Cultura de paz
"Si quieres la paz, prepara la guerra". Este adagio -?tantos otros tan sabios, tan poco observados!- ha tenido un efecto mal¨¦fico a lo largo de la historia. Representa la ley del m¨¢s fuerte, responsable del comportamiento basado en la imposici¨®n de los poderosos sobre los m¨¢s d¨¦biles y menesterosos, que se prolonga hasta nuestros d¨ªas. Si se prepara la guerra llegar¨¢ el d¨ªa en que se haga la guerra, porque no nos hemos preparado para la paz. El precio pagado por la cultura de la guerra y la violencia en el siglo que ahora termina es, sobre todo en t¨¦rminos de vidas humanas, la mayor¨ªa j¨®venes, espantoso. Millones de personas -con frecuencia los que menos hab¨ªan disfrutado de los periodos apacibles- murieron por causas que, en el mejor de los casos, merec¨ªan ser vividas. Tenemos el deber de recordar este tributo -y el sufrimiento y los desgarros que conlleva- para poder apreciar cada d¨ªa la paz, premisa y fruto de la justicia y del progreso de los pueblos."Si quieres la paz, constr¨²yela". Cultura de paz es asumir el compromiso cotidiano de comportarnos pac¨ªficamente. No d¨®cilmente. Bien al contrario, se trata de una transformaci¨®n cultural que debe llevarse a cabo en todos y con la cooperaci¨®n de todos, en particular de los principales actores sociales, educadores, parlamentarios, alcaldes, medios de comunicaci¨®n social.
La cultura de paz es la cultura de compartir mejor. Las disparidades sociales y las asimetr¨ªas en la distribuci¨®n de las riquezas de todo orden -incluido, en primer lugar, el conocimiento- s¨®lo pueden reducirse y anularse compartiendo mejor. El verbo compartir es la clave de una nueva era en la que, desde la escala personal a la parlamentaria y ejecutiva, deben establecerse nuevas prioridades y repartir mejor los frutos del progreso. Tanto internacionalmente como intranacionalmente, el hecho de que el 18% de la humanidad posea el 80% de los recursos de todo orden es no s¨®lo una grave injusticia, sino ra¨ªz de radicalizaci¨®n y conflicto. Es una bomba en el tiempo. Tenemos que profundizar en los or¨ªgenes de la violencia: la exclusi¨®n, la pobreza, la soledad y la desesperanza. Y tenemos que procurar que nunca se pierdan las oportunidades para siempre.
Es por la educaci¨®n -educaci¨®n para todos, a lo largo de toda la vida- que se aprende a saber, a hacer, a ser, a convivir. Es por la educaci¨®n que se adquiere el propio discernimiento, que se decide sin influencias externas, que se alcanza la "soberan¨ªa personal". Ser uno mismo. Andr¨¦s Bello exhortaba as¨ª a la juventud en El Araucano (1848): "Aprended a juzgar por vosotros mismos; aspirad a la independencia de pensamiento". Enrique Badora, en su Balada para la paz de los ni?os, escribe: "Soy testigo (...) de que os quieren someter el pensamiento".
"Participo, luego existo", es la transposici¨®n cartesiana a la genuina democracia. Si no participo, no existo como ciudadano. Soy contado, en elecciones, en encuestas de opini¨®n, pero no cuento. Es la degradaci¨®n de la democracia a "demoscopia", a oligocracia, a plutocracia, a burocracia, a tecnocracia. La paz, el desarrollo y la democracia se construyen con la educaci¨®n. No con la fuerza. Se consiguen con el esfuerzo cotidiano de cada uno. No se otorgan. "La educaci¨®n es la base de la libertad", proclam¨® Sim¨®n Bol¨ªvar.
Bienvenidos los avances en la tecnolog¨ªa de la comunicaci¨®n, que nos han permitido alcanzar a los hasta ahora inalcanzables y nos dan la posibilidad de incluir a los hasta ahora excluidos. Pero como instrumentos, no como fin. Las familias -las madres sobre todo- siguen siendo, junto con los maestros y educadores, los grandes protagonistas de este proceso de forja que conduce a la "soberan¨ªa personal", a "dirigir con sentido la propia vida", como defini¨® el proceso educativo Francisco Giner de los R¨ªos. El Homo sapiens deber¨¢ siempre prevalecer sobre el Homo virtualis. Educaci¨®n multiling¨¹e, educaci¨®n que afiance la diversidad sin fin, la unicidad de cada ser humano, consolidada por unos valores comunes. Estos valores ¨¦ticos son el principal factor de cohesi¨®n social y, al mismo tiempo, los agentes m¨¢s activos de cambio y transformaci¨®n. Son, a la vez, asidero y cimiento.
Ni?os y adolescentes que crezcan y se eduquen en un ambiente familiar, escolar y social que les considere y atienda como protagonistas indiscutibles de su propio devenir. Muchos de los que disfrutan de hogares m¨¢s afluentes se sienten hoy -espectadores y receptores de informaci¨®n, rodeados de tanto artificio- aislados, solos, sin amparo. Sus padres procuran que no les falte nada. Pero les falta lo m¨¢s importante: su mano, su sonrisa, su caricia, su palabra. No hay tiempo para reflexionar, para decidir por nosotros mismos, para dialogar con los amigos. No hay tiempo para formular adecuadamente una denuncia, para expresar nuestros puntos de vista. Poco a poco, el disentimiento se apacigua, se vuelve tedio, sumisi¨®n.
La Declaraci¨®n y Plan de Acci¨®n para una Cultura de Paz, aprobada un¨¢nimemente por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 13 de septiembre de 1999, constituye uno de los documentos m¨¢s luminosos e inspiradores de nuestro tiempo, porque no s¨®lo establece los principios de una cultura de paz -como conjunto de valores, actitudes, tradiciones y estilos de vida-, sino c¨®mo lograr incorporarla a nuestro comportamiento cotidiano. Por medio de la educaci¨®n, el desarrollo econ¨®mico y social sostenible, el respeto a todos los derechos humanos, la promoci¨®n de la participaci¨®n democr¨¢tica y la comprensi¨®n, la tolerancia y la solidaridad, la igualdad entre mujeres y hombres, la libre circulaci¨®n de la informaci¨®n y del conocimiento, la Declaraci¨®n nos ilustra sobre la posibilidad de convertir estos anhelos en realidad.
Durante el Decenio 2001- 2010 de una Cultura de Paz y de No Violencia para los Ni?os del Mundo (resoluci¨®n de la Asamblea General del 10 de noviembre de 1998) se favorecer¨¢ desde la familia y la escuela la toma de conciencia del valor de la paz, de la prevenci¨®n, de la solidaridad. Conciencia de que en la "aldea global" viven hoy unos 6.070 millones de seres humanos y de que llegan diariamente, sobre todo a los barrios m¨¢s pobres, alrededor de 250.000 nuevos vecinos. Conciencia de que todos ellos, como establece el art¨ªculo primero de la Declaraci¨®n Universal de los Derechos Humanos, nacen "libres e iguales en dignidad" y que, por tanto, debe actuarse y compartirse de tal modo que se eviten las disparidades que originan tensiones, inestabilidad, animadversi¨®n. Conciencia de que s¨®lo a trav¨¦s de un proceso educativo a lo largo de toda la vida se lograr¨¢ que cada ser humano -desmesurado, creador y, por ende, esperanzado- sea un ciudadano dotado de respuestas propias, capaz de arg¨¹ir en favor de sus convicciones y sentimientos y participar activa y libremente en la comunidad en la que vive. Ciudadanos del mundo con la mirada puesta responsablemente en las generaciones venideras.
Ciudadanos que sientan verg¨¹enza por permitir a adolescentes -a menudo emigrantes- que se prostituyan en las esquinas de las zonas donde residen o transitan los m¨¢s adinerados. Verg¨¹enza de estos "ni?os de la calle" inhalando carburantes o adhesivos, de estos ni?os abusados laboral, sexual, militarmente... Verg¨¹enza de miles de im¨¢genes para ped¨®filos en Internet.
Ciudadanos del mundo que aseguren que la democracia -marco de referencia basado en la libertad de expresi¨®n, en leyes justas actualizadas permanentemente por la voz del pueblo- exista a todas las escalas: local, nacional, planetaria. Que perciban y sientan el mundo en su conjunto, que nunca se hagan impermeables a estos motivos de reflexi¨®n y emoci¨®n personal y act¨²en resueltamente, conservando siempre, como bien refiere Luis Cardoza y Arag¨®n en El r¨ªo, "la capacidad de sonrojarse".
La paz, el saludo de siempre. La aspiraci¨®n m¨¢s profunda. Paz y vida frente a violencia y muerte. Tendremos que cambiar muchos derroteros para transitar de la raz¨®n de la fuerza a la fuerza de la raz¨®n. Con firmeza y tenacidad haremos frente a la inercia y construiremos la paz cada d¨ªa. No ser¨¢ f¨¢cil enderezar tantas tendencias torcidas, pero sentiremos en nuestro rostro la brisa del decoro. Paz en cada uno. Paz en los hogares. Paz en la ciudad. Paz en la Tierra.
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