Lo mejor ya hab¨ªa pasado
Nadie estuvo en Melbourne en 1965. O casi nadie. S¨®lo los que fueron all¨ª para cont¨¢rnoslo y los jugadores. Para un adolescente de mediados de los 60 era una fantas¨ªa pensar que una pelota de tenis, cayendo en perpendicular y atravesando el planeta, por poco que se desviara de su trayectoria pod¨ªa salir precisamente en el campo de hierba donde Manolo Santana, Joan Gisbert, Lis Arilla y Juan Manuel Couder se peleaban por llevarse una ensaladera de plata. Tan irreal era que, visto en blanco y negro a horas inveros¨ªmiles, resultaba un sue?o. Bueno o malo, pero un sue?o que s¨®lo pudo tocarse con la punta de los dedos.Poco importaba porque, en realidad, lo mejor ya hab¨ªa sucedido. Lo mejor fue la semifinal contra Estados Unidos en Barcelona, contra unos gringos arrogantes -tan arrogantes como los que este verano acudieron a Santander para cosechar el mismo resultado- que cre¨ªan que iban a darse un paseo. Lo mejor fue ver c¨®mo se le iba descomponiendo la cara a su n¨²mero uno, Dennis Ralston, conforme un tozudo catal¨¢n desconocido de tez cetrina, de nombre Joan, levantaba un set y un 4-1 en contra y se llevaba el primer punto de la eliminatoria sin que pudiera hacer nada para detener a aquel obcecado.
Santana no iba a fallar y no lo hizo contra Froehling. Con un 2-0 en la primera jornada, todo quedaba en manos del doble. Santana y Arilla contra Ralston y Graebner. Tal vez la memoria de mis 15 a?os me enga?a, pero tengo aquella tarde como una lecci¨®n de estilo impartida sobre un tobog¨¢n de emociones. Pensamiento y acci¨®n. Eso es lo que es el tenis cuando se convierte en un trenzado dial¨¦ctico, cuando pasa a la categor¨ªa de envite mental. Fueron cinco sets jugados hasta el l¨ªmte. El 3-0 se consum¨® y se obtuvo el pasaporte a las ant¨ªpodas.
De la intensidad de aquella eliminatoria da idea el que ni siquiera en la ¨²ltima jornada, con todo decidido, se bajara la guardia. Incluso en el ¨²ltimo partido, cuando Juan Manuel Couder sali¨® en lugar de un Santana supuestamente lesionado para medirse al humillado n¨²mero uno norteamericano, estuvo a punto de saltar la sorpresa. Globo tras globo, el veterano jugador espa?ol lleg¨® a poner tan nervioso a Ralston que a poco estuvo de consumarse el 5-0.
La debacle fue tal que los estadounidenses no pudieron esconder su ira y a¨²n se cuentan historias sobre el ataque de ira de su entrenador, Pancho Gonz¨¢lez. Australia quedaba muy lejos y m¨¢s a¨²n en aquella Espa?a tremendamente acomplejada. Pero lo mejor ya hab¨ªa pasado.
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