instituto Foral de Asistencia Social. Lo que llama "curar la voluntad" es m¨¢s dificil que lograr que tomen la medicaci¨®n que mantiene al sida a raya, pero ha habido logros asombrosos. "Al alargarse la vida con los nuevos medicamentos hemos descubierto sus deseos de cultura. Muchos se han enganchado al saber". Hubo quien aprendi¨® a leer y escribir y hoy sigue estudiando. Otro trabaj¨® en una biblioteca. Alguien tambi¨¦n ha aprendido braille y pasea solo con su bast¨®n. Dos lograron el graduado escolar. Son algunos de los muchos hitos protagonizados por esta peculiar familia.
Bietxeak parece la casa de una familia numerosa. Son como una familia numerosa, muy atareada y con unas meticulosas precauciones higi¨¦nicas para evitar reinfecciones. En ning¨²n ba?o faltan la lej¨ªa y los guantes, pero tampoco hay una repisa sin fotos de grupo o una pared sin un cuadro o un puzzle hechos por los inquilinos. Sus fines de semana se parecen a los de cualquiera. Hoy o ma?ana ir¨¢n al cine acompa?ados de voluntarios.
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